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Mi regreso al Elite Way después de un verano en París se sintió como volver a casa, pero con un ligero sabor agridulce. Las calles de París habían sido una aventura llena de cultura, arte y, para ser honesta, una agradable distancia de los dramas escolares. Sin embargo, al entrar por las puertas del colegio, supe que era hora de enfrentar la realidad otra vez.
Me dirigí al casillero, observando a mi alrededor. El Elite Way seguía siendo lo mismo: un hervidero de chismes, alianzas y rivalidades. No esperaba menos, pero había algo diferente en el aire, como si este año tuviera un sabor distinto. Algunos estudiantes nuevos caminaban con la mirada nerviosa de los recién llegados, y noté algunas caras nuevas que no reconocía. Aunque había escuchado rumores sobre algunos de ellos, no me había molestado en investigar más. Mi enfoque estaba en otras cosas.
Mientras me acomodaba en mi casillero, escuché las risas familiares de Mía, Vico y Celina acercándose. Al girar, me encontré con sus caras sonrientes, aunque Mía mantenía esa expresión que siempre mezclaba simpatía con un toque de cálculo.
—¡Sofía! —exclamó Vico, la primera en lanzarse para abrazarme—. Te extrañamos tanto. París debe haber sido increíble.
—Fue… diferente —respondí, encogiéndome de hombros como si la experiencia no hubiera sido tan deslumbrante como realmente lo fue. No era necesario hablar de lo maravillosa que había sido la ciudad. Ya sabían que cualquier cosa que hiciera iba a ser espectacular.
—Seguro te hiciste amiga de todos los diseñadores —bromeó Mía, pero había un brillo en sus ojos que me decía que estaba analizando cada palabra. Siempre lo hacía.
—Algo así —respondí con una sonrisa ligera, ignorando su juego.
Celina, que siempre tenía una amabilidad sincera, me miró con curiosidad.
—¿Cómo estuvo todo por allá? ¿Comiste muchos croissants?
—Sí, y probablemente más de lo que debería. Pero, ¿y ustedes? ¿Cómo fueron las vacaciones aquí?
—Las mismas tonterías de siempre —dijo Mía, rodando los ojos—. Playa, fiestas, y… bueno, ya sabes.
—Sí, ya me imagino —respondí. Estaba claro que no había mucho que me hubiera perdido, aunque sabía que había nuevos estudiantes en la mezcla. No los había conocido todavía, y sinceramente, no tenía prisa.
Mientras charlábamos, noté a Tomás acercándose, con Diego a su lado. Siempre habían sido inseparables, aunque en el fondo sabía que la amistad tenía sus altibajos. Sin embargo, noté que Diego no mostraba el mismo entusiasmo que Tomás al verme.
—¡Sofía! —Tomás me saludó con una sonrisa amplia—. ¿Cómo estuvo París?
—Perfecto, como siempre —respondí, sonriendo ligeramente. Con Tomás siempre había una comodidad natural; nuestras familias eran amigas desde hace tiempo, así que la formalidad no era necesaria—. ¿Qué tal todo aquí?
—Ya sabes, nada que no puedas imaginar —dijo Diego, con un tono que intentaba ser cordial pero que no escondía del todo su desinterés—. Aunque sin ti, el grupo estuvo un poco más tranquilo.
—Eso es difícil de creer —repliqué, levantando una ceja. Sabía que Diego no era precisamente mi mayor fan, y la tensión en su voz lo confirmaba.
Tomás rió para romper el hielo, pero antes de que la conversación pudiera continuar, Mía lanzó una mirada hacia el otro lado del pasillo. Seguí su mirada y vi a una chica de cabello rojo que caminaba con determinación. Debía ser Roberta Pardo, la nueva alumna de la que todos hablaban.
—Esa es Roberta —dijo Mía, susurrando como si estuviera compartiendo un secreto—. Es... muy..
—¿En serio? —dije, observándola con curiosidad, pero sin dejar que mi interés se mostrara demasiado—. Se ve... distinta.
—Distinta es una forma educada de ponerlo —agregó Vico con una sonrisa.
—Parece que este año va a estar lleno de sorpresas —comenté, como si no me importara realmente, aunque algo en mi interior me decía que este año iba a ser más intrigante de lo que esperaba.
La campana sonó, indicando el comienzo de las clases, y empezamos a dispersarnos. Caminé junto a Tomás, mientras Diego y las chicas se dirigían a sus respectivas aulas.
—Por cierto, ¿qué te pareció esa chica? —preguntó Tomás en voz baja, refiriéndose a Roberta.
—No la conozco, pero parece que ya tiene la atención de todos —respondí sin mucho interés, aunque sabía que pronto habría una oportunidad para conocerla mejor—. ¿Qué piensas tú?
—Es interesante, eso seguro —dijo Tomás, pensativo—. Y agresiva, estuvo peleando con Diego todas las vacaciones.
Asentí, sin querer profundizar más en el tema. Tenía todo el año para ver cómo se movían las piezas en el tablero del Elite Way, y prefería observar desde la distancia antes de hacer cualquier movimiento.
Al final del día, cuando el bullicio de las clases y los pasillos había disminuido, decidí dar un paseo por los jardines. Era mi forma de desconectar un poco, y en cierto modo, de planear mis siguientes pasos. Mientras caminaba, me crucé con Roberta nuevamente. Esta vez, estaba sola, sentada bajo un árbol con una libreta en la mano.
Nos miramos por un instante, y aunque podría haber seguido caminando, decidí detenerme. Tal vez era momento de conocer un poco más a esta chica que parecía tener a todos intrigados.
—Hola —dije, rompiendo el silencio—. Roberta, ¿verdad?
—Sofía —respondió ella, sin levantar la vista de su libreta—. Ya había oído hablar de ti.
—¿Eso es bueno o malo? —pregunté con una leve sonrisa, sabiendo que no me importaba realmente su respuesta.
Ella finalmente levantó la mirada y me dedicó una sonrisa, aunque había un toque de desafío en sus ojos.
—Supongo que está por verse.
Nos quedamos en silencio por un momento, y aunque podría haberme ido, algo me detuvo. Tal vez era la curiosidad, o simplemente el hecho de que Roberta no parecía ser como el resto de las personas en este lugar. Al final, me encogí de hombros y me despedí, dejando que la sensación de intriga flotara en el aire.
Mientras me alejaba, supe que este año iba a ser diferente. Los jugadores en este juego eran los mismos, pero la dinámica estaba cambiando, y eso era algo que, por primera vez en mucho tiempo, realmente me intrigaba.
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