Hacía un día precioso. Tras varios días de lluvia, el sol volvía a brillar en lo alto revelando un paisaje mucho más verde de lo habitual. El terreno, todavía húmedo, estaba salpicado por numerosas gotas de lluvia que brillaban como diamantes.
El joven Eric Derian, cuyos ojos eran más azules que el cielo, se pegó a la ventana de su carruaje para echar un vistazo al castillo que ya se podía distinguir en el horizonte. Durante los siguientes cuatro años aquel sitio se convertiría en su nuevo hogar o en el peor de los casos: en su tumba.
El muchacho suspiró con pesimismo. Su madre, una mujer de alta cuna, lo observó durante unos segundos con rostro serio.
—No te preocupes, hijo. Lo harás bien. Lo llevas en la sangre.
Eric la miró de reojo sin estar muy convencido.
—Yo no soy tan fuerte como padre. ¿Y si no consigo ser un jinete de dragón? ¿Sabías que más de la mitad de los alumnos muere durante el primer año?
—Es normal tener miedo —Su madre lo miró con expresión sombría y él se arrepintió de inmediato de haber sacado el tema de la muerte. —Sé muy bien los riesgos. Te recuerdo que tu hermana Alice murió durante el tercer año.
—Lo sé...
Eric desvió con tristeza la mirada a través de la ventana, pero lady Derian volvió a reclamar su atención agarrando con fuerza una de sus manos.
—Es por eso que tú no puedes morir. —La mujer lo miró fijamente a los ojos—. No admito que eso ocurra. ¿Me has entendido?
Su hijo la miró con desconcierto. Como si prohibirle morir, fuera a mantenerlo a salvo de los muchos peligros que le esperaban en aquella escuela. Eric sabía que aquella prohibición era absurda, pero al mismo tiempo eran las palabras más bonitas que su madre le había dedicado en mucho tiempo.
Tras un breve contacto, la mujer se apartó de él y sus ojos se ensombrecieron.
—Tu hermano es un traidor y Alice está muerta. Nuestra reputación pende de un hilo. El futuro entero de esta familia depende de ti.
Eric guardó silencio sintiendo el peso de la responsabilidad.
—¿Y si no lo consigo?
—Basta de quejarte —le ordenó su madre con molestia—. Eres un Derian. Nuestra familia lleva generaciones aportando jinetes de dragón y siendo leales al reino. —La mujer se puso recta en el asiento con actitud severa—. Te guste o no, vas a ir a esa maldita academia y te vas a convertir en el mejor jinete de los últimos tiempos. Necesitamos restablecer la deshonra que provocó tu hermano.
Eric asintió de forma obediente y volvió a mirar por la ventana. Hacía tres años que su hermano Nathaniel había traicionado al reino y se había escapado a otro país con su dragón y un pequeño grupo de desertores. Eric lo odiaba por ello, pero al mismo tiempo, lo echaba mucho de menos. ¿Acaso tenía algún sentido?
El joven rubio se acercó aún más al cristal y contempló el imponente castillo que cada vez estaba más cerca. El carruaje se detuvo en la entrada y Eric esperó a que el conductor le abriera la puerta.
—Buena suerte —le deseó su madre mientras él se despedía de ella con un suave beso en la mejilla. Cuando Eric bajó del carruaje, la mujer volvió a hablar—. Ah, y ten mucho cuidado con los alumnos de Avalon. Esos malditos demonios... nos odian. Intentarán matarte en cuanto descubran tu apellido.
—Lo sé, madre. Todos aquí intentarán matarme.
Eric agarró las maletas y caminó hasta el portón de la muralla principal. Allí unos soldados comprobaron su documentación y lo dejaron pasar. El castillo era enorme. Mucho más de lo que se imaginaba.
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Entre dragones y espadas
FantasyEric Derian, un joven cuya familia noble ha caído en desgracia, está a punto de ingresar en la prestigiosa Academia Militar de Dorunae. Allí solo los más valientes lograrán convertirse en jinetes de dragón. Pronto, Eric descubrirá que la academia es...