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—Sergio. Cuanto tiempo.

La desagradable sonrisa abierta que claramente había ocupado ortodoncia fue lo primero que lo recibió al bajar del avión. Los ojos azules parecieron escanearlo de arriba a abajo una y otra vez.

Habían sido horas de estar sentado, sintiéndose abrumado todo el camino. Al final de cuentas y unas horas después de haberse despertado en medio de la arena gracias a su vecina, quien preocupada había llamado a la ambulancia y se encontraba a su lado, terminó desesperándose por que el vehículo de emergencia no llegaba, yendo a llamar a Christian en cuanto tuvo privacidad. Su ex-jefe se lo tomó a broma, claramente, diciéndole que no le sorprendía en lo absoluto pero si lo hacía el hecho de que fuera tan rápido.

"Esperaba que te tomaras más tiempo, ¿tan necesitado estás?"

"Maldito hijo de perra," repitió en su mente durante las trece horas de vuelo a Londres. En cuanto había aceptado, el correo llegó, dejándole un sobre con el boleto de avión e instrucciones de cómo sería al aterrizar.

El hecho de que el se trató de uno privado no hizo más que empeorar la situación, no quiso admitirlo pero pidió todo lo disponible en el menú, estaba hambriento pues desde hace dos días no probaba bocado, quitando la sed con tres botellas de champán. Le llegaría una gran tarifa a Christian pero a este punto iba a aprovecharse de todo lo que le diera.

—Sí, cuanto tiempo...—el mayor pareció querer acercarse para abrazarlo pero se hizo hacia atrás por inercia. Se maldijo en cuanto lo hizo, pues el semblante de Christian se desfiguró para después retroceder.

—Acompáñame.

Fueron llevados por seguridad y un empleado del aeropuerto por la sección privada rumbo a la salida donde una camioneta negra los esperaba. Uno de los oficiales tomó su valija y se encargó de llevarla al maletero. Christian deslizó la puerta y le hizo un gesto para que entrara, acatándolo en silencio. Se recostó en el asiento, mucho más cómodo que el del avión y comenzó a masajear su cuello.

Se dio cuenta que solamente serían ellos quienes estuvieran detrás, el conductor tenía una ventanilla que Christian cerró en cuanto entró.

—¿Agua?

—Por favor.

El hombre más viejo le entregó una botella de agua, la cual engulló rápidamente. Le estaba poniendo nervioso el hecho de que Christian no le quitaba la mirada de encima, tanto que deseo sacarle los ojos con las uñas.

—¿Tengo algo en la cara?—le salió decir repentinamente, quiso retractarse pero era tarde. Odiaba como no pensaba antes de hacer o decir las cosas.

—No...uh, ah, me disculpo Sergio, es solo que...estás muy distinto.—no pareció ofendido por su tosca contestación.—Estoy...intrigado. Te ves muy mal.

—No tienes que decirme cosas que ya sé.

—Aunque igual de arisco.—susurró no lo suficientemente bajo para que no lo escuchara.—No estoy intentando insultarle y lo sabes muy bien. Estoy tratando de ser cordial por tu bien porque ahora mismo tendrías un puño en tu cara.

—Lo sé, sigues siendo el mismo imbecil de siempre, Horner.

Vio como trató de esconder su sonrisa.—Podría decir lo mismo de ti.—dijo.—¿Como estuvo tu viaje?

—Decente. Te tocara pagar mucho.—sonrió juguetón.

—Ya estoy acostumbrado.

El auto se quedó en silencio, solo sus respiraciones eran oídas por el otro. Tenía muchas preguntas acerca de todo el embrollo en el que se estaba metiendo más no sabía cómo sacarlo a flote.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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