Dejaré la ciudad

1 0 0
                                    

Llevaba años que no me emocionaba tanto por algo. La idea de escaparme de mi pueblito escondido me era satisfactoria y de ensueño, hace tiempo que quería huír de ahí.
Me encontraba sentada en un incómodo asiento de plástico que hay en los aeropuertos para esperar el embarque, sentía algo de tristeza al dejar mi pequeña ciudad y a mi mamá en ella. Había roto en llanto cuando me tuve que despedir de ella y de mi hermano, sabía que sin ellos la vida sería un poquito más pesada pero debía enfrentarme a ella.

Mi hermano tenía muchos contactos en varias ciudades de Argentina, por lo que, al verme tan deprimida en mi monótomo trabajo de cajera de una local de ropa, buscó un trabajo más adecuado a mis habilidades.
Yo había hecho un curso de maquillaje y peluquería hace un par de años, no era una tontera maquillar y peinar como todos creían. Era un arte que había que saber aplicar y no todos tenían la habilidad de hacerlo. O eso me repetía constantemente para no sentirme como una inútil al no haber conseguido trabajo de ello. Con el tiempo, me resigné a encontrar un trabajo que necesitara mis conocimientos en esa área, por lo que, conseguí trabajo de cajera.
No era feliz, claro pero me daba de comer al menos.

Siguiendo con lo que te contaba, mi hermano Bruno me buscó un nuevo comienzo con un trabajo que me haría feliz. Se encontraba en una de las ciudades más grandes del país: Córdoba. Estaba asustada y emocionada a la vez, una ciudad que no conocía me abriría sus puertas a un futuro que prometía ser mejor.
Al embarcar, pude ver mi dulce y pequeña ciudad. Extrañaría ver tanta agua y tantas montañas, extrañaría a las personas que dejaba atrás. Sin embargo, me sentía más feliz de lo que nunca había sido en toda mi vida.
Al llegar a Córdoba, me maravillé por sus temperaturas altas. La idea de tener tanto sol me agradaba. Me pedí un taxi y me aventuré hacia la dirección que mi hermano me había dejado. Me había dicho que sería mi estadía momentaneamente hasta que haya conseguido ganar la suficiente cantidad de plata para poder alquilarme un departamento y comprar mis propios muebles.

Cuando llegué a la dirección que Bruno me había señalado, bajé del taxi con mi valija y me dirigí a la entrada del edificio. Me quedé parada pensando como entrar, no me había dado ni siquiera una llave electrónica para abrir la puerta de entrada. Me senté en las escaleras suspirando y lo llamé enseguida puteándolo por su cabecita colgada que tenía. Mientras le gritaba por teléfono molesta e irritada a causa del vuelo, pasó un hombre muy elegante y atractivo al lado mío. Ni siquiera me había volteado a ver, por lo que imaginé que el edificio debía de vivir gente adinerada o solamente, ese tipo era un maleducado por no saludar, al menos por cortesía. No solo no me saludó, sino que pateó de paso mi valija. Sabía que no lo había hecho apropósito pero el hecho de que ni siquiera se disculpó después de hacerlo, me enojó mucho más. Corté la llamada y me di la vuelta para hablarle al hombre antes de que entrara al edificio.
- Podrías al menos disculparte, ¿no te parece? -dije molesta acomodando mi valija que él había pateado. El tipo se dio la vuelta, con sus llaves en mano y me miró alzando una de sus cejas.
- ¿Me hablás a mí? -preguntó el hombre con cierta arrogancia y desdén. Eso hizo molestarme más de lo que ya estaba pero me mantuve lo más serena que pude.
- Pateaste mi valija, al menos podrías fijarte por donde andás si no vas a disculparte por patear cosas ajenas -digo mirándolo seria pero mirando su rostro con detalle. Sus ojos parecían ser azules y su pelo negro con algunas canas blancas daban una idea de que su edad rondaba en los 38 o 40 años. Su barba estaba bien afeitada y estaba vestido de un traje marrón muy delicado, el hombre parecía tener más plata de lo que había pensado.
- No voy a disculparme si andás dejando tus cosas tiradas por cualquier lado -dijo el tipo abriendo la puerta y entrando al edificio, antes de cerrar la puerta, me miró y me sonrió con una sonrisa falsa- Buenas tardes -dijo cerrando la puerta y dejándome perpleja y molesta ante su actitud, deseaba no tener que cruzármelo nunca mientras viviera en ese edificio. Pero primero tenía que entrar y en ese momento, no se me ocurrió sostener la puerta y escabullirme dentro cuando el tipo insoportable abrió la puerta. Y así, culpaba a mi hermano de tener la cabeza en cualquier lado.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 15 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El Misterio de la Av. Hipólito YrigoyenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora