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Despierto con el amanecer de unnuevo día. La luz tenue del sol se cuela por la ventana enrejada delcamarote, iluminando parcialmente el espacio húmedo y lúgubre.

De repente, escucho unacarraspera ante mí. Abro los ojos con sobresalto y veo a la mujerdel cabello rojo, mirándome con una expresión indescifrable.

—Elcapitán desea verte —me dice simplemente, en un tono que no admiteréplica.

Me pongo en pie, todavíasomnolienta y confundida. ¿Acaso tengo otra opción? No sé qué meespera, pero sé que no puedo quedarme en este camarote para siempre.

Sigo a la mujer por un laberintode pasillos estrechos y húmedos. El barco cruje y se balancea anuestro alrededor, y el aire está cargado de un olor a sal, ron ymadera vieja.

Finalmente, llegamos a unapuerta maciza de madera. La mujer la abre sin hacer ruido y me haceun gesto para que entre.

Respiro hondo y cruzo el umbral.Me encuentro en una cabina amplia y lujosa, amueblada con muebles demadera oscura y decorada con mapas antiguos y armas oxidadas.

Detrás de un escritorioimponente, sentado en una silla de cuero, se encuentra un hombre. Esalto y musculoso, con el cabello negro azabache recogido en unacoleta y una barba incipiente que le cubre la barbilla. Sus ojosgrises me miran con una intensidad que me hace sentir incómoda.

Es mi secuestrador.

Me acerco a él con cautela, sinsaber qué decir. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, y mismanos están frías y húmedas.

—Buenosdías. Permíteme que me presente. Mi nombre es Sebastian, y soy elcapitán de este navío —me dice con una media sonrisa que noaparenta ser amable.

—EleanorBeaumont —me presento con un titubeo que no consigo disimular.

Él sonríe, como si disfrutarade la situación.

—Hepedido que traigan esto para ti —señala la comida que hay sobre lamesa—. Debes de estar hambrienta.

Lo miro con recelo. ¿De qué vaeste tío? Primero me secuestra, luego me encierra durante un díaentero, ¿y ahora va de simpático?

—¿Quéquieres de mí? ¿Por qué estoy aquí? —pregunto ignorando losrugidos de mi estómago.

La sonrisa del capitán seensancha.

—Directaal grano —dice con voz melosa—. Muy bien.

Se levanta de su silla y seacerca a mí, rodeando la mesa con pasos lentos y deliberados. Supresencia me intimida, pero me obligo a mantener la compostura.

—Voya ser claro contigo —dice con voz grave—. Mi intención cuando tedescubrí no era otra que la de acabar con tu vida.

Mis palabras se ahogan en migarganta. Un escalofrío recorre mi espalda. No puedo creer lo queestoy escuchando.

—Perola brújula parece responder a ti —continúa—, así que vas aayudarme a conseguir mi tesoro.

Lo observo con los ojosdesorbitados, la confusión y el miedo todavía latentes en mí.Demasiadas cosas como para concentrarme y entender lo que me estádiciendo.

—¿Québrújula?— digo tardando más de lo debido en comprenderlo todo.

—Laque tuviste el valor de robarme.

—¡Yono he robado nada!— exclamo, indignada.

—Yaún así te encontré con ella —dice con sorna—. No solo eso, sino que trataste de ocultarla cuando me viste.

Yo sacudo la cabeza, recordandolos acontecimientos, nuestro encuentro.

—Nofue así, no trataba de ocultarla, trataba de... —mi voz se apaga.¿Trataba de qué? ¿De viajar con la brújula? Es de locos, y detodas formas no me creerá.

Corazón de Sal y Mar: AtrapadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora