Lossiguientes días los paso encerrada en mi camarote, con la monotoníade las olas y el crujir del barco como única compañía. Sólo mepermiten salir cuando Sebastian me llama para hacer funcionar labrújula y asegurarse de que siguen el rumbo correcto.
Estoymás que indignada. No sólo me mantiene cautiva, sino que tambiénme reclama como suya, ¡como si fuera una propiedad! Y ni siquiera medice por qué. La frustración y la ira hierven en mi interior, perono tengo a dónde dirigirlas. No sé qué es lo que señala labrújula, ni por qué funciona sólo conmigo. Esta ignorancia meconsume, me carcome desde dentro.
Laspreguntas empiezan a ser demasiadas, y no tengo una sola respuestapara ninguna de ellas. ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué yo?¿Qué es lo que realmente busca Sebastian? Cada vez que intentoencontrar respuestas, sólo me encuentro con más incertidumbre yconfusión. Hasta ahora, lo único que parece tener sentido es que labrújula, independientemente de a dónde nos lleve, es la que metrajo aquí. A un lugar remoto en el pasado.
Larutina diaria se convierte en una especie de tortura psicológica. Mellaman, tomo la brújula, observo cómo la aguja se muevefrenéticamente hasta detenerse en esa dirección misteriosa, y luegovuelvo a mi celda flotante. Cada vez que sostengo la brújula, sientouna conexión extraña y perturbadora, como si el objeto tuviera unavoluntad propia y supiera más de mi destino que yo misma.
Empiezoa prestar atención a los detalles, a los gestos de Sebastian y latripulación, tratando de recoger cualquier pista que pueda ayudarmea entender qué está pasando. Pero la mayoría de las veces, soloencuentro más enigmas. La tripulación me trata con una mezcla detemor y respeto, como si supieran algo que yo no sé. Sus miradasfurtivas y susurros sólo aumentan mi desconcierto.
Unanoche, mientras estoy acostada en mi litera, escucho el suavegolpeteo de la lluvia contra el casco del barco. El sonido, en lugarde ser reconfortante, me llena de una inquietud profunda. Las paredesdel camarote se sienten más estrechas, y la opresión de misituación se hace casi insoportable. Siento cómo el pánico seapodera de mí y corro hacia la puerta. Sé que está cerrada, peroaun así trato de forcejear con ella. Luego empiezo a aporrearla y agritar, suplicando que abran la puerta.
Nopasa mucho rato hasta que la mujer menuda de la trenza aparece pararescatarme de mi prisión. Su expresión es una mezcla de fastidio ysorpresa.
—¿Quéocurre? —pregunta, su voz suave pero firme.
Aprovechola confusión y me escabullo entre sus brazos, empujándolaligeramente. Su sorpresa le impide reaccionar de inmediato, y yo echoa correr hacia la libertad del cielo abierto. Mis pies descalzosgolpean el suelo de madera con fuerza, cada paso resuena en elsilencio de la noche.
Elaire fresco y la lluvia me golpean el rostro cuando alcanzo lacubierta. La sensación de libertad es abrumadora, y por un instante,respiro profundamente, disfrutando de la brisa salada y el sonido delmar.
Corrohacia la proa del barco, mi cabello empapado pegándose a mi rostro.La lluvia arrecia, convirtiéndose en una cortina de agua quedificulta la visibilidad. Pero no me detengo. La adrenalina bombea enmis venas, impulsándome a seguir adelante.
Derepente, escucho voces y pasos apresurados detrás de mí. Latripulación me ha oído gritar y acude a mi encuentro para evitarque intente escaparme. Pero lejos de la realidad, no es mi intenciónescapar. No ahora. Lo único que necesito es... esto. Respirar airefresco, sentir el viento en mi cara. Caminar.
Mearrodillo junto a la baranda del barco y me aferro a la madera. Larugosidad del material bajo mis dedos me ancla a la realidad. Lalluvia sigue cayendo, empapando mi ropa, mi piel, mis pensamientos.Necesito este momento de conexión con el mundo exterior, con algoque no esté dictado por Sebastian y su brújula.
Lamujer de pelo rojo aparece, su figura recortada contra la tormenta.Ordena al resto que vuelva a sus cosas, su voz firme y autoritaria.Los marineros obedecen, aunque con miradas llenas de curiosidad ypreocupación. Ella se arrodilla frente a mí, sus ojos buscan losmíos con una mezcla de empatía y determinación.
—¿Estásbien? —pregunta suavemente, su voz apenas audible sobre el rugidodel viento y la lluvia.
Yoniego con la cabeza, luchando por articular las palabras que seatoran en mi garganta.
—Nopuedo seguir ahí dentro —consigo decir a trompicones, sintiendocómo la angustia me oprime.
Ellame mira, y en sus ojos veo algo de comprensión, un destello deexperiencia en este mar de incertidumbre.
—Noes fácil —dice finalmente—. Lo sé. Estar aquí, sin respuestas,sin control. Pero debes mantenerte fuerte.
Peroyo vuelvo a negar con la cabeza, desesperada por encontrar unasalida.
—No,no puedes llevarme de vuelta. No lo haré —digo, sintiendo cómo ladesesperación me ahoga—. Quiero... quiero volver a casa —laslágrimas amenazan con escaparse de mis ojos.
Ellase queda en silencio un momento y coloca una mano reconfortante en mibrazo. Es un gesto sorprendentemente cálido.
—Nopuedo prometerte eso. Yo no —me dice con sinceridad—. Pero puedohablar con el capitán. Pedirle que te permita salir. Al fin y alcabo, no sabes nadar. Tampoco es que vayas a ir muy lejos, ¿verdad?
Lamiro de soslayo, sintiendo un destello de esperanza mezclada con micreciente desesperación.
—Creoque no nos hemos presentado oficialmente. Mi nombre es Evelyn —diceentonces, rompiendo el hielo con una sonrisa leve y amable.
Evelyn.El nombre suena familiar, reconfortante. Mientras miro hacia elhorizonte oscuro y tormentoso, me siento un poco menos sola sabiendoque alguien está dispuesto a escucharme y a intentar ayudar.
—Volvamosdentro antes de que cojas un resfriado —me dice Evelyn conpreocupación, interrumpiendo mis pensamientos.
Asientoen silencio, agradecida por su consideración. Me pongo de pielentamente, sintiendo la humedad calándome hasta los huesos. Mispensamientos siguen enredados en una maraña de miedo y esperanza,pero al menos ahora sé que no estoy completamente sola en estasituación desconcertante.
Evelynse pone de pie a mi lado y me guía de vuelta hacia el interior delbarco. La lluvia sigue cayendo con fuerza, creando un telón de aguaalrededor de nosotros. Caminamos juntas por el pasillo estrecho, lospasos resonando en el silencio tenso de la noche.
—Hablarécon él a primera hora —me dice en voz baja, como si temiera serescuchada—. Te informaré de su decisión en cuanto tenga unarespuesta.
Leagradezco con la mirada, sin saber realmente qué decir. Regresamosal camarote y me siento en el borde de la cama, todavía temblandopor la emoción y el frío. Evelyn permanece a mi lado un momentomás, ofreciéndome una sonrisa tranquilizadora antes de retirarsediscretamente.
Mequedo sola en la habitación, el susurro de la lluvia y el crujir delbarco bajo mis pies son los únicos sonidos que rompen el silencio.Mientras me abrigo con una manta, mi mente vuelve a dar vueltas sobretodo lo que ha sucedido desde que llegué a bordo. La brújula,Sebastian, las islas misteriosas... todo es como un rompecabezas sinpiezas que encajen.
Peroal menos ahora tengo una aliada, alguien que está dispuesta aescucharme. Que es mucho más de lo que tenía hace solo unosmomentos. Con esa esperanza en el corazón, me acurruco en la cama ycierro los ojos, esperando que mañana traiga respuestas y quizás,un camino hacia casa.
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Corazón de Sal y Mar: Atrapada
RomanceEleanor siempre ha llevado una vida ordinaria, hasta que una visita al desván de su abuela cambia su destino para siempre. Allí encuentra una brújula que, para su sorpresa, la transporta a una época lejana y peligrosa. De repente, se encuentra en el...