CAPÍTULO 1. ¡Bienvenida al club!

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El rugido del motor del coche se mezclaba con el murmullo constante de la ciudad que despertaba a su alrededor. Los edificios altos, hechos de vidrio y acero, proyectaban sombras alargadas sobre las calles abarrotadas de vehículos y personas, mientras Valery observaba el paisaje que pasaba a través de la ventanilla empañada. Cada vez que el coche avanzaba unos pocos metros, el corazón de Valery latía un poco más rápido, como si estuviera en sintonía con el tráfico lento y caótico de la capital.

Era la primera vez que Valery dejaba su pequeña ciudad natal para adentrarse en la vasta metrópolis que albergaba la universidad de sus sueños. El aire dentro del coche se sentía pesado, cargado de una mezcla de ansiedad y nerviosismo que parecía emanar de cada rincón del vehículo. Valery intentaba mantener la calma, pero no podía evitar sentir un nudo en el estómago, una sensación de inquietud que se intensificaba con cada minuto que pasaba.

—¡Vamos a llegar tarde! —exclamó su madre, Susan, con la voz temblorosa y la mirada fija en su reloj de muñeca.
Su rostro estaba tenso, y sus manos se aferraban al bolso de cuero marrón como si fuera una cuerda de salvamento en medio de un mar embravecido.

Las líneas finas alrededor de sus ojos se marcaban más cada vez que miraba hacia adelante, como si intentara perforar con la mirada el denso tráfico que se extendía ante ellos. La expresión de Susan era una mezcla de preocupación y desesperación, y cada vez que sus ojos se encontraban con los de su hija a través del espejo retrovisor, parecían llenos de una tristeza contenida, como si temiera lo que estaba por venir.

—Cálmate, Susan —dijo su padre, Paul, con un tono de voz que intentaba ser tranquilizador pero que no lograba ocultar su propia frustración—. Estamos haciendo lo mejor que podemos. No es culpa nuestra que el tráfico esté así de horrible.

Paul mantenía las manos firmemente en el volante, pero sus nudillos estaban blancos por la presión, y una gota de sudor resbalaba lentamente por su frente. Sus ojos, normalmente calmados y serenos, estaban ahora llenos de una mezcla de impaciencia y enfado, mientras miraba con desaprobación los coches que los rodeaban, como si esperara que todos se hicieran a un lado para que pudieran pasar.

El coche estaba prácticamente detenido, atrapado en un mar de vehículos que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Solo se escuchaba el murmullo de los motores y algún ocasional bocinazo impaciente. Valery se sentía atrapada, no solo en el tráfico, sino también en la tensión que llenaba el aire dentro del coche. Sabía que sus padres solo querían lo mejor para ella, pero la presión que ejercían sobre ella y sobre sí mismos en ese momento hacía que la situación fuera casi insoportable.

—No voy a dejar que mi hija se quede sola en esta ciudad, ¡y menos si llegamos tarde! —insistió Susan, su voz subiendo de tono con cada palabra. Había algo desesperado en su tono que Valery sabía decodificar: no era el atasco lo que la llevaba a ese estado de nervios, sino tener que dejar allí a su única hija.

Valery se removió en su asiento, sintiendo que la presión aumentaba con cada segundo que pasaba. El interior del coche, se había convertido en una especie de cárcel emocional, y ella sabía que tenía que salir de allí antes de que todo estallara. Respiró hondo y, sin decir una palabra, comenzó a desabrocharse el cinturón de seguridad.

—¿Valery? —dijo su madre, notando el movimiento y girando la cabeza rápidamente—. ¿Qué estás haciendo?

Valery no respondió de inmediato. En cambio, abrió la puerta del coche y dejó que el aire de la ciudad le golpeara el rostro. Era un aire denso, cargado de olor a asfalto caliente, pero para Valery, era un soplo de libertad. Agarró su maleta, que descansaba en el asiento trasero, y se giró para enfrentar a sus padres.

—Voy a caminar, mamá.Volved al pueblo. —Su voz era suave pero firme, como si hubiera tomado una decisión irrevocable—. Solo son un par de manzanas hasta la residencia. Estaré bien.

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