Capítulo 2.

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Peter

Estaba oscuro, pero no era la noche más oscura que había tenido, era más bien una de las más iluminadas, a diferencia de la oscuridad que había padecido antes.

Mis recuerdos eran vívidos, cada uno de ellos pasaban por mi mente con tal rapidez y nitidez que me hacían sentir nuevamente el terror experimentado en ese entonces. Ya habían pasado tres horas desde la huida. Ahora nos encontrábamos en un pueblo pequeño, un poco sombrío y bastante silencioso. El frío del lugar era perfecto para pasar desapercibidos.

Cerca de mí, en el piso, yacían sin vida dos lechuzas, una de ellas al parecer había sido lastimada por una bala perdida. Un cazador a unas cuantas millas de allí había disparado por error su rifle y la bala había viajado hasta llegar al corazón del ave, que cayó desangrándose e inerte del árbol donde descansaba con su pareja, quien voló en picada desde lo alto de las ramas para ayudar a su ser querido. Pero había sido demasiado tarde, y no sabía que por la tontería de querer ayudar a su consorte estaba buscando su muerte.

Pero preferiría omitir hablar del asunto.

Recordaba... ¿Qué recordaba? Que corría con rapidez por una especie de túnel oscuro, que estaba lleno de humo y me provocaba nauseas por su olor ácido y repugnante... A medida que pensaba en ello volvían las náuseas, con más fuerza que antes. Supongo que el pánico que el recuerdo provocaba en mí era lo que aumentaba esa terrible sensación en mi estómago.

—¡Corre! —Me había gritado Eric.

—¿Y David? —pregunté entonces preocupado dado que hacía rato no sabía nada de él.

—Está dibujando el portal —contestó— Vamos Peter ¡ahí vienen!

—¿Dónde? —le cuestioné. No veía nada, acabábamos de salir del túnel, así que todo lo veía muy borroso por culpa de los gases que salían de allí.

Esos recuerdos me tenían preocupado. Aunque estuviera sentado respirando profundamente y tratando de olvidar aquello, no estaba seguro de que ya todo estuviera bien, de hecho recordaba eso y pensaba si realmente había hecho lo correcto.

—Están cerca, los siento —Había contestado Eric y entonces sabía que venían atrás de nosotros.

—¡Maldición!—grité desesperado buscando en mis bolsillos.

—¿Qué pasa? —me interrogó alarmado deteniéndose en seco.

—La dinamita... —murmuré sin esperanzas y justo antes de caer desfallecido para rendirme:

—Aquí la tengo —exclamó señalando el maletín que traía en la espalda.

—¿Y el fuego? —pregunté— ¡No tengo cerillas ni encendedor!

—¿Dejaste de fumar? —me interpeló atónito.

—¡Sí! Demonios. ¿Qué hacemos?

—Haz que truene, ¡Pero rápido! —propuso.

—¿Cómo?

—No lo sé —contestó—. ¿No sabes tú? ¡Deberías saber! —Me increpó en tono imponente. Y supe a qué se refería. Entonces levanté mi mirada al cielo vi que las nubes se unieron con rapidez. Cerca de allí cayeron unos tres o cuatro rayos. Uno de los cuales cayó en un árbol que estaba a unos dos metros de nosotros y se encendieron inmediatamente sus ramas.

—¡Sí! —gritó Eric sonriendo y de un salto llegó hasta el árbol, arrancó una rama encendida y prendió la dinamita lanzándola hacia el túnel.

—¡Bien! —grité yo mientras corríamos ambos tras oír la explosión.

Y al recordar la explosión mis oídos otra vez sufrieron el dolor de ese momento. Pero debía seguir recordando, porque como decía Lenin: "Quien no recuerda la historia está condenado a repetirla".

Ángeles 1. Nicole y PeterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora