The one and only kiss

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Para esa hora del día, estaba sentado tras su escritorio, moviendo una pluma con tinta como se hacía desde antaño sobre el papel, dándole un par de indicaciones a Hyoga con respecto a Jacob, su pequeño amigo en Siberia, a quien debería entrenar en los días posteriores, como su sucesor a la armadura del Cisne.

—Maestro Camus—, una voz femenina y gentil se asomó por la puerta—, disculpe que interrumpa...

—¿Qué sucede, Portia?— Le preguntó a la doncella que acaba de hablarle, y que era quien limpiaba el templo por la tarde.

—Tiene una visita—. Anunció en el mismo tono. El aguador no retiró la vista de la carta.

—Estoy un poco ocupado, ¿puedes pedirle que regrese después?— Explicó con calma. La muchacha asintió, pero aunque estaba de acuerdo con el mensaje, supuso que sí anunciaba apropiadamente a aquella persona, el francés cambiaría de opinión.

—Dice que es su amigo de la infancia—. Acotó, tratando de no sonar entrometida. 

Camus no levantó la vista, pero sí detuvo sus movimientos durante un breve momento. 

¿Por qué Milo se anunciaría así? 

Era un poco extraño, ya que conocía perfectamente al escorpión dorado, y entendía que era demasiado orgulloso como para no usar un título tan preponderante como el de caballero, en vez de amigo. 

Camus aguardó un instante, y pensó que, si bien estaba ocupado en ese momento, podría dejar brevemente sus asuntos para darle un poco de espacio.

Además, si no aceptaba, después estaría ansioso preguntándose el porqué lo había ido a buscar.

—Dile que pase—. Solicitó Camus, volviendo a lo suyo. 

Cuando quedó solo, suspiró suavemente mientras trataba de recordar el hilo de sus propios pensamientos para plasmar estos en el papel, consciente de que el escorpión celeste avanzaría en el pasillo con ese caminar seguro de sí mismo, mientras se quedaba por ahí observando en silencio.

Intentó apurar la carta para Hyoga sin desestimar palabras, en el instante que sintió su presencia en la habitación.

—En un momento estoy contigo—. Le dijo, para asegurarse de no hacerle esperar demasiado; sin embargo, no fue la voz griega de Milo quien respondió eso.

—He esperado meses, ¿qué son dos minutos?— Camus reconoció, en sus palabras, al joven asgardiano con quién compartió en el pasado una promesa.

—¿Surt?— preguntó el aguador, levantando la vista hacia él. Dejó la pluma en el tintero, apoyó las manos en el escritorio para levantarse de la silla y dar la vuelta al mueble de roble para encontrarse con aquel amigo de su infancia.

—¿Interrumpo?— sonrió el pelirrojo. El galo movió ligeramente la cabeza, y le extendió educadamente la mano.

—Para nada. Me complace verte de nuevo—. Saludó formalmente. El asgardiano levantó la palma, y sostuvo entre la suya la del guardián del onceavo templo, cubierta por el guante metálico de la armadura de acuario.

Surt pensó que podría reclamar esa distancia que Camus interpuso entre ellos, escribiendo alguna carta o yendo a verlo; pero dejaría ese tema para después.

—¿Te gustaría beber algo?— preguntó el galo, soltando a su amigo para ofrecerle asiento en un sillón frente al escritorio.

—Creo que es muy pronto para servirme, pero temo que contigo debo ser directo—. Dijo el asgardiano con una pequeña sonrisa. Camus se extrañó ligeramente, y cuando estaba por responder, el otro se acercó, dándole un suave beso que apagó rápidamente—. Quiero beber tus labios...— anunció, y volvió a besarlo.

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