ESTRELLAS

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    Después de caminar por las calles un poco mareados, llegamos hasta mi casa y entramos para descansar.

    Ema se sentó en el sofá, un poco desacomodada, y se quitó sus tacones con los pies, aflojando el tacón con la punta del otro pie hasta sacarlo del talón.

    Entré a la cocina y comencé a preparar un poco de pasta con pollo: llené una olla con agua, sal y un poquito de aceite; la puse sobre la estufa a llama alta y procedí a lavar el pollo y adobarlo con diferentes salsas y condimentos. Una vez que el agua ya rebasaba los 100 °C, destapé un paquete de pasta y se la eché para que comenzara a ablandarse. En una sartén coloqué aceite y puse el pollo a sellar. Una vez que la pasta estuvo completamente blanda, apagué la olla y le retiré el agua. En ese momento agarré el pollo y se lo eché a la pasta y revolví; ya lo único que quedaba era servir. Lo llevé a la mesa y destapé una gran botella de vino tinto; la serví en dos copas y las coloqué en el comedor.

    Ema se emocionó y se sentó a la mesa para comer.

    El tenedor se envolvió con la pasta, el vino tinto humedeció sus labios de color idéntico y su mirada no pudo ocultar lo delicioso que estuvo todo.

    —Ya vuelvo, voy al baño—. Me levanté de la mesa y entré al baño; me miré en el espejo y tomé un respiro... Caminé y salí del baño para entrar a la habitación, agarré un jarrón con girasoles y bajé hasta la sala. Me paré detrás de Ema y estrellé el jarrón en su cabeza. Ella cayó al suelo y yo me lancé hacia ella; con un fragmento del jarrón aún en mi mano rasgué su camisa y un poco su abdomen. —¿Crees que no me daría cuenta? ¿Tus amigas me creen tonto?—. Quité de su cuerpo toda la camisa y la lancé hacia un rincón. —¿De qué hablas?—, me dijo con una voz cortada por el miedo y el dolor. Sabía que no necesitaba más explicaciones; seguro ella me había engañado con otra persona y sus amigas estaban enteradas de todo.

    Cerré la mano y le pegué un puño en el rostro; enseguida su nariz se reventó y la sangre cayó en el suelo. La agarré del cuello y la comencé a asfixiar; su garganta se sentía cada vez más pequeña y su nariz ya no exhalaba. La solté y, lentamente, recuperó el aire. Agarré una parte grande del jarrón que aún contenía girasoles y con su lado filoso comencé a apuñalar su abdomen. Rápidamente, sus tripas brotaron desde su interior; la sangre saltó a mi rostro, se deslizó por mi mentón y mandíbula, bajó por los costados de mis ojos y goteó hasta mi camisa. La sangre salió y salió hasta manchar por completo mi camisa. Su cuerpo dejó de moverse y sus ojos ya no reflejaban sentimiento.

    No sé por qué... ¿Por qué lo hice?... Miro hacia las estrellas recordando su cuerpo acabado, su cuello marcado con mis manos y su ojo hinchado, todo con pétalos de girasol alrededor que se hunden en la sangre de mi amada.

    A lo lejos veo cómo las sirenas de la policía llaman la atención y vienen hacia mi dirección.

    —Este es nuestro propósito—. ¿Quién dice eso?... Ya no aguanto un segundo más... Solo quiero acabar... Quiero acabarnos...

    Me levanté y caminé hacia el mar; mis pies tocaron el agua, mis piernas sintieron la marea, mi abdomen el frío y mi cabeza el silencio...

    Me hundí.

STAR: Los secretos del océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora