El sonido del despertador resonó en la habitación, un recordatorio implacable de que el verano había llegado a su fin y un nuevo año escolar estaba a punto de comenzar. Adrián lo apagó de un manotazo, y permaneció en la cama unos minutos más, contemplando el techo. Hoy era el día, el primer día del resto de su vida. La decisión había sido tomada, pero la realidad de lo que estaba a punto de hacer se sentía como una mezcla de liberación y temor que le revolvía el estómago.
Adrián se levantó lentamente, caminó hacia el espejo y se miró con atención. La imagen que el espejo devolvía no era la que él quería ver, pero sabía que hoy era el primer paso para cambiar eso. La ropa que había preparado la noche anterior estaba doblada cuidadosamente en una silla: una camisa negra de botones, unos jeans ajustados y una chaqueta que había comprado con sus ahorros. No era solo ropa; era una armadura, un escudo que lo protegería de las miradas inquisitivas y los comentarios malintencionados.
Mientras se vestía, su mente repasaba las conversaciones que había tenido consigo mismo durante todo el verano. Había investigado, leído sobre otros chicos como él, y se había preparado mentalmente para lo que estaba por venir. Sin embargo, por mucho que se preparara, no podía evitar la ansiedad que lo acompañaba. ¿Qué dirían sus compañeros? ¿Cómo reaccionaría su familia? ¿Estaría realmente listo para enfrentar el mundo como Adrián, dejando atrás el nombre que le habían impuesto al nacer?
Bajó las escaleras lentamente, tratando de no hacer ruido. Sabía que su madre estaba en la cocina, preparando el desayuno como cada mañana, y aunque quería evitar la confrontación, sabía que no podía escapar para siempre. Tomó una respiración profunda y entró.
"Buenos días, mamá," dijo, tratando de sonar casual.
Su madre levantó la mirada de la sartén y lo observó por un momento. Había algo en sus ojos que indicaba que sabía que este día era diferente, aunque no entendiera completamente por qué. "Buenos días, cielo," respondió, su voz cargada de una preocupación que no lograba disimular.
Adrián tomó asiento en la mesa, pero el nudo en su estómago le impedía siquiera pensar en comer. La conversación que había tenido con su madre semanas atrás volvió a su mente. Había sido una charla difícil, una en la que finalmente le había revelado lo que llevaba tanto tiempo ocultando. Su madre había escuchado en silencio, asimilando sus palabras, y aunque no había gritado ni lo había rechazado, tampoco había habido un apoyo total. Era un proceso, lo sabía, pero a veces deseaba que fuera más rápido, más fácil.
"Hoy... hoy es mi primer día como Adrián," dijo finalmente, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos.
Su madre dejó la sartén y se giró hacia él. "Lo sé, cariño," respondió, acercándose para tomar su mano. "Y quiero que sepas que estoy aquí para ti, aunque me tome tiempo entenderlo todo."
Adrián asintió, agradecido por sus palabras, aunque en el fondo deseaba un apoyo más contundente. Sabía que estaba haciendo lo correcto, pero la incertidumbre y el miedo seguían siendo compañeros constantes.
Cuando llegó a la escuela, el bullicio habitual del primer día lo envolvió de inmediato. Los estudiantes se saludaban, compartían historias de verano y se preparaban para lo que prometía ser otro año lleno de estudios, amistades, y desafíos. Adrián sintió cómo la presión en su pecho aumentaba con cada paso que daba. Sus manos temblaban ligeramente mientras ajustaba la mochila sobre su hombro y se dirigía hacia su casillero.
Mientras caminaba por los pasillos, las miradas curiosas no tardaron en aparecer. Algunos rostros conocidos lo miraban con extrañeza, mientras que otros susurraban entre ellos, tratando de comprender lo que estaban viendo. Adrián trató de mantener la calma, recordándose a sí mismo que esto era lo que quería, lo que necesitaba hacer. Pero eso no hacía que fuera menos aterrador.
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Metamorfosis De Cristal
Teen FictionA veces, el mayor acto de valentía es simplemente seguir adelante, incluso cuando el mundo a tu alrededor cambia lentamente.