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Era un día soleado y el aire estaba impregnado del bullicio de la ciudad. Danielle y yo, dos chicas de diecisiete años, decidimos que necesitábamos un descanso del estrés escolar.

Las últimas semanas habían estado llenas de exámenes y trabajos, así que un día de compras sonaba perfecto.

Después de recorrer varias tiendas y probarnos ropa divertida, encontramos una boutique que llamaba nuestra atención.

La música suave y el aroma a perfume ligero nos recibieron al entrar. Mientras me asomaba a un perchero, Danielle se acercó a un vendedor que parecía conocerla de vista.

—Voy a ver esos zapatos —dijo, señalando un par en una estantería—. Espérame aquí, ¿sí?

Asentí, contenta de tener un momento para mí misma. Me quedé en la puerta, disfrutando de la brisa que soplaba y observando a la gente pasar.

Era interesante ver cómo cada persona llevaba su propia historia en el rostro.

Mientras me distraía con las conversaciones de las parejas que paseaban, un grupo de chicas apareció en la acera.

Riendo y conversando animadamente, se acercaron a donde estaba. Una de ellas, con cabello oscuro que brillaba bajo el sol, me llamó la atención. No sabía por qué, pero había algo en su forma de ser que me intrigaba.

Con sus amigas, la chica se detuvo un momento cerca de mí, aparentemente discutiendo sobre dónde ir después.

La vi vestida de manera casual. Se notaba que disfrutaban de su día, y sin darme cuenta, sonreí al ver su felicidad.

Sin embargo, la conversación se desvaneció rápidamente cuando el grupo comenzó a alejarse.

Me quedé mirando, sintiendo un ligero desasosiego, como si hubiera perdido algo que ni siquiera sabía que quería.
Pero en un parpadeo, el grupo desapareció en la multitud.

Al darme cuenta de que Danielle aún no había salido de la tienda, decidí volver a distraerme. Comencé a observar a otras personas cruzando la calle, cada una inmersa en su propio mundo.

Las risas, los murmullos y los pasos apresurados llenaban el aire mientras me sumergía en pensamientos sobre los exámenes que se acercaban y las vacaciones que parecía tan lejos.




Al llegar a casa, el eco de las risas y la felicidad del día todavía resonaban en mi mente. Danielle se despidió con una sonrisa, pero yo apenas podía concentrarme en sus palabras.

Mi cabeza estaba llena de pensamientos sobre la chica del grupo, esa que había captado mi atención de una manera que no entendía del todo.

Me dejé caer en el sofá, mirando por la ventana. ¿Era envidia lo que sentía? Esa chispa de alegría que irradiaba la chica me había dejado un sabor extraño en el corazón. ¿Por qué no podía tener eso?

La imagen de su cabello oscuro brillando al sol seguía danzando en mis pensamientos.

La noche se deslizó lentamente, pero el recuerdo de aquella chica me acompañó hasta que finalmente logré dormir, solo para despertar con su imagen clara en mi mente.

Al día siguiente, decidí que debía volver al parque, quizás tenía suerte y la vería de nuevo.

El aire fresco de la mañana me acarició la piel mientras me dirigía al parque. La luz del sol brillaba a través de las hojas, creando un mosaico de sombras en el suelo.

Caminé por el sendero, sintiendo la ansiedad mezclada con la emoción. ¿Y si la veía? La posibilidad me hacía sentir viva.

Y, de repente, ahí estaba. En una esquina, bajo un árbol, vi a la chica, mis pasos se acercaban, mi corazón latía con fuerza.

La observé un momento, su sonrisa era cálida y despreocupada, como si disfrutara de cada instante. Me armé de valor y me acerqué.

—Hola —dije, intentando sonar casual, pero mi voz tembló ligeramente.

levantó la vista y me sonrió, y fue como si todo mi nerviosismo se desvaneciera.

—¡Hola! No te había visto antes —respondió, su tono era amable.

Me sentí aliviada y emocionada al mismo tiempo, comenzamos a hablar.

Su nombre era Minji, muy bonito.

La conversación fluía fácilmente, como si nos conocíamos de toda la vida. Hablamos de cosas triviales: películas, música y nuestras pasiones.

Era increíble cómo una simple conversación podía sentirse tan natural.

Después de un rato, Minji miró su reloj con una expresión de ligera preocupación.

—Lo siento, pero tengo que irme —dijo, un poco apenada—. Pero me alegra haberte encontrado.

No quería que el momento terminara, así que respondí rápidamente.

—¿Podemos intercambiar números? Así podemos hablar más —dije, sintiendo cómo el nerviosismo regresaba.

Su rostro se iluminó con una sonrisa.

—¡Claro! —respondió mientras sacaba su teléfono y yo el mío.

El momento se sintió perfecto. ¿Quién sabía que algo tan simple podría hacerme sentir tan feliz?

Intercambiamos números y, antes de separarnos, Minji me dedicó una última mirada, una chispa en sus ojos que prometía más encuentros.

—Hasta pronto, Haerin —se despidió.

—Hasta pronto —respondí, sintiendo que mi corazón aún latía con fuerza mientras ella se alejaba.

Mientras caminaba de regreso, una mezcla de emociones me envolvió. ¿Era esto lo que había estado buscando?

Tal vez no era solo envidia lo que sentía. Tal vez había algo más.

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