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Después de la noche intranquila, me desperté con la sensación de que algo no estaba bien. La imagen de Minji en el restaurante seguía repitiéndose en mi mente, y la incertidumbre de su desaparición me había dejado con un nudo en el estómago.

Me levanté de la cama y me dirigí al baño para refrescarme. Mientras me lavaba la cara, mi mirada se cruzó con la mía en el espejo. Mis ojos parecían cansados, y mi piel pálida. Me sentí como si estuviera viviendo en una niebla constante, sin saber qué era real y qué no.

Después de vestirme, bajé a la cocina para desayunar. Mi madre ya había preparado algo para mí, pero no tenía hambre. Me senté en la mesa y miré mi teléfono, esperando encontrar algún mensaje de Minji. Pero no había nada.

La espera se estaba volviendo insoportable. ¿Por qué no me había buscado? ¿Por qué no me había dicho nada? Las preguntas se repetían en mi mente como un eco.

Danielle me llamó mientras estaba sentada en la mesa, y respondí con una voz débil. Charlamos un rato sobre nada en particular, pero podía sentir su preocupación. Me preguntó si estaba bien, y mentí diciendo que sí.

Después de la llamada, decidí salir a caminar. Necesitaba despejar mi mente y tratar de entender qué estaba pasando. El parque estaba cerca, y pensé que podría encontrar a Minji allí. Pero cuando llegué, no la vi por ninguna parte.

Mientras caminaba por el parque, mi mente seguía en Minji. De repente, sentí una mano en mi hombro. Me di la vuelta y allí estaba ella, sonriendo.

—¿Qué pasa? —pregunté, intentando parecer casual.

—Nada —respondió—. ¿Puedo quedarme en tu casa? Es que tuve problemas familiares y... espero no te importe.

Me sentí sorprendida, pero también emocionada.

—Sí —respondí rápidamente.

Minji sonrió y se acercó a mí.

Cuando llegamos a mi casa, mi mamá estaba en la sala, leyendo un libro.

—Hola, cariño —dijo, sin levantar la vista de su libro.

—Hola señora, soy Minji, mucho gusto —dijo Minji sonriente, sin esperar una respuesta, comenzó a avanzar—. ¿Dónde duermes?

—Voy a subir a mi cuarto —dije rápidamente—. Nos vemos mañana, mamá.

—Claro, cariño —respondió mi mamá, aún concentrada en su libro.

Subimos a mi cuarto en silencio. Minji se sentó en la cama, mientras yo cerraba la puerta. Me sentí nerviosa, pero también emocionada.

—Gracias por dejarme quedarme —dijo Minji, mirándome con una sonrisa.

—No hay problema —respondí, intentando parecer casual.

Minji se recostó en la cama y cerró los ojos. Me senté a su lado, sintiendo su cercanía.

Después de unos minutos de silencio, donde el único sonido en la habitación era el débil zumbido del ventilador, decidí romper el hielo. Algo dentro de mí me estaba empujando a preguntar, aunque temía la respuesta.

—Minji —comencé con un tono suave, casi vacilante—, ¿por qué me pediste quedarte en mi casa? No hemos hablado tanto estos días y se siente... —hice una pausa, buscando la palabra adecuada, aunque me costaba.

Minji abrió los ojos lentamente y me miró, su expresión era tranquila, pero sus ojos mostraban algo más profundo, algo que no había visto antes.

—¿Raro? —dijo con una ligera sonrisa—. ¿Incómodo?

Asentí levemente, sintiendo cómo mi rostro comenzaba a calentarse. No podía evitarlo. Su manera de decir esas palabras me hizo sentir más vulnerable de lo que esperaba.

Minji suspiró, como si estuviera tomando una decisión interna. Luego, se sentó en la cama, cruzando las piernas, su mirada fija en el suelo por un momento antes de levantarla hacia mí.

—La verdad es que mis amigas viven lejos —dijo, encogiéndose de hombros—. Y al verte en el parque, fuiste mi única opción.

Mis mejillas se encendieron de inmediato, y bajé la mirada, intentando ocultar mi sonrojo. ¿Realmente había sido yo su única opción? La idea de que ella me hubiera elegido, de alguna manera, me hizo sentir especial, aunque sabía que la situación era más complicada de lo que parecía.

El silencio volvió a instalarse entre nosotras, pero esta vez no era incómodo. Era un silencio lleno de expectativas, como si ambas supiéramos que algo más estaba por salir a la luz.

—¿Quieres saber qué pasó? —dijo de repente, su voz más baja, casi un susurro. Asentí, curiosa, aunque una parte de mí dudaba si estaba preparada para escuchar lo que Minji iba a decir.

Minji tomó aire profundamente antes de comenzar a hablar, sus palabras fluyeron con calma, aunque había una leve tensión en su tono.

—Hace unos días, mi mamá se enteró de que... me gustan las chicas —dijo, mirándome de reojo para ver mi reacción. Sentí un pequeño nudo formarse en mi estómago, pero traté de mantenerme neutral—. No lo tomó bien. En realidad, fue horrible. Me reclamó, me gritó, me dijo que estaba decepcionada, que eso no era lo que esperaba de mí. —Minji apretó sus manos sobre su regazo, como si revivir el momento fuera doloroso—. Y... no lo soporté. Simplemente no pude quedarme más en casa. Salí corriendo, sin saber a dónde ir. Y entonces, te vi a ti.

Su relato me golpeó con fuerza. No había imaginado que Minji estuviera pasando por algo tan difícil. Sentí una mezcla de tristeza y rabia por lo que había tenido que enfrentar.

—Minji... —empecé a decir, pero no sabía cómo continuar. No tenía las palabras adecuadas para consolarla.

—Está bien —respondió ella rápidamente, como si no quisiera que me sintiera incómoda—. No tienes que decir nada. Solo... gracias por dejarme quedarme aquí. No sabía a dónde más ir.

Sus palabras eran sinceras, y mi corazón se aceleró. Quería decirle que siempre tendría un lugar conmigo, que nunca estaría sola. Pero, en lugar de eso, solo asentí, conmovida por lo que acababa de compartir conmigo.

El silencio volvió a apoderarse de la habitación, pero esta vez no era ni raro ni incómodo. Era un silencio lleno de comprensión, una pausa donde sentía que habíamos cruzado un umbral, acercándonos más de lo que nunca hubiera imaginado.

Me acerqué a ella y, sin pensarlo demasiado, puse mi mano sobre la suya, apretándola con suavidad. Ella no se movió, pero tampoco se alejó. Nos quedamos así, en silencio, conectadas en un gesto que parecía decir más que cualquier palabra.

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