Desde que Minji comenzó a quedarse en mi casa, mi mente no había tenido descanso. No importaba lo que hiciera, ella estaba ahí, ocupando cada rincón de mis pensamientos. Cualquier gesto, cualquier palabra, parecía una señal, una prueba de que lo que yo sentía por ella era correspondido.
Minji, por su parte, parecía completamente ajena a lo que ocurría dentro de mí. Seguía siendo amable, coqueta sin darse cuenta, y cada vez que sonreía o me miraba, yo sentía que el mundo a mi alrededor se difuminaba.
Danielle, sin embargo, empezaba a notar los cambios en mí. Mi mente estaba en otro lugar, lejos de nuestras conversaciones habituales, y eso la preocupaba.
—¿Vamos a comer helado hoy? —me preguntó un día en la escuela, intentando animarme.
Miré mi teléfono rápidamente, buscando alguna señal de Minji, aunque sabía que no recibiría nada.
—Lo siento, Danielle. No puedo, ya tengo otro compromiso —respondí distraída.
Danielle me miró con una mezcla de sorpresa y tristeza.
—¿Otro compromiso? —repitió en un susurro, claramente herida.
Asentí sin dar demasiadas explicaciones. Iba a ver a Minji después de clase, y aunque no se trataba de una cita, en mi mente se sentía como si lo fuera.
Danielle sonrió débilmente, pero pude notar la tristeza en sus ojos antes de que se alejara.
Esa noche, mientras me dirigía a la cocina para cenar, subí la vista hacia mi cuarto, donde Minji estaba. Habían pasado varios días desde que se había instalado en mi casa, y aunque compartíamos momentos, había algo extraño en su comportamiento.
—Minji —la llamé desde el pie de las escaleras—, ¿no vas a bajar a cenar?
—No tengo hambre —respondió desde su cuarto, su voz suave pero distante.
Esa respuesta ya no me sorprendía. Era lo mismo todas las noches, y aunque al principio me preocupaba, con el tiempo comencé a aceptar su rutina. Aún así, una parte de mí deseaba que bajara, que compartiéramos ese momento juntas.
Al día siguiente, en la escuela, Danielle me volvió a invitar.
—¿Qué tal si esta vez vamos a la cafetería después de clases? Solo tú y yo, como antes.
Volví a rechazarla, aunque esta vez sentí una punzada de culpa al ver su expresión. Sabía que estaba lastimándola,Danielle no insistió, solo asintió con una sonrisa forzada y se despidió.
Esa tarde, en casa, intenté hablar con Minji de nuevo.
—¿No vas a estudiar? —le pregunté, sintiéndome un poco tonta por hacer esa pregunta. Yo seguía estudiando, al igual que Danielle, pero Minji parecía tener una vida aparte, algo que yo no terminaba de entender.
—Ya terminé mis estudios —respondió sin mucho interés, mientras miraba el techo desde mi cama.
Sentí un vacío extraño en mi estómago. Tenía dos años menos que Minji, y mientras yo todavía lidiaba con exámenes y tareas, ella parecía estar en un mundo completamente diferente al mío. Algo en esa distancia me hacía sentir pequeña e insignificante, pero también me hacía admirarla más.
Cada día, Minji parecía estar más distante, más inmersa en su propio mundo, pero yo no podía dejar de pensar en ella. Incluso cuando no estaba presente, su ausencia me pesaba como una sombra constante.
Danielle también comenzó a notarlo más. Aunque no lo decía abiertamente, sus ojos hablaban por ella. Cada vez que me alejaba o la rechazaba, se notaba que algo en su interior se rompía un poco más. Sabía que estaba lastimando a mi mejor amiga, pero era incapaz de detenerme.
Esa noche, de nuevo, fui a cenar sola. Minji se quedó en mi cuarto, como siempre, y yo traté de ignorar la sensación de que algo estaba cambiando, aunque no sabía exactamente qué era.