01 • Chocolate con porros

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Juanjo dio un fuerte portazo al salir de su casa, ignorando los gritos de su madre diciéndole que tuviera más cuidado.

Le daban igual. Es más, casi le alegraba haberla sacado de sus casillas, tal y como acababa de hacer ella con él hacía unos minutos.

Las peleas con sus padres siempre habían sido una constante en su vida. Desde que tenía memoria, siempre encontraban una actitud que recriminarle, una excusa para echarle algo en cara. Pero estas discusiones habían aumentado exponencialmente desde que había cumplido los dieciocho, hacía ya dos años. Ahora formaban parte de su día a día: lo raro era el momento en el que estaban tranquilos.

Era media tarde cuando se encontró a sí mismo caminando por las transitadas calles de Madrid, intentando alejarse lo máximo posible de su casa.

Se puso los auriculares y la música a tope, abstrayéndose por completo del mundo. Simplemente andaba sin ningún rumbo, deseando que el frío viento de noviembre hiciera desaparecer toda la impotencia que sentía, esa maraña de emociones y ansiedad que se había instalado en su estómago desde que había atravesado la puerta de su hogar.

Ni siquiera se dio cuenta del momento en el que empezó a llorar, solo fue consciente de ello cuando sintió un repentino sabor salado en la comisura de los labios. No obstante, eso solo provocó que más y más lágrimas comenzaran a recorrer sus mejillas.

Decidió sentarse en un banco e intentar tranquilizarse, pero fue completamente en vano.

No emitía ningún sonido, simplemente lloraba en silencio mirando al horizonte. Por ello, no entendió cómo aquel chico se dio cuenta de su situación.

Justo enfrente suyo, un joven había salido de un establecimiento con una bolsa de basura en la mano, supuso que para tirarla al contenedor. Pero, antes de llevar a cabo su tarea, sus ojos se encontraron.

Juanjo no pudo evitar apartar la mirada, nervioso ante la idea de que alguien lo viera así. Pero, antes de poder hacer nada por evitarlo, el misterioso chico con bigote ya se estaba acercando a él con una mueca de preocupación en el rostro.

A Juanjo le llamó la atención su forma de vestir, tan caótica y desenfadada.

–¿Estás bien?

La genuina preocupación que creyó escuchar en aquella suave voz le hizo sentirse un poco mejor. Aún así, no se vio capaz de decir la verdad, por muy obvia que fuera.

–Sí –contestó. Para no sonar tan seco, acompañó el monosílabo con una leve sonrisa, claramente falsa. Y supo que el extraño tampoco había encontrado ningún rastro de veracidad en ella cuando volvió a hablar.

–Anda, entra conmigo al bar y te doy algo de beber –dijo, señalando con la cabeza hacia el edificio del que había salido minutos atrás.

Juanjo dudó unos segundos, mirando hacia la diminuta cafetería a la que se estaba refiriendo el chico.

–Por favor –volvió a hablar el joven ante la falta de respuesta, esta vez tendiéndole una mano para ayudarle a levantarse.

Y la aceptó, porque no se veía con fuerzas para hacer cualquier otra cosa.

Cuando entraron al bar, le pareció un poco cutre. No pensaba decirlo en alto, pero había muy mala iluminación, muebles desgastados y apenas había gente. Desde luego, no era el tipo de sitio que él frecuentaba. Sin embargo, en aquel momento agradeció la falta de personas y la tenue luz, le transmitían una paz que las concurridas calles de Madrid no podían.

–¿Qué quieres beber? –preguntó el otro chico mientras caminaba para posicionarse detrás de la barra.

Juanjo se lo pensó durante unos instantes, sentándose en la banqueta más cercana al camarero que acababa de conocer.

Serendipia • JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora