Capítulo 1: fuerte viento devastador.

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El sofocante humo del tren nublaba mis pensamientos más que mis pulmones. No recordaba haber visto a tanta gente en un mismo lugar desde mi última fiesta en el pueblo, pero esta vez, el ambiente cálido y acogedor se desvanecía redundantemente con el mismo humo que cegaba el cerebro de las personas. El incansable taconeo de las muchachas que bajan a la estación era como una versión de títeres de mesa insaciable e incesante. Aquello, no permitía que una persona fuera clara con las decisiones que debía tomar, y más cuando debes tomarla con unos humildes zapatos de tela en pleno diluvio universal.

Recordaba el equipaje menos pesado, aunque, debo decir, que la elegancia de las maletas gigantes marcaban un aire de superioridad en mi mirada, como si no fuera una contradicción con la ropa vieja que aguarda.En ella llevaba un conjunto de ropa interior, dos vestidos, unas medias y una decoración extravagantemente cara de la que mi familia no se quiso deshacer para poder sobrevivir, aquella decoración que nos podría haber salvado de una inminente ruina, apegada por el orgullo a un legado que perduró hace tiempo.

Vagué por sus calles, me fascinaba su arquitectura e innovación. ¿Quién pudo pensar que esto era una buena idea y hacerlo? Y sobre todo, ¿cómo tuvo la precisión de acertar con dicha belleza? O, mejor dicho, ¿pienso que es bonito porque al estar en una ciudad debe serlo? Se trata de algo que no he visto en la vida. Sus colores, rojo carmesí y verde, me desatendió completamente del blanco en el que crecí. Puede que la ausencia de color me llevara a desearlo sin darme cuenta.

Calle del Agua, calle San Luis, Calle verde... Mil y una vueltas di hasta llegar a mi destino.

Adaira: Buenas tardes

Dependiente: Buenas tardes bella dama, ¿cómo puede este señor de aquí ayudarla?

Me pareció una persona entrañable, sus líneas de expresión, las patas de gallo de tanto sonreír con los ojos, me hacen pensar que ha logrado hacer feliz a muchas personas. Su cabello no tan cano que sentencia el camino más humano, el envejecimiento, con ello, su sabiduría.

Adaira: Puedes ayudarme con esto.

Al colocar el maletín en el mostrador, el señor me sonrió e inclinó su cabeza.

Dependiente: ¿Podría darme usted más detalle?

Adaira: Claro

Abrí la maleta y, con el mayor cuidado posible, traté de sacar mi ropa, especialmente la interior, para que su mirada la evitara y se centrara en lo verdaderamente importante. Me parece que funcionó con bastante facilidad, ya que sus ojos rasgados parecieron abrirse un poco más.

Dependiente: Dime, muchacha, ¿por qué deseas deshacerte de todo esto?

No es algo que me hubieran preguntado antes, ya que las personas con las que me crucé, sabían con evidencia el motivo. Pero parecia que me había preparado para en este momento, mostrar la máxima frialdad posible.

Adaira: Para ganar algo de dinero con algo que ha perdido todo su valor.

Dependiente: Se equivoca, lo que usted quiere entregarme tiene muchísimo valor.

Adaira: Para mí, ya no.

Dependiente: Necesito examinarlo todo, puedo tardar una hora aproximadamente. Si usted viene de lejos, podría quedarse mientras tanto, hace mucho frío ahí fuera. Además, llueve demasiado para que una mujer esté sola en la calle, y más siendo de piel fría, ansiosa de calor. Dime, niña, ¿de dónde vienes?

Adaira: De Aracena.

Dependiente: La Sierra de Huelva, preciosa ella. ¿Y qué le trae por Sevilla?

Adaira: Nuevos comienzos

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