III.

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El olor de la sal marina fue lo primero que notó, aunque probablemente el lugar en que estaba se encontraba a kilómetros de la costa. Seguía recostado y sentía un bamboleo tranquilo que le ayudaba a relajarse, mientras que, por el espacio abierto que tenía frente a él, podía observar una carretera maltrecha rodeada de un bosque de pinos y a lo lejos una escarpada sierra que rodeaba el valle que atravesaba.

No podía moverse, y de hecho tampoco estaba completamente consciente de lo que sucedía en torno a él. Su visión empezó a flaquear y fue entonces que empezó a escuchar murmullos lejanos. Voces que parecían ecos de épocas antiguas, que al mismo tiempo le parecían tan familiares y reconfortantes.

El hombre que nos trajo aquí mencionó que hay un tren que podríamos utilizar para viajar más hacia el sur. Podríamos escondernos en los vagones de carga, luego tomar un barco hasta Rávena y de ahí, directos hasta Roma.

¿A dónde lleva el tren?

La segunda voz, la que hizo la pregunta, sonaba como la suya. Reconoció en ella el tono de duda y ligero acento mezclado de todos los idiomas que hablaba. Idiomas, lugares, personas... entendió que eran recuerdos. Memorias de su vida pasada que regresaban poco a poco, como pequeñas gotas de agua que se filtraban de la fisura de una gran presa, amenazando con romper todo por completo y provocar un gran y violento torrente.

Un chico le sonrió antes de contestar. Un chico con pequeños cuernos en la cabeza.

A Venecia, Misha. Nos vamos a Italia.

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—¡Andrei! —fue lo primero que salió de su boca cuando abrió los ojos.

Había alguien al lado de la cama en la que estaba recostado. Al enfocarlo bien, vio que era un chico de ojos verdes, el mismo que había visto antes de caer desmayado. El olor a sal marina provenía de él, tal vez por eso había sentido que en su sueño estaba presente. Al compartir la mirada de sorpresa, el chico se puso de pie de golpe y gritó:

—¡Will, ya despertó!

—¿Quién... quién eres? —preguntó Misha, sentándose en la cama. El chico de ojos verdes se acercó con las manos en alto para tratar de calmarlo—. ¡N-no te me acerques!

—¡Oye, tranquilo! —dijo el desconocido con mirada preocupada—. Me llamo Percy, Percy Jackson. Soy hijo de Poseidón y estás en el Campamento Mestizo. No voy a lastimarte, te lo prometo.

Hijo de Poseidón. Así que era cierto que existían hijos de otros dioses. Misha creía que después de la segunda guerra mundial, los dioses se lo pensarían mejor antes de tener hijos, sobre todo por los horrores que estos habían tenido que pasar en aquellos tiempos.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. La segunda guerra mundial, algún punto entre la frontera de Austria e Italia había marcado un acontecimiento importante en su vida durante ese tiempo. ¿Pero por qué demonios no podía recordar más? ¿Quién era Andrei? ¿Quién era realmente Nico di Angelo?

¿Quién era él?

—¿Campamento Mestizo? —preguntó, pero antes de que Percy pudiera contestarle, un chico de su edad o tal vez un par de años más joven, entró en la habitación que, ahora que la revisaba con más detenimiento, parecía ser una enfermería.

—¿Qué fue lo que pasó? —cuestionó el chico de ojos azules y rizos rubios, ése debía ser el tal Will que Percy había llamado momentos antes—. ¿Qué hiciste, Percy?

—¡Nada! —se excusó el chico—. Empezó a balbucear cosas extrañas en otro idioma y luego despertó gritando el nombre de alguien.

Will miró a Percy con ojos incrédulos, antes de girarse hacia Misha y mostrar una sonrisa calma. Al hijo de Perséfone casi le pareció que una ligera aura radiante emanaba del chico.

EL PRÍNCIPE SOLITARIO // NICO DI ANGELO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora