Dos semanas después…
Ahí estábamos, solos en el parque, sentados en la banqueta, esperando pacientemente que un taxi desocupado apareciera para llevarnos lejos de allí. El tiempo pasaba, y con cada taxi ocupado que pasaba de largo, la frustración empezaba a hacerse palpable. Otro taxi, también ocupado, luego otro y otro. No parecía haber suerte. Me levanté, inquieta, después de haber esperado varios minutos sin éxito. La desesperación empezaba a tomarme por sorpresa.
En ese momento, sentí sus manos deslizarse suavemente por mi cintura, sus brazos envolviéndome en un abrazo que me llenó de una cálida sensación de seguridad. Su cabeza descansaba contra mi estómago, y el calor de su cuerpo se irradiaba hacia el mío. Instintivamente, mis manos encontraron su cabello, enredándose en esos rizos que tanto me gustaban.
Me movió con una delicadeza sorprendente, casi como si fuera una muñeca de trapo, haciéndome caer suavemente en sus piernas. Terminé sentada de lado, con sus brazos protegiéndome, como si nada en el mundo pudiera alcanzarnos en ese momento. Abrazada a su cuello, sentí la calidez de su piel, nuestros rostros tan cerca que podía sentir el leve roce de su mejilla contra la mía. Era reconfortante, cómodo, pero también había algo más, algo que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido, algo que iba más allá de la simple proximidad.
Y entonces, lo sentí. Sus labios. Un toque suave en mi mandíbula, luego en mi mejilla, y finalmente en mi frente. Sus besos eran ligeros, casi tímidos, pero cada uno de ellos me hacía sentir como si estuviera perdiendo el suelo bajo mis pies. Sus labios se acercaron cada vez más a los míos, como si estuvieran siguiendo un camino trazado con una precisión inquebrantable, hasta que solo un pequeño espacio nos separaba.
Él apoyó su frente contra la mía, y yo cerré los ojos, esperando... pero no pasó nada. Aún no. Sentí su respiración, su cercanía, y entonces escuché su susurro:
– ¿Puedo?
Esa simple pregunta resonó en mis oídos, despertando en mí una mezcla de emociones que no sabía cómo manejar. Quería decirle que sí, que lo único que deseaba en ese momento era besarlo, pero algo dentro de mí se resistía. No era miedo, ni siquiera dudas sobre lo que sentía por él. Era una sensación extraña, una especie de barrera invisible que me impedía actuar. No podía ignorar el hecho de que, a pesar de la cercanía, de la conexión evidente entre nosotros, aún no éramos nada más que dos personas compartiendo un momento.
No respondí de inmediato. En lugar de eso, solté una pequeña risa nerviosa y me aparté ligeramente, incapaz de sostener su mirada. Pero él no me dejó escapar tan fácilmente. Con una mano suave, acarició mi mejilla, girando mi rostro hacia él, obligándome a enfrentarlo.
– ¿No sabes cómo hacerlo? –no. Su voz era suave, llena de comprensión.
Negué con la cabeza, pero había algo más que quería decir, algo que estaba atrapado en mi garganta. Tragué saliva, tratando de ordenar mis pensamientos.
– Sí sé, pero no es eso –murmuré, desviando la mirada hacia algún punto indefinido detrás de él.
Él esperó, paciente, como si entendiera que necesitaba tiempo para encontrar las palabras. Pero no fue necesario. En lugar de seguir hablando, me acerqué a él nuevamente, buscando refugio en su abrazo, apoyando mi cabeza en su hombro mientras él hacía lo mismo en el mío.
– Sí quiero, pero no puedo –susurré, sintiendo cómo el calor se extendía por mis mejillas.
Él comenzó a besarme nuevamente, pequeños besos que se acercaban cada vez más a mi boca. Podía sentir su respiración acariciando mis labios cuando dijo:
– No hay por qué sentir vergüenza si es que no sabes cómo hacerlo, puedo enseñarte.
Si este fuera un libro o una película, probablemente me habría derretido de amor en ese mismo instante. Cualquier otra chica estaría sonriendo, feliz de estar en esta situación con alguien como él. Pero, por alguna razón, sus palabras solo me hicieron sentir más vergüenza. La cual me inundó al darme cuenta de que había mentido, que había fingido saber algo que claramente no sabía. Me sentía atrapada en una red de mentiras que yo misma había tejido.
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Antes de los 22
Teen FictionEs la historia de una chica que quiere cumplir con sus expectativas románticas antes de sus 22 años para sentir que ha experimentado antes de que concluya su juventud.