Prologo

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21 de septiembre de 1808

Querido Capitán Jeon Jungkook,

Hay sino solo un consuelo al escribir esta absurda carta. Y ese es que usted, mi querida ilusión, no exista para leerla.

Pero me estoy adelantando. Presentaciones primero.

Soy Madeline Eloise Grace. La boba más grande respirando en Inglaterra. Esto lo sorprenderá, me temo, pero usted se enamoró profundamente de mí cuando cruzamos caminos en Brighton. Y ahora estamos comprometidos.

Maddie no podía recordar la primera vez que había sostenido un lápiz de dibujo. Solo sabía que no podía recordar un momento en que hubiera estado sin uno.

De hecho, generalmente llevaba dos o tres. Los guardaba en los bolsillos de su delantal y los esparcía en su cabellera oscura, y a veces —cuando necesitaba todas sus extremidades para trepar un árbol o saltar una barandilla— apretados en sus dientes. Y los usaba hasta el cansancio. Esbozaba pájaros cantores cuando se suponía que debía estar prestando atención a sus lecciones, y esbozaba ratones de iglesia cuando debía estar en oración. Cuando tenía tiempo para pasear fuera, cualquier cosa en la naturaleza era juego limpio: desde los brotes de trébol entre los dedos de sus pies hasta cualquier nube que serpenteara sobre su cabeza.

Amaba dibujar cualquier cosa.

Bueno, casi cualquier cosa. Odiaba llamar la atención.

Y así, a los dieciséis años, se encontraba mirando su primera temporada en Londres con casi la misma alegría que uno podría al anticipar una dosis de purgante.

Después de muchos años como viudo, papá había tomado una nueva esposa. Una solo ocho años mayor que Maddie. Anne era alegre, elegante, vivaz. Todo lo que su nueva hijastra no era.

Oh, siendo Cenicienta en toda su miseria llena de hollín y vestidos andrajosos. Maddie habría estado encantada de tener una madrastra malvada que la encerrara en la torre mientras todos los demás iban al baile. En su lugar, estaba atrapada con una madrastra muy diferente: una deseosa de vestirla en sedas, enviarla a bailes y empujarla a los brazos de un príncipe desprevenido.

Figuradamente, por supuesto.

En el mejor de los casos, se esperaba que Maddie buscara un tercer hijo con aspiraciones a la iglesia, o tal vez un baronet insolvente.

En el peor...

Maddie no se llevaba bien con las multitudes. Más al punto, no hacía nada con las multitudes. En cualquier reunión importante —fuera en un mercado, un teatro, un salón de baile—, tenía la tendencia de congelarse, casi literalmente. Una ártica sensación de terror se apoderaba de ella, y la aglomeración de cuerpos la dejaba sólida y estúpida como un bloque de hielo.

La solaidea de una temporada en Londres la hacía estremecerse. Y, aun así, no teníaelección

mientras papá y Anne (no podía referirse a una chica de veinticuatro años como mamá) disfrutaban de su luna de miel, Maddie fue enviada a una casa de señoritas en Brighton. El aire del mar y la sociedad estaban destinados a sacarla de su caparazón antes de que comenzara su temporada.

No funcionó de esa manera.

En su lugar, Maddie pasó la mayor parte de esas semanas con conchas. Recolectándolas en la playa, dibujándolas en su cuaderno y tratando de no pensar en fiestas o bailes o caballeros.

when the card livesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora