Capítulo 9: Joust, Joust, Bebé.

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Aterrizaje de Reyes 300 AC.

Rhaella.

Se había sentado a través del cuerpo a cuerpo con su estado de ánimo pasando de preocupado a impresionado, a aterrorizado y finalmente se había asentado en furioso. Junto a su Bonifer estaba igual de enojada y cuando se volvió para ver a Rhaegar, llamó la atención de Jon Connington y su furia casi se hirvió. Ver a su nieto ganar se vio ensombrecido tanto por la sangre que venía de su mano como por el hecho de que su otro nieto había tratado de avergonzarlo y dañarlo.

Se puso de pie al igual que Bonifer y salió de sus asientos, mirando tanto a su nieto como al señor del jengibre mientras lo hacía. Rhaella sabía exactamente lo que haría su partida, esta noche en la fiesta estaría entre los temas para chismes y eso fue bueno. Sin que ella lo hiciera, todos estarían hablando de otros eventos y ella no deseaba eso, dejemos que la gente hable de su disgusto. Bonifer la llevó a la parte de atrás donde la gente se estaba quitando la armadura, y a la tienda donde Daemon estaba teniendo su lesión vista. Thoros y Ser Arthur esperando con él, mientras Barristan hacía guardia mientras un Maestro veía la mano de Daemon.

"Cómo está él?" ella le preguntó a Arthur cuando llegó allí.

"Un pequeño corte, no es nada de qué preocuparse." Arthur dijo y ella notó la falta de su propia preocupación tanto en su voz como en su expresión, lo que la alivió.

"Viste?" ella dijo sin dar más detalles.

"Lo hice." y esta vez la expresión en la cara de los caballeros era muy diferente.

"Y qué pretendes hacer al respecto?" ella preguntó puntualmente.

"No volverá a usar la capa, mi reina, de eso puedes estar segura." Arthur dijo y ella atrapó a Barristan por el rabillo del ojo asintiendo con la cabeza con su acuerdo.

"Bueno." dijo que se mudó a Daemon cuando el maestre terminó.

"Lo siento", dijo tímidamente cuando ella lo alcanzó y se sentó a su lado.

"Cómo es?" ella le pidió que tomara su mano en la suya.

"No es nada, en realidad, he tenido algo peor", dijo y ella se estremeció al pensarlo.

"Qué pasó con los amigos de Aegon?".

"Mi hermano deseaba verme derribar una o dos clavijas, nada más. Está bien Thoros y pensé que eran una lección que no olvidarán pronto", dijo, y ella levantó la vista y sonrió al Sacerdote Rojo.

"Te agradezco por tu parte en mantener a mi nieto a salvo Thoros, aquí y mientras estaba lejos de mí."

"Él también es mi príncipe, mi reina." Thoros dijo y ella asintió.

Alcanzando a cabo ella tocó el favor que había atado a su brazo, carmesí y oro, un cachorro de leona joven sin duda, vio Daemon casi sonreír antes de sonrojarse y luego se puso de pie y tomó su brazo.

"Ven abuela, aquí no es donde quieres estar, volvamos a la Fortaleza Roja." Dijo Daemon y ella asintió.

Cuando se levantaron para irse, vio al lobo blanco, le había pensado una cubierta o una alfombra que había tendido allí tan silenciosamente, sin siquiera respirar. Pero tan pronto como se levantaron, él también, tan pronto como se mudaron, y mientras caminaban desde la tienda, caminaba junto a su nieto casi mirándola para decirle que tenía esto. Caminaban desde los terrenos cuando Ser Jaime y su sobrino los vieron y se acercaron, el joven casi una imagen especular del caballero deshonrado.

El hombre que manchó su capa, el hombre que rompió su honor, la gente había llamado por su cabeza, o por lo menos su mano y fue entonces cuando ella intervino. Jaime había hecho sus órdenes, había protegido a su familia, tal como la tenía, la más honorable de todas. Ella le sonrió cuando se acercó y lo vio sonreír a ella y a Daemon también, mientras su sobrino miraba a su nieto como si fuera el guerrero renacido.

El príncipe oscuro y la leona doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora