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30 de Enero.



-Te extraño -dije al teléfono, mirando fijamente el techo de mi habitación, sintiendo el peso de la soledad en cada palabra.

-Entonces, abre la puerta -respondió él con calma.

Me incorporé de golpe, sentándome en la cama. -¿Estás afuera? -pregunté, sin poder ocultar la sorpresa.

-Cariño, hace mucho frío. Ábreme.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras tan rápido como pude. Al abrir la puerta, lo vi allí, con una sonrisa en los labios. Sin pensarlo, me lancé sobre él. Aunque era fuerte, no esperaba el impulso, y ambos caímos al suelo.

Soltamos unas pequeñas risas, él dejó escapar un leve quejido, y luego nos levantamos. Me tomó en sus brazos y yo envolví mis piernas alrededor de sus caderas, acercándome para darle un beso tierno que él correspondió con la misma calidez.

-No deberías hacer eso, preciosa -dijo, riendo entre dientes.

-Peleas todo el tiempo; me sorprende que no puedas atraparme, sobre todo cuando sabes esquivar tan bien a tantos chicos en un instante -repliqué juguetonamente.

-Me tomaste por sorpresa -admitió, caminando hacia adentro y cerrando la puerta tras de sí. Apoyé mi rostro en su hombro mientras subía las escaleras hacia mi habitación.

Me dejó suavemente en la cama y se sentó a mi lado. Sin pensarlo, me lancé de nuevo sobre él, y ambos caímos acostados.

-Te extrañaba tanto -susurré, alargando la última palabra.

-Yo también, linda -respondió con sinceridad.

Elevé mis labios hacia él, indicando que quería otro beso. Cuando nuestros labios se unieron, inflé mis mejillas, haciendo que se riera de nuevo. Me dejé caer sobre su pecho, disfrutando de las caricias que me hacía en el cabello, sintiendo una paz que solo su presencia podía darme.

-No te atrevas a lastimarme nunca, o le pediré a Peke J que te ataque -dijo en broma, provocando una risa en mí.

-Nunca podría hacerlo... y tú tampoco lo hagas -respondí con seriedad, aunque mi voz aún tenía un tono juguetón.

Baji se incorporó, y yo lo seguí, sentándonos frente a frente, cruzando las piernas como si estuviéramos a punto de compartir un secreto.

-Prometamos algo -dijo, extendiendo su dedo meñique hacia mí.

-¡Pinky Promise! -exclamé emocionada, haciendo lo mismo que él.

-Nunca nos haremos daño el uno al otro.

Entrelacé mi dedo meñique con el suyo, mirándolo a los ojos con una sonrisa que no podía evitar. Junté nuestros pulgares y hablé con solemnidad: -Yo, Umiko Baji, prometo nunca hacerte daño, Keisuke Yoshida.

-Yo, Keisuke Yoshida, prometo nunca hacerte daño, Umiko Baji.

Nos reímos suavemente mientras él tomaba mi rostro con sus manos, acercando nuestras frentes hasta que casi se tocaban.

-Te amo -dijimos al mismo tiempo, nuestras voces entrelazándose en una perfecta armonía.

En ese momento, comprendí que lo que teníamos era más profundo que las palabras que acabábamos de pronunciar. Era una promesa de cuidar y proteger, de sostenernos mutuamente en medio de nuestras fragilidades, y de siempre encontrar refugio en los brazos del otro.

Diran, ¿Porque agregas tu apellido a su nombre? Nos encanta añadir nuestros apellidos al decirnos el nombre del otro; es una especie de broma interna que hemos adoptado. Para nosotros, es una forma de afirmar de manera íntima y significativa que nos pertenecemos mutuamente. Nos da una sensación de pertenencia y profundidad, un recordatorio constante de que nuestra conexión va más allá de lo superficial, y de que estamos entrelazados de una manera que solo nosotros entendemos.













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Me bajé de la motocicleta de Baji con cuidado, permaneciendo a su lado mientras luchaba con la decisión de hablar o no.

-Kei...

Él se volvió hacia mí, con una expresión seria en el rostro. -¿Hm?

-Compré Yakisoba. Podríamos comer juntos, quizás...

Su tono era tan serio que me hizo estremecer. -Me gustaría, pero tengo que hacer unas cosas. No puedo ahora.

-Oh, está bien, creo... -dije, bajando la mirada y jugando con mis manos mientras trataba de esbozar una sonrisa. -Cuando puedas, entonces.

-Muchas gracias, Umiko. Adiós.

Con esas palabras, Baji se alejó, arrancando su motocicleta y dejándome de pie allí, con la palabra en la boca. No hubo un abrazo, ni un beso; simplemente se fue. Su comportamiento me parecía extraño y distante, y comenzaba a herirme. Tal vez estaba siendo demasiado intensa o exagerada, pero la distancia emocional que estaba mostrando me dejaba con un dolor palpable.



𝑅𝐸𝑀 - 𝐾𝑒𝑖𝑠𝑢𝑘𝑒 𝐵𝑎𝑗𝑖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora