Abrió los ojos con pesadez, saliendo de un sueño profundo y reparador. Parpadeó reiteradas veces tratando de que su vista se acostumbrara a la luz. Se giró lentamente y vislumbró a través de la cortina como los rayos de sol se habían adueñado del afuera. Cuando su cerebro finalmente procesó dicha información, saltó de su cama pasando de un estado inmediato de tranquilidad a uno de preocupación. Tanteó con manos desesperadas su cama buscando su celular pero no lo halló ahí. Cuando lo encontró, estaba en el piso y con el vidrio templado hecho pedazos. Apretó los ojos, respiró hondo y contó hasta diez. Una vez más relajado se fijó que eran las 9:00, mientras que su horario habitual de trabajo iniciaba a las 7:30.
El clima invernal castigaba a la ciudad con un frío cruel e insoportable y justo aquella mañana le habían cortado el agua caliente. Fue el baño más corto e incómodo de su existencia. Una vez se aseó, se vistió con lo primero que encontró y se fue corriendo a la parada del colectivo. Media hora fue el tiempo que esperó para que el mismo pasara, muerto de frío porque había olvidado ponerse su camiseta térmica y media hora más hasta que finalmente llegó a su destino. Cuando lo hizo, la inminente reprimenda de su jefa quien no parecía estar teniendo un buen día tampoco, no se hizo esperar. Sus compañeros lo miraban con una mezcla de burla y pena. Sus mejillas se habían coloreado de un fuerte color carmín debido a que, siendo tan introvertido, odiaba ser el centro de atención y más por razones de esa índole.
No podía quejarse porque era lo que en ese momento le servía de sustento económico pero atención al público no era precisamente su cosa favorita en el mundo y menos aquel día en donde todo parecía conspirar en su contra. Sin embargo, su jornada laboral había pasado casi sin perturbaciones. El clima con sus compañeros se había vuelto más ameno y los clientes que había atendido hasta ese momento habían sido medianamente amables. Al menos fue así hasta que quienes estaban a cargo de la cocina en ese momento, tuvieron una pequeña equivocación en un pedido y tuvo la desgracia de que la persona a la que le tocó fuera una señora de avanzada edad que carecía de buenos modales y no tuvo mejor idea que descargarse con él como si fuera que aquello no tuviera solución. Tuvo que usar su tiempo de descanso para escaparse al baño y llorar porque no había podido deshacer el nudo en la garganta que le había generado la situación.
La finalización de su jornada laboral nunca se había sentido tan liberadora ni el viento helado que tanto despreciaba se había sentido tan refrescante como ese momento. Eran casi las siete de la tarde y producto de la estación, el cielo se había tornado oscuro devorando todo rayo de luz. Volver en un colectivo casi vacío, sentado y sin música saliendo de parlantes ajenos ni llantos de niños fue su única victoria en el día. Por dentro solo podía sentirse derrotado. No había ninguna otra cosa que rescatar en ese día. Para sumar, no había tenido la suerte de poder hablar con su novio todavía. Revisó mil y una veces los mensajes que le había mandado ese día a la mañana mientras viajaba y durante su descanso y ninguno de ellos había sido respondido. Ni siquiera tenían el visto. No quería pecar de insoportable pero realmente en ese momento necesitaba a Enzo con él, arrullandolo entre sus brazos y diciéndole que solo había sido un mal día y que mañana sería mejor.
De vuelta a su departamento Julián apenas se inmutó cuando vio el cartel que anunciaba que el ascensor estaba descompuesto y ahora tenía que subir ocho pisos por la escalera. Al parecer, esa mala racha no se cortaría. Quiso volver a largarse a llorar pero optó por reírse de manera amarga y sin gracia. Apenas entró a su lugar, tiró su mochila de manera descuidada en él piso y se adueñó pronto del sillón. Estaba tan ensimismado en su propia desdicha que en principio no se percató del olor exquisito a comida casera que provenía de su cocina, ni del camperón de River colgando descuidadamente en el respaldo de una de las sillas del pequeño comedor, tampoco del juego de llaves encima de la mesa que no era el propio. Estaba sumiéndose en el mundo de los sueños cuando cuando se despabiló de golpe, finalmente siendo consciente de aquella voz ronca que conocía a la perfección que en ese momento entonaba los versos de "Amores como el nuestro". Saltó fuera del sillón y a paso apresurado se dirigió hacia el lugar de donde provenía dicha voz. Atrapó al morocho revolviendo lo que parecía ser un guiso mientras portaba ese delantal rosa con un diseño ridículo que le había regalado a modo de broma en su cumpleaños número veintiuno. Se quedó apoyado en el marco de la puerta observándolo con ojos cansados pero colmados del más puro amor.
—Enzo…
— Apa, al fin se dignó a llegar el rey de la casa.
Julián pensó en que la sonrisa que le dedicó Enzo en ese momento podría curarle de todos sus males si así quisiera. El bonaerense debió haber notado su cansancio porque de manera inmediata dejó el cucharón en la mesada y abrió sus brazos para que vaya a su encuentro. No necesitaron mediar más palabras porque se conocían demasiado bien, sabían lo que le pasaba al otro con solo mirarse. Siempre había sido así. Su conexión iba más allá de las superficialidades, excedía lo carnal. El mayor terminó con su cabeza apoyada en el hombro del más alto y sus dedos clavados en su espalda aferrándose a él cual salvavidas. Enzo le devolvió el abrazo con la misma intensidad siendo fuerte y contenedor, besó su cabeza y le susurró cuanto lo amaba. Cuando sintió que la tranquilidad invadía su ser y la carga de las situaciones vividas se desprendía de sus hombros fue cuando decidió separarse para así poder mirar de frente a su pareja.
— ¿Mal día, arañita?
— Pésimo, ¿podés creer que una vieja me echó la culpa porque le dieron una hamburguesa con lechuga y ella había pedido sin? Encima me hizo llorar.— resopla, indignado.
— Uhh sabés como la mandaba a la mierda, la gente mayor siempre suele ser la peor. Me trae recuerdos de vietnam de cuando laburé en el call center.— comenta con cara de asco, fingiendo escalofríos ante el recuerdo. Julián lanza una carcajada.
— Dejemos eso, mejor mostrame bien ese guisito que tiene alta pinta.
— Ah, eso. Una de las tantas recetas de tu suegra que aprendí cuando tenía quince, en esa misma época en la que quería impresionar a un pibito cordobés re mil tímido que no me daba ni la hora.— La mención de esa época hizo que el implicado se sonroje, visiblemente avergonzado.— Pero valió la pena, ¿No? Al final lo conseguí. Hacer casi perfecta la receta y enamorar al cordobés, un ofertón.
— Que pelotudo que sos.— responde el mayor en un tono cariñoso.— Vos sabés que siempre me gustaste pero no era tan caradura como para hacerlo notar. Pero me alegra que hayas llegado a mi vida, vos y esa bendita receta.
— Y mi ojete, no te olvides de semejante monumento.
— La puta madre Enzo, que mata pasiones que sos.— ambos rieron, cómplices.
— Y bueno, pero vos me amás así.
— Cierto. Te amo así, demasiado.
— Es mutuo, mi amor. — guiñò un ojo y le dedicó una media sonrisa.— ¿Querés que veamos esas pelis de amor bizarras que te gustan? Esto ya está casi listo y aparte compré el vinito ese que te gusta.
Julián asintió, con el entusiasmo de un niño pequeño recibiendo un regalo. Su hogar se llenó del olor de una buena comida y del sonido de sus voces comentando las películas que no dejó espacio alguno al silencio. En determinado momento, sus miradas se encontraron y ambos notaron el brillo en los ojos ajenos. Sus bocas chocaron y comenzaron un beso hambriento, cargado de necesidad y anhelo. Las ropas fueron quedando atrás hasta que ambos quedaron piel contra piel. Los gemidos y jadeos brotaban de sus bocas mientras buscaban alcanzar el clímax. Una vez que terminaron, Enzo salió de Julián y rodó hacia el costado. La satisfacción cubría ambos rostros. El cordobés se durmió sabiéndose dichoso, con el compás calmo del corazón de su novio bajo su oído y sus fuertes brazos adornados en tinta rodeándolo. A pesar del mal día, al final, había obtenido su recompensa.
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Mañana (hoy) será mejor [ enzo x julián ]
FanficJulián tiene un día para el olvido pero Enzo está ahí para mejorarlo. OS corto, 1440 palabras. 24.08.24