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Los tres adolescentes estaban desesperados, rodeados por la oscuridad opresiva y sin saber qué hacer. El terror se había apoderado de ellos, y la mina parecía haberse convertido en un laberinto sin salida. Paloma, en particular, comenzó a sentir algo extraño. Su visión se volvió borrosa, y de repente, una serie de imágenes empezaron a invadir su mente.

En su visión, Paloma vio un grupo de hombres, elegantemente vestidos, riendo y brindando en lo que parecía ser una oficina lujosa. El ambiente estaba cargado de una maldad latente. Uno de los hombres, con una sonrisa cínica, levantó su copa y dijo:

—Todo está listo. Destruiremos la mina con los trabajadores dentro. Nadie sospechará, y con el caos, podremos llevarnos el oro sin problema."

—¿Y los mineros? ¿Qué diremos cuando pregunten por ellos?

—Los culparemos. Diremos que intentaron robar el oro y que, en su avaricia, causaron el derrumbe. Nadie investigará más allá, y nosotros seremos los héroes que intentaron rescatarlos.

La risa malévola de los hombres resonó en la mente de Paloma, mientras las imágenes cambiaban rápidamente. Ahora veía a los mineros, atrapados en la oscuridad, golpeando las paredes y gritando por ayuda. Sus rostros estaban llenos de desesperación, pero nadie acudió en su ayuda. Con el tiempo, sus gritos se apagaron, y la mina quedó en silencio, su historia enterrada junto con los cuerpos de los trabajadores.

En la realidad, Andrés y Santiago estaban cada vez más preocupados. Paloma había caído al suelo, con los ojos entreabiertos y pronunciando palabras incoherentes.

—¡Paloma, despierta! ¡Por favor, reacciona!—Andrés trataba de despertar a Paloma.

—No sé qué le está pasando. ¡No podemos quedarnos aquí! ¡Tenemos que hacer algo!—Santiago dijo desesperado.

Intentaron sacudirla, llamarla por su nombre, pero nada funcionaba. Paloma seguía atrapada en su visión, viendo cómo los mineros eran olvidados y cómo la maldición de la mina se originaba. Sentía su dolor, su miedo, y la injusticia que los había condenado.

—Los... los mineros... nunca los rescataron... Ellos... sabían... todo...—Paloma balbuceaba.

Andrés y Santiago intercambiaron miradas de pánico, sin saber cómo ayudar a su amiga. Mientras tanto, los ruidos en la mina se intensificaban, como si los espíritus de los mineros estuvieran tratando de comunicarse con ellos, o tal vez, arrastrarlos hacia el mismo destino.

— Tenemos que salir de aquí, ¡ahora!—Andrés sugirió.

Pero justo cuando estaban a punto de levantarse, las paredes de la mina comenzaron a crujir, y una corriente de aire frío los envolvió, susurrando en un idioma que no podían entender. La mina no iba a dejarlos ir tan fácilmente.

La muerte de los mineros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora