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Paloma despertó de repente, con los ojos muy abiertos, y en ese instante, todos los ruidos de la mina se desvanecieron, dejando un silencio absoluto. Respiraba agitadamente, sus manos temblaban.

—Ellos... están aquí —murmuró con temor.

—¿Qué? ¿Quiénes están aquí? —preguntó Santiago, alarmado.

—¡¿QUÉ QUIEREN DE NOSOTROS?! —gritó Paloma en la oscuridad, desesperada.

Pero no hubo respuesta. Solo el silencio penetrante que parecía sofocar cualquier esperanza. Andrés se acercó rápidamente a Paloma y trató de calmarla.

—Tranquilízate, Paloma. Tenemos que mantener la calma y encontrar la salida. No podemos perder la cabeza ahora.

—No... No nos dejarán salir. Ellos no quieren que salgamos.

Ambos chicos se quedaron paralizados al escuchar esto. La certeza en la voz de Paloma les heló la sangre.

—Tengo tanto miedo… No debimos venir aquí. Es su culpa… ¡Todo esto es culpa suya! —dijo entre sollozos, mientras su desesperación crecía.

De repente, Paloma se soltó de las manos de Andrés y Santiago y comenzó a correr por los túneles oscuros, golpeando las paredes de piedra con sus manos, suplicando a las rocas que se apartaran y la dejaran salir. Sus gritos resonaban en la mina, llenando el espacio con un eco aterrador.

De pronto, otra visión invadió su mente. Vio los fantasmas de los mineros, pálidos y desfigurados, acercándose a ella.

—No saldrán de aquí... No sin pagar el precio —dijo uno de los fantasmas con voz grave.

Paloma, aterrorizada, trató de negociar con ellos.

—Por favor, déjennos ir. Haremos lo que ustedes quieran, solo déjennos salir...

Los fantasmas se miraron entre sí y, después de lo que pareció una eternidad, uno de ellos habló.

—Busca nuestros cuerpos. Si los encuentras, encontrarás la salida. Pero a cambio... nos llevaremos algo que les pertenece.

Cuando Paloma volvió en sí, estaba rodeada por Santiago y Andrés, que la miraban con desesperación.

—Ellos... quieren sus cadáveres. Si los encontramos, nos dejarán salir. Pero a cambio... se llevarán algo nuestro —dijo con voz quebrada.

Andrés y Santiago intercambiaron miradas de preocupación. No les gustaba nada la idea de aceptar un trato con aquellos espectros, pero sabían que no tenían muchas opciones.

—No podemos hacer eso. ¿Y si es una trampa? —dudó Andrés, nervioso.

—No tenemos elección, Andrés. Si no lo hacemos, moriremos aquí —replicó Santiago con firmeza.

Después de una tensa discusión, los tres acordaron buscar los cuerpos de los mineros. Era su única oportunidad de escapar con vida. Los espíritus comenzaron a darles pistas, llevándolos a los rincones más oscuros y recónditos de la mina. Finalmente, tras lo que parecieron horas de búsqueda, encontraron un montón de huesos desmoronados, enterrados bajo escombros.

Cuando tocaron los restos, una luz cegadora se encendió en medio de la oscuridad, iluminando un pasaje que conducía hacia la salida. Los tres adolescentes corrieron hacia la luz, sintiendo el aire fresco por primera vez en lo que parecía una eternidad.

Ya fuera de la mina, comenzaron a reír nerviosamente, tratando de calmarse con bromas sobre su terrible experiencia.

—Bueno, al menos tenemos un video increíble para el canal —comentó Santiago, tratando de sonar animado.

—Sí, pero no volvamos a hacer algo así nunca más. ¿Trato? —propuso Paloma.

—Trato —respondió Andrés, aliviado.

Se despidieron y prometieron no volver a involucrarse en nada relacionado con lo paranormal. Sin embargo, la sensación de haber hecho algo terrible no los abandonó.

Cuando Santiago llegó a su casa, la encontró extrañamente silenciosa. Llamó a sus padres y hermanos, pero no obtuvo respuesta. Al subir a las habitaciones, se encontró con una escena aterradora: los esqueletos de sus padres estaban dispuestos en sus camas, como si hubieran muerto hace siglos. Desesperado, gritó, pero nadie vino a ayudarlo.

Poco después, la policía llegó y lo encontró en medio de la habitación, cubierto de sangre y con un cuchillo en la mano. Sin recordar lo que había hecho, fue arrestado y sentenciado a cadena perpetua por asesinato, aunque el centro psiquiátrico lo declaró no apto para ser juzgado debido a su estado mental.

Mientras tanto, Andrés y Paloma también sufrieron sus propias tragedias. Todos perdieron algo invaluable, algo que llenó de gozo las almas de aquellos hombres olvidados y perdidos, asegurando que las nuevas víctimas jamás encontraran la paz.

La mina de Pueblo Chico cobró un precio que nadie imaginaba, y las almas de los mineros se aseguraron de que sus crímenes nunca fueran olvidados.

La muerte de los mineros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora