Cinco amigos decidieron aventurarse en un bosque denso y remoto para pasar un fin de semana alejados del ruido de la ciudad. El grupo estaba formado por Ana, Daniel, Lucía, Mateo y Javier. Llegaron al campamento justo antes del anochecer y montaron sus tiendas, emocionados por la experiencia que les esperaba. El bosque tenía una atmósfera mística, y la luna llena apenas iluminaba el sendero entre los árboles.
La primera noche transcurrió sin problemas. Sin embargo, al amanecer, algo empezó a cambiar en ellos. Ana fue la primera en notar que el bosque parecía más oscuro de lo que recordaba. La paranoia comenzó a asentarse cuando escuchó susurros entre los árboles, pero al compartirlo con los demás, la miraron con escepticismo, atribuyendo su inquietud al cansancio.
Al día siguiente, Daniel se adentró en el bosque para buscar leña. Sin darse cuenta, se alejó más de lo que pensaba. Pronto, sintió que alguien lo seguía. Miraba constantemente hacia atrás, pero no veía a nadie. Los árboles parecían cerrar el paso detrás de él, como si estuvieran vivos. Cuando finalmente regresó al campamento, su mirada estaba perdida y sus manos temblaban.
Lucía, por su parte, comenzó a escuchar voces que la llamaban por su nombre. Pensó que era solo su imaginación, pero las voces se volvieron más insistentes, más claras. Una noche, creyó ver a alguien parado en la oscuridad, observándola. No pudo dormir, y a la mañana siguiente, se encontraba al borde del colapso, negándose a salir de su tienda.
Mateo, siempre el más racional, intentó calmar a sus amigos, pero también comenzó a experimentar extraños fenómenos. Veía sombras moverse entre los árboles, y a menudo sentía una presencia detrás de él. Al principio, intentó ignorarlo, pero la sensación se volvió tan abrumadora que empezó a evitar estar solo, buscando constantemente la compañía de los demás.
Javier, el último en sucumbir, comenzó a soñar con figuras oscuras que se cernían sobre el campamento, susurros que le prometían secretos si se adentraba más en el bosque. Despertaba sudando y con la sensación de que alguien lo observaba desde la oscuridad.
Al tercer día, el miedo era palpable entre ellos. Decidieron abandonar el campamento, pero el bosque parecía haber cambiado. Los senderos que antes conocían ahora los llevaban en círculos. Cada vez que intentaban salir, se encontraban de nuevo en el campamento. Los murmullos y las sombras se volvieron más intensos, alimentando su desesperación.
Finalmente, en la cuarta noche, los amigos se desvanecieron uno por uno. Ana desapareció en la oscuridad mientras buscaba agua, Daniel fue encontrado de pie frente a un árbol, inmóvil, antes de esfumarse en la niebla. Lucía gritó que las voces la llamaban antes de correr hacia el bosque, y Mateo simplemente dejó de responder, como si su mente se hubiera apagado. Javier, el último en quedar, intentó huir, pero al amanecer, ya no estaba.
Unos días después, las autoridades locales llegaron al campamento tras recibir un informe de desaparición. Lo encontraron vacío, con las tiendas intactas pero sin rastro de los cinco amigos. Lo único que quedaba era una serie de carteles de "Desaparecidos" clavados en los árboles cercanos, con las fotos de Ana, Daniel, Lucía, Mateo y Javier, como si el bosque mismo se hubiera encargado de hacerlos desaparecer, dejando solo sus rostros impresos como testigos mudos de su destino.