PRÓLOGO.

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—Virgencita, por favor, haz que mi hija nazca sana. Sí es así, yo le daré tu nombre, por favor te lo ruego.—Puso sus manos juntas mientras miraba el techo, sentía la frente fría, su columna le partía el cuerpo, era tanto el dolor que podría fallecer. Pero, no iba a permitírselo, necesitaba que salga viva, sino, su mundo se vendría abajo.

—Yosi, tenemos que hacerte cesárea.

La mujer al escuchar esto, sólo resopló, llenando de aire sus pulmones para poder prepararse, el hombre a su lado, no lograba entender nada.

—¿Qué pasa?—Preguntó a la doctora, se estaba empezando a asustar, nunca correlacionó que significaba eso.

—El bebé se está ahorcando con el cordón.

El hombre quedó pálido y quieto, no sabía que hacer, sus ojos abiertos de par en par.

Los médicos procedieron a inyectar anestesia, haciéndola retorcerse del dolor, asustando más al hombre.

Y al momento en que el bisturí cortó la carne de su abdomen cuidadosamente para poder retirar a la bebé, se oyó un sonido hueco en el piso.

—¿¡Yuri, cómo vas a desmayarte, mierda!?—Exclamó desesperada, la situación se veía tan urgente que no hubo tiempo de ver al padre tirado en el suelo.

La médico logró sacar con éxito al retoño, logrando desatar el cordón de su cuello.

Se veía completamente morada, sus ojos cerrados, la mujer al notar esto, sintió su cuerpo congelarse, si su dolor, su oración, habría sido en vano, sentía que perdía todo.

Procedieron a darle una palmada en el trasero para ver si reaccionaba y nada.

Dos, nada.

Tres, nada.

—No quiero verla.—Se tapó los ojos, tratando de aguantarse las lágrimas que parecían salir.

Hasta que un llanto infante la despertó, abrió sus ojos de par en par, aún anestesiada no podía moverse.

Pero, la médico se encargó de mostrarle el rostro de la pequeña. La cual después de unos segundos, abrió sus ojos, eran gigantes.

El hombre logró cobrar consciencia, después de un momento, lo ayudaron a levantarse.

Estaba atónito, tenía su primera hija en frente de su mirada, no podía creérselo.

Era fea pero, tan fea.

El padre la tomó entre brazos, sosteniendo la parte atrás de su cabeza, sus ojos llorosos mientras podía sentir el sabor salado de sus lágrimas mientras que la veía. Era su hija, la primera nieta, la primera bisnieta, la primera en abrir otra generación de la familia de su pareja.

—¿Saben que nombre tendrá?

—María, María Ignacia.—Respondió la madre, débil desde su lugar, tanto dolor y esfuerzo, valió la pena.

Diosito que vergüenza compartir esta historia, básicamente es una novela de mi vida por decirlo de alguna forma.

Siempre me dijeron que tengo mucho lore, así que lo voy a explotar, ella.

destellos de un alma invernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora