Las luces de neón parpadeaban en la oscuridad de la ciudad, tiñendo la calle de un tono azulado y frío que parecía alejar a cualquier alma valiente de su resplandor artificial. La lluvia caía en una fina llovizna, empapando la acera y creando charcos que reflejaban las luces apagadas de los edificios vacíos. Mi cabello, pegado a mi rostro por la humedad, no ayudaba a calmar la ansiedad que palpitaba en mi pecho. Caminaba rápido, casi corriendo, intentando perderme entre las sombras.
Pero sabía que no estaba sola. Lo sentía, como una sombra que siempre se mantenía justo fuera de mi vista, pero lo suficientemente cerca como para hacerme saber que estaba ahí, observándome. Lo había sentido durante semanas. Cada vez que salía de casa, cada vez que cruzaba una esquina solitaria. Esa presencia que me seguía, inmutable, persistente. Al principio pensé que eran solo paranoias, mi mente jugándome una mala pasada. Pero con el tiempo, se había vuelto más real, más tangible.
Esta noche, sin embargo, era diferente. Lo sabía porque ya no solo lo sentía cerca; lo veía, entre las sombras, esperando. No estaba huyendo de una paranoia, estaba huyendo de él. Sabía que no debía mirar hacia atrás, pero el miedo me paralizaba. La curiosidad, siempre mi peor enemiga, me empujó a girar la cabeza.
Lo vi, allí, de pie bajo la luz de una farola que iluminaba solo una pequeña porción de su rostro. Alto, con un abrigo oscuro que se fundía con la noche, apenas distinguía sus rasgos. Pero esos ojos, brillando desde la penumbra, me perforaban el alma. Sentí un escalofrío recorrerme, no solo de miedo, sino de algo más profundo, más primitivo. Algo en él me atraía, incluso mientras mi mente gritaba que huyera.
Sin embargo, no corrí. Mis pies estaban anclados al suelo, atrapados en un remolino de emociones contradictorias. Quería escapar, pero al mismo tiempo, la idea de alejarme de él me llenaba de una angustia inexplicable. Como si de alguna manera, él tuviera las respuestas que había estado buscando sin saberlo. Lo odiaba. Lo odiaba por lo que me hacía sentir, por ese poder que tenía sobre mí, aunque no entendiera de dónde provenía.
Dio un paso hacia mí, y mi corazón se detuvo. Podía sentir mi respiración volverse errática, pero no me moví. No podía. La lluvia seguía cayendo, mezclándose con las lágrimas que ni siquiera me di cuenta de que estaban rodando por mis mejillas. Él lo notó, claro. Lo vi en la forma en que sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa. Era una sonrisa cruel, una que hablaba de juegos y cacerías, donde yo claramente era la presa.
—No tienes por qué correr —dijo, su voz profunda y baja, resonando en el aire como un trueno lejano. Esa voz me atrapó en el lugar, llenándome de una extraña mezcla de calma y terror. Quería gritar, pero el sonido se atascaba en mi garganta. Su tono era hipnótico, y cada palabra parecía colarse en mi mente, envolviendo mis pensamientos en una niebla densa.
Él se acercó más, y aunque sabía que debía dar un paso atrás, mis pies no respondían. Había algo en él, una oscuridad palpable que me atraía como un abismo, como si supiera que al caer en él, no habría retorno. Podía ver más de su rostro ahora. Su piel era pálida bajo las luces de la ciudad, pero había algo más en él, algo que no encajaba del todo con el mundo que me rodeaba. Era como si no perteneciera a este lugar, como si estuviera fuera del tiempo y del espacio. Y eso me aterrorizaba tanto como me fascinaba.
—¿Qué quieres? —Finalmente logré articular las palabras, aunque mi voz sonaba rota, débil. Una parte de mí temía la respuesta, mientras que la otra anhelaba saberlo. Necesitaba entender por qué me seguía, por qué no podía alejarme de él, aunque lo intentara.
Su sonrisa se ensanchó, y vi en sus ojos un destello de algo oscuro y peligroso. No respondió de inmediato, pero cuando lo hizo, su respuesta fue tan simple como devastadora.
—A ti.
La crudeza de sus palabras me golpeó como una bofetada. Era una afirmación directa, sin adornos ni explicaciones. Me deseaba. Y no de la manera en que un hombre podría desear a una mujer. No. Era más profundo, más oscuro. Era un deseo que consumía, que destruía. Y en ese momento, lo supe. Supe que, de alguna manera, ya me había tenido desde el principio. Que este juego en el que estábamos envueltos, esta cacería, siempre había estado a su favor. Porque aunque había corrido, aunque había intentado escapar, en el fondo, siempre había sabido que me encontraría.
—No puedes escapar de mí —susurró, dando el último paso que nos separaba. Su mano se alzó, y su dedo índice rozó mi mandíbula, un toque ligero que me quemaba como fuego. Mi piel se estremeció bajo su contacto, y una oleada de emociones me atravesó, desde el miedo hasta un deseo que no quería admitir.
Podía oler su fragancia, una mezcla de cuero y algo más antiguo, como humo y tierra mojada. Cerré los ojos, intentando alejarme de la intensidad de su presencia, pero era imposible. Estaba atrapada en su órbita, y lo sabía.
—Eres mía —susurró contra mi oído, su aliento cálido en contraste con el frío de la noche. Y con esas palabras, sentí que algo dentro de mí se rompía, una barrera que había estado manteniendo con todas mis fuerzas.
Porque lo cierto era que, desde el momento en que lo vi por primera vez, algo en mí había cedido. Había una parte de mí que lo había deseado tanto como él me deseaba a mí. Una parte de mí que anhelaba esa oscuridad, que anhelaba perderme en ella, dejar de luchar contra lo inevitable.
Abrí los ojos y lo miré, sabiendo que lo que estaba a punto de hacer cambiaría todo. Pero en ese momento, no me importaba. Lo quería, de la misma manera en que él me quería a mí. Y eso me aterrorizaba, pero también me liberaba.
—Entonces, tómame —susurré, rindiéndome finalmente a ese deseo oscuro que había estado creciendo dentro de mí. Porque en el fondo, siempre había sabido que no podría escapar de él.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de Dark Romance
RomanceSumérgete en relatos llenos de pasión, deseo y fantasía. Historias donde la sensualidad se mezcla con el romance, despertando tus sentidos en cada palabra. ¿Estás listo para explorar lo prohibido?