Capitulo 4 - El Amanecer de la Desesperación

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Con los primeros rayos del sol filtrándose a través de las rendijas de la cabaña, Angeline dormía con profundidad, acunada por el cansancio y la aparente seguridad del refugio. Su descanso fue interrumpido de forma brusca cuando sintió una mano firme que la sacudía por el hombro. Abrió los ojos y encontró a Samuel inclinado sobre ella, su rostro tenso y su índice sobre los labios, indicándole que guardara silencio.

Afuera, el amanecer comenzaba a iluminar el bosque, pero dentro de la cabaña, el aire estaba cargado de una tensión oscura. Angeline podía escuchar el débil sonido del fuego crepitando en la chimenea y su propia respiración, rápida y entrecortada. Samuel le señaló hacia la pequeña ventana y luego hacia la puerta trasera, que ella no había notado antes. La urgencia en sus gestos era inconfundible: había gente fuera.

Sin una palabra, Samuel le indicó una mochila en la mesa, claramente preparada de antemano. Dentro, le señaló con un movimiento de mano, había un mapa del lugar y algunas provisiones. Luego, como un soldado que se prepara para una batalla inevitable, se acercó a una esquina de la cabaña, donde, cubierto por una manta, descansaba un viejo fusil. Angeline apenas lo había notado antes, pero ahora su presencia era imposible de ignorar.

Con el fusil en la mano, Samuel le dedicó una última mirada a Angeline antes de deslizarse hacia la puerta principal. Ella se levantó con cuidado, asegurándose de que el bebé seguía dormido, envuelto en la manta que lo protegía del frío. Se acercó a la ventana, tratando de ver qué sucedía afuera, y a través de una rendija, distinguió la figura de un hombre joven que reconoció al instante: era el mismo que la había estado persiguiendo. Su corazón se detuvo por un segundo al darse cuenta de que él había llegado hasta allí, pero notó con alivio que estaba solo.

Afuera, Samuel y el hombre comenzaron a hablar, sus voces bajas y medidas, aunque llenas de una tensión palpable. Desde su posición, Angeline no podía escuchar con claridad lo que decían, pero veía cómo sus cuerpos se mantenían rígidos, con una distancia calculada entre ellos. Samuel parecía hacer preguntas, intentando no parecer demasiado interesado, mientras el joven respondía con cautela, guardando para sí las verdaderas razones de su presencia.

Mientras tanto, dentro de la cabaña, Angeline no se percató del peligro que se acercaba por detrás. La puerta inferior, que daba al subsuelo de la cabaña, se abrió de forma pausada, y la mujer, moviéndose con la gracia de una sombra, entró sin hacer ruido. Angeline estaba tan concentrada en lo que sucedía fuera que no escuchó los pasos ligeros acercándose.

El aire en la cabaña se llenó de un silencio mortal, como si el tiempo se hubiera detenido justo antes del desastre. De repente, la mujer se lanzó sobre Angeline con la fuerza de un depredador, atrapándola por sorpresa. El impacto hizo que Angeline soltara un grito ahogado, y el bebé comenzó a llorar, despertado por la conmoción. La lucha se desató en un instante, con ambas mujeres peleando con una furia que solo las madres conocen.

Dentro de la cabaña, la batalla era feroz y desesperada. La mujer intentaba arrebatarle el bebé a Angeline, sus manos rasgando la manta y golpeando con furia. Angeline, movida por un instinto salvaje, se defendía con todo lo que tenía a su alcance. Luchaban en un espacio reducido, chocando contra los muebles y las paredes de madera. Angeline logró empujar a la mujer hacia la chimenea, donde un gancho de metal colgaba del costado. Con un movimiento rápido, agarró el gancho y lo blandió como un arma, tratando de mantener a su oponente a raya.

Afuera, Samuel y el hombre seguían su enfrentamiento, aunque las palabras habían sido reemplazadas por un frío silencio. El joven, alertado por el sonido de la lucha en el interior, se puso en guardia, sus ojos estrechándose mientras evaluaba la situación. Samuel, con el fusil en la mano, no bajó la guardia ni por un segundo. Sabía que estaba en desventaja si el hombre decidía atacar, pero no se dejó intimidar.

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