Capitulo 3 - Entre la Esperanza y el Temor

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El aire denso y húmedo del crepúsculo los envolvía mientras Marcos y Angeline descargaban el equipaje del maletero. El coche, había permanecido detenido frente a la imponente mansión que se alzaba solitaria en medio del paisaje agreste, rodeada por una densa maraña de árboles que parecían protegerla de miradas curiosas, mientras reunían fuerzas para afrontar lo que venía.

La mansión era imponente, con una estructura que había visto mejores tiempos. Las paredes de piedra oscura estaban cubiertas de musgo, y las ventanas, enrejadas con hierro forjado, reflejaban la luz del atardecer como ojos vigilantes. El techo, alto y puntiagudo, se perdía en el cielo, ocultando quién sabe qué secretos en sus altillos y recovecos. Un jardín descuidado rodeaba la casa, con árboles retorcidos y flores silvestres que crecían sin orden ni cuidado, como si la naturaleza hubiera reclamado ese lugar.

Michael, su hijo mayor, descansaba en una de las habitaciones superiores de la casa desde hacía un rato. Marcos lo había subido cuidadosamente nada más llegar, guiado por un joven sirviente, antes de que se tomaran el tiempo para lidiar con las maletas. Lo habían colocado en una cama amplia, cómoda y en apariencia limpia, una preocupación menos en ese mar de incertidumbres. Ahora, con Michael instalado, Marcos y Angeline se enfrentaban a la tarea más difícil: aceptar lo que significaba entrar en aquella casa.

Angeline se acercó a Marcos, que luchaba con una de las maletas más pesadas.

-Déjame ayudarte con eso -dijo ella, aunque sus manos temblaban al tocar el asa.

Marcos la miró, su rostro tenso, reflejando la misma mezcla de emociones que ella sentía. Le sonrió débilmente y aceptó la ayuda.

-Angeline -comenzó él mientras colocaban la maleta en el porche-, antes de que entremos, quiero que pienses en esto una última vez. Si cruzamos esa puerta, ya no habrá vuelta atrás. ¿Estás segura de lo que estamos a punto de hacer?

Angeline apartó la mirada, enfocándola en la puerta principal de la casa, una puerta maciza de madera que parecía tener siglos de antigüedad. Sentía el peso de las palabras de Marcos, pero también la desesperación que la había llevado hasta allí.

-No estoy segura de nada, Marcos -admitió en un susurro-. Pero sé que no puedo ver a Michael sufrir más. Si esto es lo que debemos hacer para salvarlo, entonces... lo haré. No tenemos otra opción, ya lo discutimos.

Marcos asintió, pero su preocupación era palpable.

-Lo sé. Pero también sé que una vez que comencemos este proceso, no habrá marcha atrás. Estas personas... no son como nosotros, y sus métodos están lejos de lo que conocemos.

Angeline lo miró, su expresión llena de determinación, pero también de miedo.

-Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa, Marcos. No puedo perder a nuestro hijo. Ya no tengo fe en la medicina convencional. Solo nos queda esto.

Marcos la miró durante unos segundos, evaluando la seriedad de sus palabras, y luego asintió con un gesto lento. Sin decir más, tomaron las maletas y caminaron hacia la mansión, con la sensación de cruzar un umbral invisible pesando sobre ellos.

Marcos llevaba al bebé en sus brazos, tratando de protegerlo del aire frío que comenzaba a levantarse. El pequeño dormía de manera tierna, ajeno al tumulto emocional de sus padres. Angeline observó cómo Marcos lo sostenía con cuidado, asegurándose de que cada paso fuera firme para no despertar al niño. Verlos juntos le dio un pequeño consuelo, recordándole lo que estaba en juego.

La puerta de la mansión se abrió con un rechinido profundo, revelando a los anfitriones que los esperaban en el umbral. Un hombre y una mujer de mediana edad, ambos vestidos con ropas sencillas y oscuras, salieron a recibirlos. Sus rostros eran inexpresivos, marcados por arrugas que hablaban de años de vida dura y posiblemente, de experiencias más allá de lo común.

Con Garras y Dientes. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora