Capítulo 1

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Jamie Sutton estaba acostumbrado a tener todo bajo control. A sus 25 años, había logrado lo que la mayoría de la gente ni siquiera soñaba con tener: dirigir una empresa de tecnología valorada en millones, conducir un BMW de alta gama, y vivir en un apartamento en Manhattan que muchos solo podían ver en las revistas o en las películas. 

Todo esto, mientras salía con Emma Richards, la chica con la que todos sus amigos y compañeros habían fantaseado desde el instituto. Sí, Jamie Sutton tenía el mundo a sus pies.

Aquel lunes amaneció soleado en Nueva York, y Jamie se encontraba en la terraza de su loft, ya vestido con su significativa camisa negra. Estaba disfrutando de un café negro, muy cargado, mientras Zeus, su dóberman, corría por el pequeño jardín que había mandado instalar. El ruido de la ciudad llegaba amortiguado hasta allí arriba, creando una burbuja de calma en medio del caos de la Gran Manzana.

—Vamos, Zeus —le llamó Jamie, dando un sorbo al café—. Tenemos un día largo por delante.

Zeus hizo caso a su dueño y corrió hasta él. El BMW, aparcado en el garaje, relucía. Jamie estaba orgulloso de ese coche. Sus iniciales, "JS", estaban grabadas en el reposacabezas de los asientos. Zeus se acomodó detrás, encima de la tapicería de cuero. 

Mientras conducía hacia las oficinas de FutureWave, su empresa, Jamie sonrió. Y no era para menos: acababa de cerrar una ronda de financiación de más de 100 millones de dólares, un logro que cualquier otro emprendedor envidiaría, eso seguro. 

El edificio donde se encontraban las dos plantas de FutureWave era tan imponente como su éxito. Estaban en un rascacielos moderno con paredes de cristal que reflejaban el cielo, un símbolo de la empresa innovadora que Jamie había construido desde cero. Al entrar en la oficina, fue recibido con saludos y sonrisas. Todos admiraban a Jamie, pero también le temían. Sabían que, detrás de ese encanto desenfadado, había un hombre con un carácter terrible que podía hacerles mucho daño. 

—Buenos días, señor Sutton —saludó Amelie, su asistente, mientras le pasaba la agenda del día—. Tiene una reunión con unos inversores a las 10, luego un almuerzo con el equipo de desarrollo, y por la tarde, la revisión de las finanzas del trimestre con el departamento de contabilidad.

—Perfecto, Amelie. Que todo esté listo para las 10 pues —respondió Jamie, mientras se dirigía a su despacho.

Su despacho era amplio y luminoso, con vistas a la ciudad que se extendía como un mar de edificios a sus pies. Jamie se sentó en su silla de cuero y encendió el ordenador. Había un montón de correos por revisar, pero su mente estaba en otra parte. Pensaba en Emma, y en cómo su relación parecía haber cambiado últimamente. No había grandes peleas ni discusiones, pero había algo en su mirada, en la forma en que lo abrazaba, que le hacía sentir que la chispa se estaba apagando.

La puerta de su despacho se abrió de golpe, sacándolo de sus pensamientos. Aria, su hermana menor, entró con su típica energía desbordante, sin esperar a ser invitada.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Jamie, levantando una ceja.

—Qué simpático te has levantado este lunes, hermanito. Solo quería verte antes de que te pierdas en tu mundo aburridísimo de reuniones y contratos. Mamá me ha dicho que vas a cenar con ella esta semana, ¿es cierto que has confirmado? Me extraña incluso que te acordaras. 

Jamie suspiró. Efectivamente, había olvidado por completo que había prometido cenar con su madre.

—Sí, sí, claro —respondió, tratando de sonar convincente—. El miércoles por la noche, ¿verdad?

—Huy, te has acordado o te lo ha recordado Amelie, una de dos. Por Dios, Jamie. No vayas a cancelarlo otra vez. Sabes que mamá odia cuando haces eso —advirtió Aria, señalándole con el dedo. 

—Lo sé, lo sé. Estaré allí. —Jamie sonrió a su hermana, quien siempre tenía una forma de hacerle sentir menos como el magnate que el mundo veía, y más como el chico de 25 años que era. 

Aria le devolvió la sonrisa antes de salir, y Jamie volvió a la pantalla de su Mac. Se perdió en las cifras, en los informes, en los planes de expansión. Era su zona de confort, donde todo tenía sentido y estaba bajo control.

Tras largas reuniones con inversores y cientos de cifras y documentos proyectados en las pantallas, Jamie estaba aturdido pero de buen humor. Escuchó cómo Zeus corría por el pasillo y Tom, el pastor alemán de Aria, le perseguía. Miró el reloj y Amelie llegó con una taza de café, la tercera del día, bien cargada. Jamie le dio las gracias y entró en la sala de conferencias con la confianza de siempre, saludando a todos con un gesto rápido de la mano. En la mesa estaban sentados varios miembros del equipo, incluyendo a Lauren, una joven del departamento de contabilidad a la que apenas había notado hasta ahora. Jamie la ignoró. 

—Buenos días a todos —empezó Jamie, tomando asiento en la cabecera—. Vamos a revisar los números del trimestre. Quiero asegurarme de que todo esté en orden antes de presentarlo a los inversores de la ronda de inversión. 

Lauren comenzó a hablar, su voz era suave pero firme, mientras explicaba los informes que había preparado. Jamie la escuchaba, pero su atención se desviaba cada pocos segundos, revisando su teléfono o mirando por la ventana. Había algo en ella que le resultaba diferente al resto del equipo, pero no lograba identificar qué era.

Cuando terminó la reunión, todos comenzaron a recoger sus cosas. Lauren se levantó de su asiento, y mientras salía, se detuvo brevemente junto a Jamie.

—Señor Sutton, hay algo en los números que me gustaría revisar con más detalle. ¿Podría enviarle un informe actualizado mañana?

Jamie asintió distraído, ya pensando en su próxima cita.

—Claro, Lillian, haz lo que creas necesario.

Lauren intentó decirle ese no era su nombre pero Jamie ya había salido de la sala. Durante el resto del día, el CEO de FutureWave no le dio más vueltas al asunto, pero si lo hubiera hecho, tal vez habría notado la sombra de preocupación en el rostro de aquella chica de la que no recordaba el nombre.

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