Razon II

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Izuku solía imaginar que la escuela sería diferente. Cuando era pequeño, soñaba con pasillos llenos de risas, amigos cercanos con quienes compartir secretos, y momentos que recordaría con cariño. Se había prometido a sí mismo que algún día tendría eso. Pero ahora, al caminar por esos pasillos, no veía nada más que rostros desconocidos, miradas vacías que lo atravesaban como si no estuviera allí.

Izuku Midoriya estaba solo. Más solo de lo que jamás había estado. Cuando miraba a su alrededor, veía grupos de chicos y chicas charlando, riendo, compartiendo sus vidas. Cada grupo era como una pequeña familia, un refugio. Pero Izuku no tenía a nadie. Se quedaba en los márgenes, un espectador silencioso de vidas llenas de conexiones que él no podía alcanzar.

No siempre fue así. Recordaba su infancia, cuando jugaba solo, pero lo hacía sin tristeza, inventando héroes y aventuras en su mente. Entonces, la soledad era un amigo con el que podía convivir; ahora era un enemigo silencioso que le carcomía el alma. Las pocas veces que intentó acercarse a otros, solo recibió rechazos sutiles o burlas abiertas. Con el tiempo, dejó de intentarlo.

Los días pasaban sin una voz que lo llamara por su nombre, sin un mensaje en su teléfono que le preguntara cómo estaba o si quería hacer algo después de clases. Su número de teléfono estaba registrado en los contactos de muy pocas personas, y la mayoría eran familiares que rara vez le escribían. Nunca había un "¿Cómo te va, Izuku?" ni un "¿Quieres salir este fin de semana?". Su teléfono era un espacio en blanco, un recordatorio constante de que no pertenecía a ningún lugar.

En el aula, se sentaba siempre en la última fila, donde podía esconderse mejor. Nadie se dirigía a él, excepto para pedirle alguna tarea o para entregarle alguna nota de los profesores. El silencio era su único acompañante, su sombra constante. En los almuerzos, se refugiaba en una esquina del patio, con su bento frío y sin apetito, mirando cómo los demás compartían sus comidas, intercambiaban risas y anécdotas.

Había intentado, en más de una ocasión, ser parte de algo, encontrar su lugar. Recordaba haberse acercado una vez a un grupo de compañeros de clase, con una sonrisa forzada y una broma nerviosa en los labios. Pero su risa se apagó rápidamente cuando uno de los chicos, el mismo que había iniciado el bullying meses atrás, lo miró con desdén y preguntó: "¿Qué haces aquí, Midoriya? Nadie te invitó." Izuku sintió el calor subir a su rostro, su corazón latir violentamente en su pecho, y sus pies lo llevaron de vuelta a su rincón seguro, lejos de todos.

Desde entonces, se había rendido a la idea de que la amistad no era para él. Veía cómo los demás se reunían después de clases, cómo compartían sus vidas, cómo se apoyaban en los momentos difíciles. Cada sonrisa que no era para él, cada saludo que no llegaba a sus oídos, era como una puñalada invisible. Comenzó a sentir que había algo en él que repelía a los demás, como si llevara un cartel invisible que decía "Mantente alejado".

La soledad no era solo una sensación pasajera; era una constante, una niebla espesa que nunca se disipaba. Se encontró deseando cosas simples, pequeños gestos que otros parecían dar por sentados: una conversación sin propósito, una invitación a almorzar, una risa compartida por algo estúpido. Pero el tiempo pasaba, y nada de eso llegaba. La gente se había acostumbrado a su presencia silenciosa, tan invisible que hasta parecía que los profesores olvidaban llamarlo por su nombre.

Cuando veía a Katsuki Bakugou rodeado de gente, de amigos, de admiradores, sentía una punzada de algo más profundo que la envidia. Era una tristeza vieja y cansada, el tipo de tristeza que se incrusta en los huesos. Katsuki nunca parecía tener problemas para encontrar compañía. No importaba lo que hiciera o dijera, siempre tenía a alguien. ¿Cómo era posible? ¿Qué tenía Katsuki que él no tenía?

Izuku se miraba en el espejo de su habitación por las noches y se hacía esa pregunta una y otra vez. Veía a un chico normal, con ojos demasiado grandes llenos de sueños que ahora parecían ridículos. Se sentía vacío, sin valor, como si nada de lo que hiciera pudiera cambiar lo que era a los ojos de los demás. No era un héroe, no era un líder, no era un amigo. Era... nada. Y esa nada lo consumía.

Los fines de semana eran los peores. Mientras el resto de los estudiantes esperaba con ansias esos días para descansar o salir con amigos, para Izuku eran solo más horas de silencio insoportable. Se quedaba en casa, encerrado en su habitación, tratando de ahogar sus pensamientos con tareas escolares o videojuegos que ya no le interesaban. Incluso su madre, Inko, había comenzado a preocuparse. "¿No vas a salir hoy, Izuku?" solía preguntarle con una sonrisa que no lograba ocultar su preocupación. Izuku siempre respondía con la misma excusa: "Tengo cosas que hacer, mamá". Pero la verdad era que no tenía a dónde ir ni con quién estar.

Y cada noche, el peso de esa soledad lo empujaba un poco más hacia el borde. Se preguntaba si valía la pena seguir. Se sentía como un fantasma, atrapado en un lugar que no le ofrecía nada, sin nadie que lo esperara al otro lado del día. "Razón 2 para irme", pensó. "No tengo amigos. Nadie me quiere aquí."

Ese pensamiento era una daga fría, enterrándose más profundamente con cada repetición. Era tan simple y tan devastador como eso. No importaba cuánto lo intentara, cuánto se esforzara por ser amable o por encajar. La realidad era ineludible: estaba solo, y esa soledad era un monstruo que crecía en la oscuridad, devorando lentamente cada fragmento de esperanza.

Izuku se tumbó en la cama, mirando el techo. No quería pensar más, pero los pensamientos lo perseguían, golpeando su mente como una tormenta. "¿Por qué seguir luchando si no hay nadie aquí para luchar por mí?" Susurró al vacío de su habitación. Cerró los ojos y dejó que la oscuridad lo envolviera, preguntándose si mañana sería el día en que finalmente dejaría de luchar.

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⏰ Última actualización: Sep 09 ⏰

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5 razones para irme, 5 razones para quedarme. - Bkdk -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora