Todo comenzó en aquel famoso asiento del colegio, pero, como suele suceder, la historia tiene sus raíces en el lugar donde crecí: México. Mis padres se amaban profundamente, y en ese entonces yo creía en el amor. Sin embargo, a los seis años, ellos se divorciaron y nunca volví a ver a mi padre. Mi madre cambió drásticamente; atravesó un momento de profunda tristeza y no recibía mucho afecto de nuestra familia.
Cuando comencé la primaria, me encontraba sola. No tenía muchos amigos a mi alrededor, y siempre sufría las burlas de mis compañeros. Fue una etapa difícil, donde la soledad era mi constante compañera. Sin embargo, al entrar a la secundaria, mi vida comenzó un nuevo capítulo. Todo cambió. Conocí a muchas personas que se convirtieron en mis amigos, y entre ellos, destacó una chica llamada Belém. Ella era linda, guapa y, sobre todo, muy amable. Nos hicimos inseparables rápidamente.
Por aquellos días, un chico llamado Uriel comenzó a interesarse en mí. Después de un tiempo, me pidió que fuera su novia. Decidí darle una oportunidad, aunque la noticia de nuestra relación no llegó a muchos oídos, pues éramos discretos.
Sin embargo, la vida en la secundaria estaba llena de cambios inesperados. Pronto nos enteramos de que nuestra querida amiga Belém sería cambiada de salón. La noticia nos entristeció, pero así es la vida, siempre en movimiento.
Fue en esos días de cambios que conocí a Dulce, una chica simpática que también se integró a nuestra amistad. Ella, a su vez, nos presentó a algunos de sus amigos. Entre ellos, había un chico tímido y solitario que, de inmediato, llamó mi atención. Había algo en él, algo diferente que me intrigaba, y sentí la necesidad de conocerlo mejor.
Este chico, conocido como Fernando el iba en el salón de 2B, no hablaba mucho. Aun así, traté de hacerme su amiga. Recuerdo el día en que me habló por primera vez.
—Hola —dijo, con voz tranquila.
En ese momento, mi corazón latió muy rápido. Aquel simple saludo resonó en mi mente, marcando el inicio de algo especial. Con una gran sonrisa, lo saludé de vuelta.
—Hola —respondí, sonriendo ampliamente.
Aunque yo iba en un salón diferente al suyo, tenía dos amigas que eran mis confidentes. Sus nombres eran Xally y Abril.
Uriel era un chico lindo y amable, pero también muy empalagoso. Siempre me pedía besos y todos lo molestaban, diciéndole que no me "chupara" tanto. Un día, nos quedamos solos en el salón. De repente, me tomó de la mano, me paró y me pidió que me sentara en sus piernas. Me besó y puso sus manos en mis glúteos. Con una sonrisa juguetona, le quité el suéter, y en ese instante sentí un calor que recorría todo mi cuerpo. Justo en ese momento, sonó el timbre que marcaba el final del receso. Nos alejamos rápidamente e intentamos fingir que no había pasado nada.
Durante cinco meses estuvimos en una relación intermitente, rompiendo y volviendo a cada rato. La gente a nuestro alrededor no paraba de preguntar:
—¿Pero esta ya es la definitiva?
Yo les respondía que sí. Pero al día siguiente, Uriel llegó a la escuela acompañado de su mamá y su hermano, que era un bebé. Todos me decían:
—¡Mira, ahí está tu novio!
Yo respondía:
—Ya no es mi novio.
Pocos días después, me enteré de que lo habían cambiado de colejio
A los pocos meses conocí a Aarón, y nos hicimos muy buenos amigos. Desde el primer momento, captó mi atención. Era muy atractivo, y solía esperarlo en las bancas. Cada vez que lo veía bajar por las escaleras, me parecía aún más encantador. Además, era todo un caballero.