La memoria podía ser traidora, bastarda y, sobretodo, muy confusa.
La deidad sabía de eso. Estar encerrado en una vasija por uno, dos, tres eones, quién sabe, quizás más, quizás menos, de manera totalmente consciente podía provocar que de manera ingrata te veas envuelto encerrando en su propio mundo, allí, en tu cabeza reproduciendo una y otra vez recuerdos con el fin de nunca olvidar una voz, una cara, unos ojos o un tacto que deseas tan hambrientamente sentir otra vez.
Muchos de ellos agradables, felices y mundanos. Las primeras décadas fueron fáciles de sobrellevar. Se mantenía con el deseo tacito y firme de que en algún momento saldría libre, mataría a la pobre alma desafortunada que consiguió sacarlo de su cárcel y, para ese momento, volvería a sus allegados con la visión de la vieja fe acabada, cambiada y olvidada y sus días serían los mismos como alguna vez lo fue.
Se mantuvo positivo con la idea ferviente de que volvería a ver a Shamura otra vez.
Las memorias, entonces, en un momento dado, no sabe cuándo, se deformaron y moldearon algo que nunca quiso que pasará.
Por qué así era la mente. Traidora y bastarda, pero también, muy confusa e incomprensible. ¿Sonaba loco decir que ese algo podía no entenderse así mismo?
Por qué así lo fue. No entendió como lo que tanto recordaba con añoro se fue resquebrajando poco a poco.
Los rostros se deformaban y no eran tan detallados como alguna vez lo fueron. Las voces, antes incluso audibles para sus oídos, se fueron volviendo en susurros y menos seguros. Las apariencias, los comportamientos, los momentos exactos que recordaba habían pasado se fueron transformando algo que sabía a ciencia cierta no fue como terminaron.
Entonces se rindió, y busco cualquier manera de ocupar la mente en cualquier otra cosa para no desgastar los recuerdos más.
...
Parpadea una, dos, tres veces. Se sienten mareados y no saben por qué.
Hay una voz que le habla. Al principio no es nada, solo eso, una voz apagada que mantiene el mismo ritmo monótono. Entonces, mueve las orejas, frunce el ceño. El suelo es frío y siente los brazos rígidos.
"....T....¿M.....y....?"
No entiende lo que se le dice. Tampoco hace un esfuerzo magistral por registrar las palabras, solo se centra en... Nada. No recuerdan bien que hacen ¿Por qué tenía los ojos cerrados? ¿La mente en blanco, sentados? ¿Por qué se sienten rígidos?
Entonces olfatean con cuidado buscando una alternativa para aclarar sus dudas, ya que no tenían demasiadas ganas de abrir los ojos. Pero su acción es interrumpida cuando una voz perfora sus oídos sin piedad ni preparación.
"Pyra."
Entonces la voz repentinamente es más clara y audible, y se asusta. No puede evitar sobresaltarse y abrir los ojos, haciendo esta acción un poco más tardía y de manera más calmada para disimular un poco, por qué mierda, reconocen aquella voz, aquel llamado, y se sienten tan confusos y extrañados como si nunca antes la hubieran escuchado.
El rostro es claro, tan vivido y reconocible como se esperaba, abarcando todo su campo visual, aún que debe alzar un poco la vista para contemplar del todo el rostro de la araña frente suyo.
La confusión es algo que Shamura no pasa por alto al ver qué se refleja en los ojos de la deidad, casi podría apostar que parecía como si hubiera visto a un fantasma en vez de él mismo.
"Lamento si interrumpo tu meditación, pero es necesario. Kallamar..." Pausa. La deidad sale de su estupor cuando escucha aquel nombre y parece prestarle más atención. Algo dentro de Shamura se aprieta y remueve con acidez. "No quiere escucharme. No sé ha movido detrás tuyo en ningún momento."
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Cuando niños eran.
Fanfic¿Quien fue el que preparo al primer obispo? ¿Quien nutrió su cerebro y corrigió sus errores? (One-Shots)