Él era alto, delgado, con los brazos ligeramente marcados por los músculos y con pequeños tatuajes decorandolos. De cabello azabache, ojos marrones vacíos y oscuros. Tenía mal genio, lo había oído gritar a través de la puerta una que otra vez, la mayoría de ellas gritaba insultos y groserías a diestra y siniestra.
Cuando estaba con ella nunca gritaba, de hecho ni siquiera hablaba, tal vez le irritaba que no contestara, que balbuceara oraciones inconclusas a causa del shock, o que en cuanto oía la puerta comenzaba a llorar desesperada, como si apretaran un botón.
Cuando se iba, lloraba unos minutos más antes de volver a quedarse quieta en su lugar hasta que el hambre la obligaba a comer. Comía desesperada un alimento que, poco tiempo después, cuando oía sus pasos del otro lado, abandonaba su estómago a causa de los nervios.
Otro par de pies se sumaron, los vió por debajo de la puerta, y escuchó una voz. Su voz.
•Mi ha stufato con i suoi pianti, sto seriamente pensando di tagliare le sue corde vocali .-Bufó-.
Un nudo se formó en su estómago al no entender ni una sola palabra de las pronunciadas. La otra persona, otro hombre, respondió algo entre risas que tampoco consiguió entender.
Apoyó su frente en sus rodillas, alejada del vómito, y comenzó a murmurar plegarias pidiéndole a Dios que, con toda su misericordia, viera por ella y la ayudara a salir de ahí pronto.
Escuchó dos golpes suaves en su puerta y el hombre abrió su boca otra vez, del otro lado.
•Non serve a nulla pregare, mío tesoro. Dio non é qui.
Lo único que atinó a hacer fue echarse a llorar otra vez.
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•Me tiene harto con su llanto, estoy considerando seriamente cortarle las cuerdas vocales.
•No sirve de nada rezar, cariño. Dios no está aquí.
