Capítulo 3. El viaje.

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 Se hacía una costumbre últimamente estar sin conocimiento, aunque dadas las circunstancias actuales era preferible estar desconectado del mundo, no se que tiempo he estado en este lugar,tengo vagos recuerdos de que me despertaran para alimentarme con algo asqueroso y volver a dormir,  nuevamente volví abrir los ojos, continuaba en aquella habitación, solo estaba una enfermera, una señora de unos 45 años más menos, blanca de pelo corto pero de un color rojo intenso, su mirada era seria y fría, bonita no era pero la expresión de su cara la hacía menos llamativa, vestía el clásico atuendo de una enfermera pero lo curioso es que no era blanco como de costumbre, era de color verde, un verde oscuro que impresionaba a la vista, digamos además que su cuerpo ocupaba gran parte de la habitacion. Al verla pensé que nuevamente me dormirían pero no fue así. Se movió hacia una mesa que se encontraba en un lado de la cabecera de mi cama, ya no tenía monitor, ni oxígeno puesto, aún tenía un leve dolor, me destapé y me habían retirado los puntos de la herida de mi abdomen, al igual que la de ambos muslos, habían hecho muy buen trabajo apenas se notaban las cicatrices, la enfermera levantó un teléfono que se encontraba en la mesa, no marcó número, solo lo llevo a su oreja y espero, hasta que escuche que dijo.

- ya despertó.

El miedo me envolvió nuevamente, no sabía que pasaría ahora, tenía miedo de ver entrar a Ifigenio por esa puerta, capaz de hacer cualquier cosa. Mire a través del cristal que hacía función de ventana y daba al pasillo, ví que alguien se acercaba, un hombre entró por la puerta, era joven, bien parecido, vestía un traje de esos que se ven en las películas muy elegante, pantalón gris bien ajustado e igual color portaba en el saco, por debajo una camisa blanca, parecía todo un actor de cine. La enfermera lo observó, hizo el gesto extraño que había visto, parecía una especie de saludo, por primera vez reparé en ello, el hombre se acercó a mi, se retiró el saco y se remangó la camisa, colocó el saco en la silla donde anteriormente Díaz había estado sentado, sin decir media palabra destapó la sabana, quede desnudo antes ambos desconocidos, no supe qué hacer, mantuve la calma para evitar que me volvieran a lastimar.

-¿ quién es usted, que me va a hacer ? - pregunte-

El hombre no respondió ni media palabra, parecía que yo no existiera, se acercó a mí y examinó todas mis heridas, extendió la mano hacia la enfermera y ella como si le leyera la mente le alcanzó un estetoscopio que ni sé de dónde sacó, aún había espacios en aquel cuarto en los cuales no había reparado, el hombre se lo colocó al oído, recorrió con la campana del mismo todo mi tórax, mientras me decía.

- respira. 

Obedecí, parecía no tener más intenciones que examinar mi estado de salud. Retiró el esteto de mi, se lo entrega a la enfermera y da media vuelta y sale por la puerta se pierde de mi vista luego de sobrepasar el cristal, me tapo nuevamente con la sábana, me doy cuenta que aún tenía el trocar puesto en mi antebrazo y una sonda vesical, ¿cuanto tiempo habré estado aquí? No tenía ni idea, había perdido la noción del tiempo, no sabía si era día o noche, no sabía en qué día de la semana estábamos, era desesperante, imagino que bastante tiempo para que mis heridas estuviesen con tal grado de cicatrización.

- ¿cuánto tiempo llevo aquí?  - hice un intento de comunicación con ella, pero solo me devolvió ignorancia

Se acerca a mí y sin pronunciar palabra y con muy poco cuidado retira el trocar y la sonda vesical. Intente taparme nuevamente con la sábana y lo impide, más bien la recoge y deja caer al suelo con asco, qué manía de dejar desnudo a uno sin necesidad.

Antes de poder quejarme siento varios pasos que se van acercando, la puerta había quedado abierta cuando salió quien pienso yo era un doctor, por el cristal que hace función de ventana aparecen la figura de dos hombres corpulentos vestidos con un pantalón de camuflaje con 4 grandes bolsillos a los lados, el verde del camuflaje era de la misma tonalidad del uniforme de la enfermera, portaban botas negras y altas casi tocaban las rodillas, eran visibles pues el pantalón terminaba dónde empezaban las mismas, una enguatada de tela con gran espesor y lo que llamamos en Cuba cuello de tortuga y pasamontañas ocultaban su rostros, en su cinturón colgaba una tonfa, esposas y otras cosas que se notaban guardadas en compartimientos en los que se dividía, pero que ni llegaba a determinar que era, se detuvieron en firme de frente a la puerta, sentí una voz que daba una orden a lo lejos y los encapuchados entraron al cuarto y se ubicaron cada uno a un lado de la cama, observé cómo la enfermera retrocedió.

Esteban en el fin del Mundo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora