Las decisiones que nunca había tomado eran las que más atormentaban la cabeza de Jisung. Quizá porque realmente nunca tenía la oportunidad de poner sus manos en alguna de ellas. No sentía que tuviese algún derecho a quejarse pero en la prisión casi auto impuesta de su recamara podía hacerlo. Allí en esas cuatro paredes y con el brillo de la luna siendo su única compañía, el derecho a quejarse volvía a ser suyo.
¿Cuanto tiempo más la luna lo arrullaría? Ya era lo suficiente mayor para saber que ni siquiera los astros calmarían los lamentos de su corazón. Dió una mirada fuera del amplio ventanal, por primera vez en toda su vida usaría su maldición como una bendición. La cuchara de oro que le fue otorgada sin siquiera haberlo pedido lo alimentó con veneno, llevándose consigo sus sueños y con ello matando parte de su alma. Solo por esa noche haría su aliado al oscuro invierno. El cielo nocturno empezaba a nublarse y la luz que brindaban las estrellas se difuminaba dándole a Jisung la señal que tanto había esperado. El invierno que no parecía ver su fin le daba su mano bañando todo en oscuridad.
Trazó la ruta de escape con días de antelación, entre sus paseos por el jardín como en las cortas simulaciones que había hecho de su escape. Era absurdo para muchos pensar que el principe heredero al trono escaparía de su vida acomodada pero si algo de voluntad quedaba en él, las llamas de su corazón se encendían soñando con la huída. Creció repudiando la realeza y todo lo que significaba que su vida no le pertenecía. Aprendió bien a disfrazar sus sentimientos detrás de la apariencia inmaculada de un príncipe inalcanzable, pulcro, capaz y sobre todo ocultando la soledad a la cual había sido condenado. Bajó por la enredadera de jazmín —el símbolo de la familia real, para su poca gracia— una escena sacada de un cuento cursi de hadas pero con el terror en su espalda a ser atrapado. Nadie mejor que él sabía quienes y cuando estarían custodiando las zonas de su balcón. El principe debía ser el mejor estratega, el mejor de los guerreros, el mejor de los espías, el mejor en todo lo que la realeza creía como digno y ese era el papel que le habían obligado a ejecutar, aún así, solo por ésta noche haría de todos sus lamentos una ruta de salida. En el gran baile de máscaras que interpretaba su familia, él encontraría una manera de salir por la ventana.
Eran diez minutos los que tenía antes de que la zona fuese custodiada nuevamente. Cubierto por el manto de la noche saltó el muro del jardín sin hacer ni un solo ruido. Un príncipe debía aprender a caer. Corrió a las profundidades del bosque que dividía los muros del castillo con la ciudadela. Una década atrás, cuando su corona no pesaba demasiado y su traje no lo ahogaba, habría saltado miles de veces ese muro, un niño libre en un intento de acabar con su cárcel de oro. La densidad del bosque lo acogía y después de tanto tiempo pudo respirar aire fresco, sin que su corona o sus ropajes le robasen el aliento.
Vagó por el bosque en línea recta hasta que las pequeñas luces de las edificaciones se fueron haciendo cada vez más notorias. Nadie esperaba que el príncipe estuviese sin rumbo a los alrededores pero aún así cubrió su cabello azabache con la capa que robó a uno de los sirvientes del castillo. Pensaría que la ciudad tendría guardias custodiando pero allí la reina era simple soledad. Los pocos recuerdos que tiene en aquel lugar lo abruman combinados con la euforia de su escape. La felicidad y la desesperanza se entrelazaban una con otra en su interior. El sabor amargo de su realidad. Entre su nublada memoria podía sentir como el barro se pegaba a sus pies mientras corría a través de la lluvia, despreocupado de todo como cualquier otro niño.
Ese niño era todo lo que tenía para aferrarse en los momentos más oscuros pero también, quizá, parte de su maldición, pues servía como recordatorio de todo lo que aquella vida le había arrebatado. Si su madre no hubiese sido elegida por el rey, quizá ese niño habría tenido una vida diferente. Una dónde tiene una vida para vivirla y no para interpretar el papel del príncipe. Hace mucho tiempo que su madre escribió su destino con tinta, atrapándolo entre las líneas de sus caprichos y deseos. Una reina de corazón frío, un rey moribundo y un príncipe que daría su corona a cambio de un par de centavos.
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Lullaby: for those who can't sing.
Fanfic¿Qué tienen en común un príncipe y un hada? A simple vista nada pero Jisung y Renjun comparten el anhelo de ser libres. Título en español ✶ Canción de cuna: para aquellos que no pueden cantar.