En Nueva Babel, el concepto de tiempo libre era tan retorcido como las propias calles de la ciudad. No había solaz, no había descanso; solo existían momentos de distracción entre los peligros que acechaban a cada esquina. La miseria y la corrupción tejían una trama oscura que envolvía a todos sus habitantes, y los pocos que aún respiraban lo hacían entre el humo espeso del desánimo.
"Vex", caminaba con paso firme hacia su destino: un bar oscuro y mugriento llamado "El Refugio de Sombra", donde las almas perdidas se ahogaban en alcohol barato y mentiras dulces. Era su refugio, no por el consuelo de las bebidas, sino por el entretenimiento que encontraba en la estupidez ajena. Entró al lugar, dejando que la puerta chirriante se cerrara detrás de ella, y sus ojos se adaptaron rápidamente a la penumbra.
El bar estaba lleno de hombres que buscaban olvidar, que ansiaban una compañía que les hiciera sentir menos insignificantes, aunque solo fuera por una noche. Vex se deslizó hasta la barra, sus labios pintados de un color oscuro se curvaron en una sonrisa que prometía más de lo que ofrecía.
—Otra noche solitaria, ¿eh? quizas un buen trago y un buen rato sean la solucion a esa carita pensativa —comentó un hombre con una barba descuidadamente crecida.
Vex sonrió con suficiencia y aceptó el trago sin mucho esfuerzo. Ella observaba con atención, esperando el momento adecuado.
—¿Sabes? No me molestaría si te invitan a otro trago, despues de todo, que hay de malo en un poco de diversion ¿no crees? —dijo Vex, dejando entrever su intención de entretenimiento.
El hombre rió, ajeno a su verdadero propósito, y con una seña al sujeto de la barra ordeno un trago para su compañia. Vex tomó la botella con elegancia y, cuando menos lo esperaba, desapareció en la multitud como una sombra. Para cuando él se dio cuenta de su ausencia, ella ya había salido por la puerta trasera, fundiéndose con la oscuridad de la noche. Había algo en burlar la desesperación de aquellos hombres que le daba satisfacción, una pequeña victoria en un mundo donde las derrotas eran moneda corriente.
Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Kid estaba rodeado por un grupo de niños, todos ellos huérfanos de una guerra que nunca entendieron, hijos de una ciudad que los había abandonado a su suerte. Aunque solo tenía 15 años, Kid era su protector, su mentor, el que se aseguraba de que no se quedaran sin comer. Usaba su ingenio para colarse en sistemas de distribución, tomando lo necesario para que esos niños nunca supieran lo que era irse a la cama con el estómago vacío.
—¡Kid, ¿como te fue esta vez?! —exclamó uno de los niños, que lo rodearon al momento de su llegada.
—bueno, yo... ¡les traje algo!— levantando un paquete con ojos brillantes de esperanza. Kid sonrió y asintió, distribuyendo los alimentos con rapidez.
—Es solo un poco, pero hoy nadie se quedará con hambre. Recuerden, siempre trabajamos juntos, ademas, soy yo "el gran kid"— dijo hablando de si mismo con una expresion exagerada que provocó risas entre los jovenes.
Los otros niños lo admiraban, lo seguían sin cuestionar. Para ellos, Kid era más que un chico, era una figura que encarnaba la posibilidad de algo mejor, aunque esa posibilidad fuera tan frágil como una burbuja flotando en medio de una tormenta. Les enseñaba a sobrevivir, a no confiar en nadie más que en ellos mismos, porque en una ciudad como aquella, confiar en el prójimo era una sentencia de muerte. Y sin embargo, detrás de su sonrisa fácil y su mirada brillante, Kid sabía que estaba criando a la próxima generación de supervivientes en un mundo que no merecía ni su esfuerzo ni su cariño.
En las sombras de la ciudad, "Neith" caminaba con las manos en los bolsillos, su mirada perdida en el suelo lleno de grietas y manchas de un pasado que se resistía a desvanecerse. El sonido de los insultos y las discusiones resonaba como un eco constante en los callejones, un coro de desesperación que nunca cesaba. Los cuerpos caídos a lo largo de las calles, víctimas de las sustancias que habían prometido alivio pero que solo trajeron una muerte lenta, eran testigos silenciosos de la decadencia de Nueva Babel. Prostitutas de rostros cansados y ojos vacíos se ofrecían a quien tuviera suficiente dinero o algo que intercambiar, sus vidas reducidas a transacciones rápidas y dolorosas.
Neith se movía entre ellos como un fantasma, evitando hacer contacto visual, consciente de que cualquier mirada prolongada podría desencadenar un conflicto innecesario. Sabía cómo protegerse, cómo evitar que le robaran, y cómo asegurarse de que su mera presencia no fuera vista como una amenaza. Mientras avanzaba por las calles, los edificios a su alrededor parecían inclinarse sobre él, pesados por el peso de la corrupción que emanaba de cada rincón. Gamma había diseñado esta miseria, había tejido cada hilo de pobreza y desesperación que asfixiaba a la ciudad, y lo había hecho con la precisión de un cirujano extirpando la esperanza de un cuerpo enfermo.
La desigualdad en Nueva Babel era tan abrumadora que la línea entre la vida y la muerte se había desdibujado. La riqueza se concentraba en las manos de unos pocos, mientras que el resto se ahogaba en la miseria. Gamma, la megacorporación que controlaba casi todo en la ciudad, había exprimido a los barrios bajos hasta dejarlos secos, succionando cada gota de vitalidad hasta que solo quedara una cáscara vacía. Neith había visto de primera mano cómo la gente se desmoronaba, cómo sus almas se consumían lentamente bajo la opresión, y cada día su odio hacia Gamma crecía un poco más, pero no era como si buscara tomar represalias de algun tipo, no es una ciudad de heroes ni mucho menos de vengadores, solo hay sobrevivientes.
Mientras caminaba por un callejón particularmente oscuro, su comunicador vibró en el bolsillo. Lo sacó, viendo cómo una luz tenue iluminaba la pantalla, mostrando un mensaje de un usuario conocido solo como "T".
Nuevo pedido disponible. Detalles a seguir.
Neith guardó el dispositivo, su expresión endurecida. El mundo seguía girando, y él seguía moviéndose con él, atrapado en una espiral descendente que no parecía tener fin, al menos, sbaia que el dinero no iba a parar de fluir para el y su grupo.
Neith giró en una esquina y se encontró con una banda de adolescentes pintando grafitis en una pared derruida. Las imágenes brillaban con un arte grotesco, figuras de seres humanos deformes, fusionados con maquinaria, atrapados en una eterna agonía. —¿Acaso alguno de estos chicos tiene una idea de lo que están pintando? —pensó Neith mientras sus ojos se deslizaban sobre el arte crudo. El eco de sus risas y conversaciones vacías resonaba en sus oídos, como el sonido distante de un televisor roto que nadie se molesta en apagar.Mientras tanto, Vex se deslizaba por las calles oscuras de Nueva Babel, una ligera sonrisa se dibujó en su rostro. Recordaba la expresión del hombre en el bar cuando finalmente se dio cuenta de que ella había desaparecido. Era un juego que jugaba a menudo: dejarlos pensar que tenían el control, solo para arrancárselo en el último segundo. Ahora, lejos del ruido y la música ensordecedora, se mezclaba con las sombras, moviéndose sin ser vista. La noche fría la envolvía como una vieja amiga, mientras recorría callejones estrechos, siempre alerta, siempre un paso adelante.
Pasó junto a un grupo de hombres que discutían acaloradamente, pero no se molestó en detenerse. No había nada en ellos que le interesara, y la adrenalina de su pequeña victoria en el bar aún palpitaba en sus venas. Giró en una esquina y se detuvo un momento, observando las luces de neón reflejarse en los charcos de agua sucia en el suelo. Satisfecha con la noche, se dirigió a su escondite, lista para descansar y preparar su mente para lo que fuera que el día siguiente le trajera.
Kid, por su parte, estaba sentado en el techo de un edificio destartalado, rodeado por un grupo de niños más pequeños. Tenían la mirada fija en él, como si fuera un héroe de las historias que nunca les contaron. Kid repartía comida de una bolsa, una mezcla de productos robados y rescatados de los desperdicios de la ciudad. Les hablaba de lugares que nunca verían, de inventos que nunca entenderían, pero lo hacía con una calidez que no encajaba en los tonos grises de Nueva Babel. En sus ojos se reflejaba una esperanza que no pertenecía a ese lugar, después de asegurarse de que todos los niños estuvieran alimentados y seguros en su escondite improvisado, se quedó mirando las estrellas apagadas en el cielo. Unas pocas luces parpadeaban a lo lejos, pero la mayoría del horizonte estaba oculto por la polución y la decadencia de Nueva Babel. —Un día —pensó—, les daré a estos chicos algo mejor. Pero sabía que ese día no llegaría pronto. Suspiró y comenzó a recoger sus cosas, preparándose para regresar a la realidad.
Neith finalmente se detuvo frente a un edificio en ruinas que alguna vez había sido un hogar. Las paredes estaban cubiertas de mensajes de odio y desesperación, y el olor a descomposición impregnaba el aire. Sacó su dispositivo, las luces del aparato iluminando brevemente la oscuridad.
Bastó con escribir el corto mensaje de "Tenemos trabajo" para que sus compañeros interrumpieran su recreo, cada uno mirando la pantalla de su dispositivo con la expresión seria que indicaba que era hora de regresar a la realidad. Esa realidad donde todo se reducía a quitar o perder algo.
ESTÁS LEYENDO
Neon Shadows
Научная фантастикаAdentrate a las profundidades de los barrios bajos de Nueva Babel, donde las luces de neón parpadean como estrellas moribundas, donde la esperanza es escasa y el riesgo es constante. Un tono adulto y un humor irónico que aligera la tensión, Sombras...