01. Hanna Sano

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El 14 de abril del 2018, el mismo día que el abuelo Sano cumplía 89 años, nació una pequeña niña de cabellos rubios y ojos azules. Su llegada trajo felicidad a su progenitor, al igual que miedo y duda al ser un bebé prematuro, la pequeña niña estuvo al borde de la muerte y durante más de un mes tuvo que estar en una incubadora con ventilación mecánica por la inmadurez pulmonar que había presentado.

Takemichi sufrió demasiado, ver a su pequeña niña con tubos y cables era algo demasiado traumático, incluso llegó a culparse por no poder “mantener a su hija más tiempo en su vientre”. Por fortuna, todo salió bien y después de que la pequeña fuera dada de alta todo empezó a mejorar para el omega.

Hanna Sano fue el nombre que la pequeña llevaba, la primera bisnieta del abuelo Sano y “su pequeña Manjiro”. Takemichi se encargó de educar adecuadamente a su hija para que fuese amable, dulce y cortés con las demás personas, pero Hannagaki no tomó en cuenta que su pequeña Hanna sería una alfa dominante y la viva copia de Manjiro en cuanto a carácter.

Apenas habían pasado unos años, Hanna asistía a la primera pero solía meterse en problemas con los demás niños; había muchos mitos alrededor de los dominantes, ya sean alfa u omegas, todos pensaban que no había nada más cool que ser un dominante pero no tomaban en cuenta varias cosas. Los dominantes solían ser más emocionales, era difícil que un dominante controlará al 100% sus emociones, la gente solía decir que era “caprichosos y arrogantes” pero la realidad era que su cerebro funcionaba de manera distinta al resto.

Takemichi lo sabía perfectamente, varias veces peleó con Mikey por su actitud y parecía una pésima broma que su pequeña niña tuviera la misma actitud de Mikey.

Y ahí estaba el problema.

Hanna tenía cinco años y estaba tratando de regular sus emociones pese a que le era más difícil que al resto de la gente. Takemichi estaba consciente de eso e intentaba entender a su hija, a veces era difícil y terminaba regañando a Hanna pero solía arrepentirse al instante.

No era una mala niña, solamente no lograba controlar todas sus emociones.

—¡Ahhhh!

—Ey, Hanna— reprendió Takemichi, haciendo una seña de silencio —Mamá está ocupado— agregó para luego mirar su portátil nuevamente.

Takemichi no necesitaba trabajar, todo lo que necesitara se lo daría el abuelo Sano, pero le gustaba ayudar a los vecinos, la tienda de conveniencia frente a la casa era de una vieja amiga del abuelo y cada que la señora pedía ayuda, Takemichi no dudaba en ir. 

Aunque no pensó que lo llamarían del colegio para informarle que Hanna había sido expulsada por pelearse. Le tocaba buscar otro colegio, otra vez, así que estaba sentado en la mesa que usaban como caja registradora mientras Hanna estaba acostada en una colchoneta que Takemichi había puesto para ella.

—¡Maaaaaa!— insistió la pequeña, retorciéndose en la colchoneta mientras pataleaba. Estaba molesta, su tenue aroma a menta la delataba, quería ir al colegio de nuevo pero no podía y odiaba estar quieta, además que quería una paleta pero su mamá se la había negado porque “hacía frío”.

—Hanna, habló en serio.

—Quiero una paleta de chocolate— habló entre reclamos la pequeña, poniéndose de pie para caminar de manera perezosa al congelador de helados —Y unas patitas, la señora dijo que podía agarrar lo que quiera y yo quiero mi paleta.

Takemichi soltó un largo y pesado suspiró, cerró su portátil y miró a su hija que estaba descalza y aún con el uniforme de su antigua escuela.

—Cariño, prometiste que hoy te comportarías bien— recordó, porque no siempre era bueno cumplirle sus caprichos a la pequeña —Y peleaste con un niño mayor, lo golpeaste, ¿Crees que eso es correcto?

Pequeña SanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora