03. Bienvenido a Casa

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El día había iniciado bien, mamá y sus tíos habían salido a comprar algo de comer dejando a Hanna y el abuelo en la casa.

Nunca esperaron que una fuerte lluvia retrasaría su regresó.

—Si, ajá.

Hanna tenía en su pequeña oreja el teléfono de la casa, de puntitas en el mueble donde estaba el aparato. 

—No abras la puerta a extraños.

Takemichi había marcado preocupación por su pequeña, odiaba que Hanna y el abuelo se quedaran solos en casa pero no podía hacer más.

—El abuelo quiere un helado— mencionó la pequeña, ignorando por completo la petición de su madre —Dice que quiere helado de chocolate con chispas de colores— aseguró, aunque claramente el helado era para ella.

Takemichi sólo pudo suspirar.

—Hanna— llamó el omega, intentando mantener la calma —Si te portas bien te compraré ese peluche de pingüino que tanto querías— propuso.

Hanna sonrió ampliamente.

—¡Me portaré bien, lo prometo!

Takemichi sintió un enorme alivió, sabía que Hanna no estaba sola en la casa, pero el abuelo solía consentirla y temía que ambos salieran con esa lluvia solo porque Hanna quisiera algún dulce.

—Bien, entonces no salgan para nada— pidió, con la esperanza de que su hija hiciera caso.

—¡Si, adiós!— concluyó Hanna para luego colgar, estaba feliz por la idea de tener ese peluche que tanto le había gustado.

Con alegría se dirigió al cuarto del abuelo, abrió la puerta y observó al anciano en la cama viendo la televisión.

El abuelo la miró y sonrió con cariño.

—Hola princesa— saludó y sin dudarlo se puso de pie para ir hacia Hanna y cargarla —¿Cómo estás mi pequeña Manjiro?

Hanna río y abraza a su bisabuelo.

—Mami salió a comprar con los tíos, dijo que no abriera la puerta a extraños— explicó, luego hizo una pausa y pensó un poco —Y que podíamos comer muchos dulces, y que podíamos ver películas— agregó con entusiasmo.

El anciano solo asintió con una amplia sonrisa, sabía que eso no era verdad pero no podía negarse a esos bellos ojos negros que tanto le recordaban a su pequeño Manjiro, con cuidado llevo a la niña a la cama para mirar la televisión.

La habitación del abuelo era un mundo mágico, según las palabras de Hanna, habían varias fotos en bellos Marcos dorados como en un museo, uno que otro trofeo a nombre de Shinichiro, Emma e Izana, pero varios medallas de oro en Karate con el nombre de Manjiro.

No era un secreto que el abuelo Sano adoraba a Manjiro, quizás porque era el más parecido a su difunta esposa.

—Quiero ver “donde viven los monstruos”— pidió la pequeña, acomodando su cabeza en la enorme almohada —Por favor baba.

El abuelo buscó la película sin dudarlo y observó como su bisnieta parecía atrapada con aquella película, después de un rato se estiró a su cajón de noche y sacó un huevito sorpresa.

Hanna lo notó rápidamente.

—¡Sí, huevito!— ni siquiera tuvo la necesidad de preguntar, ese dulce era para ella y lo sabía. Lo tomó sin duda alguna para poder comerlo y darle el juguete a su baba.

Pequeña SanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora