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Una sirvienta corría de un lado a otro con una olla de agua y toallas para asistir a la madre que estaba dando a luz. Hacía todo lo posible por ayudar. La madre debía dar a luz pronto, o su bebé podría morir. La sirvienta le animó a empujar con más fuerza, asegurándole que podía hacerlo. Finalmente, la madre empujó con todas sus fuerzas y se escuchó el llanto del bebé que al fin había llegado al mundo.

La sirvienta tomó al bebé, lo limpió y lo envolvió en una manta para mantenerlo caliente. Justo cuando iba a ponerlo en su cuna, se oyeron las puertas abrirse. Una figura masculina entró: era el emperador de Obelia, Claude de Alger Obelia. Se acercó a la sirvienta y le arrebató al bebé. Al verlo, notó que se parecía a él, pero el niño tenía ojos rojizos como unos joyas de rubíes. Declaró: "Harland Brarat Cosmo de Alger Obelia". Luego, le devolvió el bebé a la sirvienta y se marchó.

La madre del bebé, la emperatriz de Obelia, Áurea Dorotea de Swifteling, estaba exhausta después del parto. Las sirvientas le sugirieron que descansara. La emperatriz se quedó dormida por el agotamiento. Las sirvientas, al ver que todo estaba bien, dejaron al bebé durmiendo en la cuna y se retiraron a descansar.

Cuando todas las sirvientas se fueron, una mujer entró en la habitación de la emperatriz, la agarró del cuello y la estranguló hasta matarla. Justo cuando iba a matar al recién nacido, un guardia tocó la puerta para asegurarse de que todo estaba bien. Al no escuchar respuesta, el guardia entró a verificar. Al no ver nada sospechoso, se retiró. La mujer sospechosa saltó por la ventana y huyó para no ser atrapada.

Por la mañana, dos sirvientas entraron para ver si la emperatriz estaba despierta. Al acercarse a la cama, la encontraron muerta. Rápidamente comprobaron si el bebé estaba vivo. Al ver que el bebé estaba bien, buscaron a unos guardias para informarles de lo sucedido y de la muerte de la emperatriz. El emperador Claude Alger de Obelia fue personalmente a verificar el estado de la emperatriz. Todos vieron las marcas en su cuello. Al ver esto, concluyeron que había sido un acto de venganza y que la habían estrangulado. Todo el imperio de Obelia se enteró de la muerte de la querida emperatriz y, al saberlo, colocaron muchas flores —las favoritas de la emperatriz, las flores de loto— en la puerta del enorme castillo. Todos lloraron la muerte de la emperatriz y el pobre bebé que se quedó sin madre. Una amiga cercana de la emperatriz tuvo que hacerse cargo del bebé, ya que, antes de todo esto, la emperatriz había pedido a su amiga Adelaine Aroa Attaway que cuidara de su bebé si ella llegaba a morir.

Todos en el palacio estaban muy tristes por la muerte de la emperatriz. Todo era nuevo para ellos: un bebé recién nacido, una concubina y la pérdida de la emperatriz. Había muchas sospechas sobre cierta persona, mal vista por los ojos de todo Obelia, pues llevaba un bebé en su vientre, hijo del emperador Claude de Obelia. Al conocerse la verdad, todos en el imperio entendieron cómo la emperatriz sufría por este engaño, ya que se habían prometido amarse y protegerse mutuamente. Pero ella no sabía que el amor no era recíproco, pues el emperador ya tenía ojos para otra persona.

Pasaron los años y el príncipe ya tenía seis años. Era un prodigio, amable y respetuoso como su madre, la difunta emperatriz. Sin embargo, era muy serio para su corta edad. No le gustaba el afecto, aunque todos en el imperio lo adoraban por su gran corazón. Decían que era por la falta de amor materno. Un día, mientras el príncipe caminaba hacia la oficina de su padre para mostrarle sus notas, ya que debían estar firmadas por el emperador para entregárselas a su maestro, se encontró en su camino con la concubina de su padre, Diana. Todos en el imperio la llamaban la "rata usurpadora de maridos". Al verla, el príncipe mantuvo una distancia adecuada (tres metros). Diana se percató de su presencia y le dijo que, ahora que su madre había muerto, él podría llamarla madre. Al escuchar esto, el príncipe se enfureció y le respondió: "No te metas en lo que no te incumbe—oh, lo siento, eso ya lo has hecho, como con mi padre. ¿No es cierto, rata usurpadora de maridos? ¿O no habías escuchado eso antes?". Diana quedó helada al escuchar tales palabras de un joven príncipe de solo seis años. Era claro que sabía defenderse bien. Diana se retiró, dándole la espalda al joven príncipe. Al ver que se fue, el príncipe tocó la puerta de la oficina de su padre. Al escuchar un "pasa", entró y saludó a su padre, o mejor dicho, al emperador, ya que a este no le gustaba que el príncipe le llamara padre. Le pidió al emperador que firmara los exámenes, ya que su maestro lo había solicitado, pues en la academia así lo exigían. El emperador le dijo que dejara las hojas ahí, que las firmaría después. El príncipe obedeció y le dijo que se retiraría, y así lo hizo. Después de eso, fue a su cuarto a practicar algo de magia, ya que nadie sabía que podía usarla y era mejor no decirlo.

Anoche, el príncipe no podía dormir, ya que estaba pensando en su madre, la emperatriz Áurea Dorotea de Swifteling. Su nana le contó sobre ella, diciendo que era muy amable, linda, respetuosa, valiente, cautelosa, muy servicial con los pobres y una persona hermosa. La llamaban la emperatriz de joyas por lo hermosa que era. Pensando en ella, se quedó dormido. En la mañana, se levantó más temprano que las sirvientas, se bañó y se vistió para ir a sus clases en la academia. Recuerda que la concubina tenía un bebé llamado Anastacia "Inmortalidad", de 5 o 4 años de edad. El príncipe no le daba importancia, ya que esa niña no era nada suyo; solo tenía la sangre de su padre, pero nada más. Después de eso, no tenía nada de él. El príncipe odiaba mucho a su familia y se prometió a sí mismo que buscaría venganza por su madre, que murió ahorcada. Era obvio que fue esa concubina quien la mató por celos hacia ella. Por eso, se volvería más fuerte que nunca, dominaría el imperio y haría caer a los que mataron a su madre. Cuando iba al comedor para almorzar con su "familia", aunque no considera a nadie su familia, solo dice padre por respeto, eso es lo único. Cuando llegó, vio a la concubina sentada y a una niña pequeña. El joven príncipe supuso que era la hija de esos dos; no le dio importancia, solo saludó, se sentó, no comió nada y se retiró para irse a su academia. Cuando estaba llegando al carruaje, vio una figura más o menos pequeña con cabello negro algo largo, pero cuando intentó verla de nuevo, ya no estaba. "Raro", se dijo el príncipe. Se subió a su carruaje y se fue a su academia. Estaba pensando sobre lo que escuchó decir al emperador, pues este dijo que el príncipe debía tomar clases privadas, no en una academia, y que hoy sería su único día de academia. Realmente, no le caía el emperador; solo era un fastidio más. Terminó sus clases, era hora de irse al castillo. Pensaba en qué iba a hacer, ya que no dejaron nada de tarea hoy, por eso debía aprovecharlo y practicar magia o pasear por el gran jardín que tenía. Había llegado al palacio. Al entrar, fue recibido por los sirvientes y se entró al palacio. Uno de los sirvientes le dijo que su padre, el emperador, quería verlo. Entonces fue a la oficina de este, tocó y se escuchó un "pasa". Entró. Ahí estaba el emperador sentado. "Conque iba a ser importante", lo saludó y dijo: "Saludo al sol del imperio de Obelia". De su parte, se escuchó un "siéntate". Al parecer, contó que el príncipe ya no iba a asistir a la academia. El príncipe se lo esperaba, pues ya lo había escuchado, pero le dijo algo más: que en unos cuantos años más—más específico, 6 años—se iba a saber si era omega, beta o alfa. Le dijo que tenía que ser un alfa o sería una deshonra para todo el imperio. El príncipe asintió y se retiró de ahí. No quería escuchar nada de eso, así que salió a pasear por el jardín. Al ver un gatito, lo siguió y lo dirigió a un chico con cabello negro y ojos rojos como él tenía.

 —Hola, soy el príncipe heredero Harland Brarat Cosmo de Alger Obelia. ¿Tú eres?

 —¿Qué te importa, niño? .-dijo con un tono cortante. 

—Tú también eres un niño, ¿lo sabías? Además, sí me importa porque estás en mi jardín, o mejor dicho, estás en el palacio real, así que mejor dime quién eres o llamo a los guardias.

 —Ahgs... soy Lucas. Listo, eso es lo único que tienes que saber, y no importa si llamas a los guardias, yo los puedo vencer fácilmente. 

—¿Eres mago o algo parecido, Lucas? Bueno, yo también soy hechicero o mago, como quieras decirle, pero dime, ¿por qué estás aquí? 

—Sí, soy. Estoy aquí porque quiero y porque vengo por esa cosa.-Apunto al gato-. Además, hablas como si fueras un adulto, ¿no lo crees? 

—Sí, me lo dijeron muchas veces, pero mi razonamiento es mucho más elevado que el de cualquier niño, por eso hablo así. Pero, ¿no crees que estás invadiendo propiedad privada, mago Lucas de la torre mágica? 

—lo último lo dijo con una sonrisa tan grande que daba miedo. Lucas se quedó helado. ¿Cómo sabía ese niño quién era si nunca le dijo quién era realmente? 

—¿Cómo sabes eso? ¿Quién te lo dijo, niño? 

—Verás, señor mago, yo soy muy fan de la torre mágica. Sé todo de ahí, por eso sé quién eres, ¿no lo crees, Lucas? 

—...Tengo que poner más seguridad —lo dijo susurrando.

 —Pero bueno, Lucas, ¿quieres ser mi amigo? Y te prometo que no le diré a nadie quién eres, ¿okey? 

—Está bien, confío en ti por esta vez. 

—Eso espero, Lucas.

Estoy listo para dominar el imperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora