Capítulo 3: Diosa de ojos verdes

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Damón.

Siempre me han tenido miedo. Desde que era un crío, podía ver el terror en los ojos de la gente con solo mirarles. Algunos, los que me conocen bien, dicen que es por mi mirada, esa intensidad que no deja lugar a dudas sobre mi autoridad. Otros dicen que es por mi reputación, esa historia que me precede y hace que hasta el más valiente piense dos veces antes de levantarme la voz. No me importa el motivo; me basta con que me teman. Eso es lo que me ha mantenido vivo y en la cima del negocio.

Iba en mi coche, un Aston Martin negro que parecía deslizarse sobre el asfalto en lugar de rodar, con mis pensamientos ocupados en el negocio del día, en la reunión con un proveedor que por su bien debía ser más puntual si no quería acabar en el fondo de algún río, cuando la vi. O, mejor dicho, casi la atropello. joder no vi que el semáforo estaba en rojo y siendo sincero tampoco me importa, pero me detuve. Pisé el freno a fondo, y el auto se detuvo a centímetros de su cuerpo. Podía ver su reflejo en el capó, congelada en un segundo de sorpresa, como un venado atrapado en las luces de un cazador.

Una fracción de segundo después, su expresión cambió. Ya no era de sorpresa, sino de pura furia. Dio un paso hacia atrás, recuperando el equilibrio, su respiración agitada como si hubiera corrido un maratón. Esperé ver la clásica expresión de miedo o de disculpa, algo que me resultara familiar. Pero, para mi sorpresa, su cara se transformó, no en temor, sino en puro enojo. ¿Enojo? Nadie se enoja conmigo. ¿Quién demonios es esta mujer?

Se acercó con decisión y golpeó la ventanilla del coche. Mi coche. Nunca, nadie, se atreve a tanto. Pero ella lo hizo, y con una furia que casi podía sentir a través del vidrio. Sus labios se movían rápido, escupiendo insultos que apenas pude seguir mientras su amiga, una rubia con cara de estar mortificada, trataba de calmarla. "Ana," le llamaba la amiga, intentando contenerla.

— ¡¿Estas loco?! — gritó, mientras intenta ver a través del cristal polarizado y golpeando el vidrio una y otra vez — ¡Podrías haberme matado! ¡Aprende a conducir, idiota!

Bajé la ventanilla lentamente, sin prisa. La tensión en el aire era palpable. En lugar de enojarme, como sería lo normal — porque a nadie se le permite hablarme de esa manera — estaba fascinado. Esta mujer, no tenía ni idea de con quién estaba hablando, y eso, por alguna razón, me divertía enormemente.

Yo no podía creerlo. pero Allí estaba, frente a mí, una mujer que no tenía ni idea de quién era yo, y que además tenía el descaro de gritarme. Mi primer instinto fue el habitual: un estallido de rabia ante la osadía, una oleada de violencia esperando ser liberada. Pero algo en su mirada, en la manera en que sus ojos verdes brillaban de furia, me hizo detenerme en seco.

— ¿No tienes nada que decir? ¿Ni siquiera una disculpa? — como se atreve a preguntar o pensar eso siquiera, ¿yo disculpándome? ni en sus sueños más locos.

— Ana. cálmate ya por favor — su acompañante vuelve a intentar calmarla y alejarla pero la, la tal, Ana. no se mueve ni un milímetro,

su acompañante al verme se ha puesto de todos lo colores y pálida a la vez, ya sabe a quien su amiga le está armando un drama y gritando. puedo aportar que sabe que están en serios problemas.

— Dije que no, Sara, y deja esa cara. Es a mí a quien este idiota casi deja como un bulto en el suelo — todavía tiene el atrevimiento de señalarme. joder, tiene un un carácter del demonio, mientras su amiga parece a punto de desmayarse, pobre.

Yo sola la observó en silencio, viendo cada uno de sus movimientos y esos ojos verdes intensos con los que me está fulminando a muerte, como el cabello negro azabache le cae en ondas y nada que decir de esos labios provocativos, estoy fascinado y no se porqué. ¿cómo puedo estar fascinado si me está dando la insultada del siglo?

Planos de SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora