Epílogo

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Unos años después...

—¡Mamá!, ¡Mamá! —una pequeña castaña corría alegremente por la casa en busca de su madre. Llevaba consigo un oso de peluche y una sonrisa radiante adornada su rostro.

Bajó corriendo las escaleras, ignorando el hecho de que a su madre no le gustaba que lo hiciera porque podría salir lastimada, y al mismo paso llegó hasta la sala, donde una castaña más grande se encontraba sentada en el sofá.

—¿Mamá?

—¿Jattawa? —pregunté.— ¿Qué haces despierta a esta hora?

Mi pequeña empezó a hablar pero no pude escucharle. Era algo que hacía a pesar de los años. No había perdido la costumbre. 

Ella es Jattawa Vosbein, la luz de mis ojos, y el fruto del amor entre Milk y yo.

Bueno, sé que ambas somos mujeres y técnicamente no podemos engendrar un hijo, pero eso no quiere decir que no la amemos con todo nuestro corazón.

Hace algunos años —poco después de casarnos— ambas decidimos adoptar a una pequeña pero adorable bebé de dos meses de edad a la que llamamos "Jattawa". Los encargados nos dijeron que su madre la había dejado allí porque no podía —y no quería— cuidar de ella, le había parecido una aberración y aunque aceptó tenerla, realmente jamás quiso que eso pasara. Milk y yo nos apenamos de inmediato preguntándonos, ¿por qué las personas eran así? Ella era una pobre bebé que no tenía culpa de las acciones irresponsables de sus mayores. Solo necesitaba amor y cariño, comprensión, una madre o un padre —dos madres o dos padres también era una opción—, alguien que la protegiera, que la cuidara y le dijera que todo iba a estar bien. Les preguntamos si nos dejarían verla y en cuanto la llevaron con nosotras, mi esposa —porque en ese momento ya lo era— se había enamorado de ella y juro que casi llora de la felicidad, inclusive trató de convencerme con frases como que se parecía mucho a mí y así sería todo más real —aunque realmente no lo necesitaba porque yo había decidido que sería nuestra hija en cuanto la vi—. Al principio me pareció extraño, pero a medida que pasaba el tiempo me di cuenta de que realmente se parecía a mí, y no solo físicamente.

Aunque claro, tenía algunas expresiones faciales y gestos que se parecían mucho a los que Milk hacía, y ciertamente me recordaba mucho a ella.

Actualmente no me arrepentía de haber tomado esa decisión junto a mi esposa, ya que ahora teníamos una pequeña princesa más en nuestro castillo de amor.

—¿Mamá?, ¿estás escuchándome? —la voz de mi pequeña me sacó del trance y dirigí mi vista hacia ella. Brindándole una gran sonrisa cuando se acercó.

—Sí, lo hacía.

—¿Sí?, ¿y qué dije? 

¿Dije que se parecía a mí? Olvídenlo. Eso lo sacó de Milk.

Reí ante mi propia broma mental. A veces se me olvidaba que realmente no llevaba nuestra sangre de lo parecida que era a nosotras. Claro que eso no importaba, ella era nuestra hija pese a todo y siempre la íbamos a amar, pasara lo que pasara.

—¡Mamá! —me recriminó, cruzando sus brazos y haciendo un adorable puchero. Y por un instante, me pareció ver a Milk en su lugar, ya que ella solía hacerme esos berrinches cuando quería algo de mí.— ¡No me estás escuchando! 

Nuevamente solté una risa y la tomé en brazos, sentándola en mis piernas para darle un fuerte abrazo de oso y un beso en la mejilla.

—Lo siento, princesa. Es que estaba pensando.

—¿En qué pensiabas? —preguntó, curiosa.

—En cosas.

—¿En qué cosas?

𝐄𝐲𝐞𝐬 : 𝐌𝐢𝐥𝐤𝐋𝐨𝐯𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora