SOCORRO

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El sol salía, pero en la casa de la familia Dolores la calidez no llegaba. El hijo mayor, Tomás, dormía cuando la fría brisa, que se había escabullido a su cuarto, lo despertó de pronto — Socorro — dio un grito ahogado. Escuchó la manteca chillar y supo que el día había comenzado, se vistió su uniforme, tomó su mochila y salió del cuarto hacia la cocina. Ahí, una rígida silueta deambulaba preparando el desayuno, María, su madre. Las mañanas de los Dolores eran frías y grises, doña María hizo la mesa y Tomás se sentó a comer, el sonido a silencio de barrio pobre se apoderaba del hogar. Entre tragos de leche y bocados de huevos estrellados, Tomás rompió el silencio y habló con miedo y timidez — La niña me ha vuelto a visitar, me ha despertado. Sigue siendo traviesa y no me deja dormir — doña María, al punto dejó de comer — No hay ninguna niña, entiende muchachito — el tono irritado de su madre no pasó desapercibido. El silencio y la incomodidad se apoderó del momento, se abrió una puerta y el padre Roberto se unió al desayuno, no hubo saludo de buenos días. El padre era aún más silencioso y rígido que la madre. Comió su desayuno y apresuró sus pies a la salida, y así como no hubo saludo, tampoco una despedida. Tomás terminó su desayuno, se levantó y se dirigió al marco de la puerta de salida — Adiós madre, te veo en un rato — Tomás no recibió respuesta, ni siquiera una mirada de su madre. Tomás dejó su casa con destino al colegio.

Tomás iba llegando a su colegio, con la cabeza entre los hombros, por donde pasaba todos le miraban, se oían susurros y cuchicheos por los pasillos de la escuela. Las clases comenzaban y tocaba la materia de Español. Se oía la voz del profesor hablando de ecuaciones de aritmética que poco entendía. Tomás, recostado en su mesabanco, ignorando la clase, prestó su atención al sonido de una pelota que botaba en el patio, la voz de la profesora se ahogaba en el espacio, no había nada más que el sonido de esa pelota que botaba y botaba. Sus párpados se hacían pesados, entre todos los sonidos de voces de alumnos que se perdían en un silencio como sumergido en el agua, una voz sonó más que otras. Una risa infantil sonaba al fondo del aula, Tomás la reconoció, era la niña que lo perseguía en sueños. En la borrosidad del aula, el joven se puso de pie y vio compañeros sin rostro, estáticos e inertes, la perplejidad se apoderaba del chico cuando escuchó que la gélida voz de la niña lo llamó. Salió del salón y comenzó a seguir las risas de la infante, sin embargo, mientras más se acercaba las risas se distorsionaban en llantos. En el patio la miró, ella estaba de espaldas y seguía llorando — ¿Qué quieres de mi? — habló Tomás — No hay ya nada que yo pueda hacer — al anunciar esas últimas palabras, la niña volteo a verle y vio entonces en su rostro, cuencas rojas, ahí donde deberían estar su ojos no habían más que unos vacíos que brotaban sangre oscura y espesa, escalofríos acompañados de sudor frío le subían por el cuerpo. Debajo de la niña unas manos negras, de oscuros y pútridos vapores, salieron y agarraron a la niña, las manos clavaban sus dedos en la niña, contaminándola de esa negra putrefacción que parecía brea hedionda. El entumecimiento alcanzó al joven Dolores, sus gritos de pronto quisieron salir violentamente, pero se vieron atrapados en su pecho — ¡¡Tomás!! — un desgarrador grito de la niña llegó al joven, su grito parecían cortarle las entrañas con cuchillos de hielo, la niña gritó y gimió y lloró desgarradoramente hacia el joven. Tomás por fin pudo soltar un desgarrador grito de terror — ¡¡Socorro!! — gritó repetidamente y dio violento salto hacia atrás cayendo de su mesabanco, golpeando el suelo soltando un llanto histérico, Tomás, aún se encontraba en el salón. Todos sus compañeros, asustados, lo vieron retorcerse de miedo en el suelo, con la cara llena de lágrimas y sudor, pálido y con la mirada perdida, ido a otro mundo, la profesora de química se apresuró a acercarse en ayuda a Tomás, pero él cayó desmayado.

En casa de los Dolores, María, la madre, iba llegando del mandado. Abrió la puerta roída de su casa triste, el sol se posicionaba cálido en lo alto, pero incluso así, el frío daba la bienvenida a doña Dolores. Caminó por el pasillo principal, oscuro y húmedo, sus pasos rebotaban rápido en las paredes, pasó por un lado del cuarto de Tomás, al lado del baño, pasó también al lado del cuarto de ella y su marido, se dirigía a la cocina, pero antes, se detuvo al lado de un cuarto vacío, lo miró con cautela y temor, pasó largos segundos mirando la perilla de la puerta, dudosa de abrirla o no, decidió no hacerlo. Siguió caminando hasta terminar el pasillo y llegar a la cocina que se extendía por los lados. Cansada, subió las bolsas llenas de productos, encima de la mesa, se echó un suspiro, acomodó el mandado, sacó la carne y tomó el cuchillo. Puso el filete de carne de res sobre la tabla de picar, acomodó el cuchillo para hacer el primer corte, pero, de pronto la escuchó, el lamento de la niña, ahogado y opaco, María lo ignoró. Cortó la carne; se abrió la puerta del cuarto vacío, María Dolores se negaba a voltear. Se escucharon unas llantas salir de la puerta abierta; doña María comenzó a tener miedo. El cuchillo temblaba en la mano de María, detrás de ella, en ese húmedo pasillo, el llanto de la niña sonaba más y más fuerte, señora María, aumentaba la velocidad de sus cortes, el llanto le llegó, doña María se rehusaba aún a voltear. Golpes débiles se oyeron de donde provenía el llanto de la pequeña, golpes secos, golpes aislados, como tratando de salir de una prisión, los tajos descuidados de doña María terminaron por costarle una cortada en sus dedos, el llanto de doña María escapó de sus pulmones con mayor fuerza y sin contención, la niña le siguió con un grito de agonía, pobre doña María, no pudo soportarlo más, María volteo... El silencio se hizo, María no pudo llorar más, el llanto se le atoro pesado en el pecho — Vete, déjame en paz, te lo suplico, ¡¡¡por favor!!! — gritó con desesperación, cuando por fin, pudo enfocar la mirada. La puerta del cuarto vacío totalmente abierta, tapando el pasillo de salida, el suelo lleno de charcos de agua, y al frente, un maletín rojo. El silencio sonó en toda la casa, ni las palpitaciones de doña María se alcanzaban a escuchar. De pronto, doña María escuchó el cierre de la cremallera del maletín deslizarse lentamente, María sostenía sus manos en su pecho, de a poco, el maletín se iba abriendo. Unas manos morenas pálidas salieron del maletín, un brazo salió por arriba, el otro por un lado, la niña despedía sonidos como de llanto, o risa, o dolor, María sentía como el corazón le quería salir del pecho y reventar, las piernitas de la niña salieron, una de sus piernas salió por debajo y la otra por arriba, los brazos y piernas de la niña se movían de un lado para otro, de manera incoherente, María Dolores no podía dejar de mirar, quería voltearse y no ver ni oír, pero no podía, la presencia de la niña había dominado el lugar. Miró, entonces, como la cabellera enmarañada de la niña comenzó a asomarme por un costado del maletín. El cabello le cubría la cara, pero María sentía como la niña la miraba fijamente, la niña entonces soltó un aturdidor grito de agonía y el maletín se abrió al completo, dejando salir inmensos charcos de sangre oscura, María no lo soportaba más y se entregó a un llanto perdido, las piernas, brazos y cabeza de la niña salieron del maletín, dispersas, cercenadas. La sangre había sido tanta que cubría hasta las rodillas de doña María, su terror era indescriptible, así que quiso tapar su rostro con sus manos, y lloró con cansancio y rendimiento, como quien ha pasado tanto impacto ya, que no le queda más llanto. María Dolores, en medio de sus sollozos, sintió que algo le chocó en las rodillas, quitó sus manos de su rostro y mi miró la cara de la niña, con sus ojos de miel y canela viéndola fijamente, con cara de horror y la boca medio abierto como tratando de hablar algo. Terror y pavor absoluto terminaron por romper a la madre de los Dolores — ¡¡No!!, ¡¡Socorro, Socorro!! — gritó de la manera más desgarradora que una mujer podría gritar, Dolores corrió por el pasillo lleno de sangre, azotó la puerta abierta y de un tremendo golpe, salió de casa cayendo de rodillas. La madre, doña María Dolores, soltó un último llanto tremolado y quedó en la terracería del patio, sollozando agotadamente.

Después de lo vivido en la escuela, Tomás, regresaba a su casa. Al estar lo suficientemente cerca, vió un puño de gente parada en la puerta de su casa, apresuró el paso y vio que todas las personas eran sus vecinos, señoras la mayoría. Al llegar, una vecina le contó que habían encontrado tirada de rodillas y llorando, que la habían llevado dentro de la casa y estaba dormida. Tomás entró y toda la gente se fue a sus casas. El joven Dolores se sentó con su madre, la miró dormida y pálida, tomó sus manos y lloró en silencio por ella. Media hora después doña María despertó, salió del cuarto y miró a su hijo haciendo la cena, Tomás, al verla la invitó a sentarse y le sirvió la comida — ¿Qué fue lo que pasó madre? — preguntó el muchacho, pero no recibió respuesta de la madre, se comportaba ensimismada en sí misma como siempre. Tomás quería volver a preguntar, pero no le quedaban más ganas de hacerlo al saber que el silencio sería la respuesta de nuevo.

El sol por fin terminaba su cruzada y se comenzaba a fundir en el ocaso, sus últimos rayos ni siquiera llegaban a la casa. El padre de familia se acercaba a su casa bajo el cielo índigo, abrió la puerta y una muy tenue luz blanca, que colgaba del pasillo, le dio la bienvenida, caminó por el pasillo, al fondo la cocina se veía vacía. Pasó por un lado del cuarto de su hijo y miró la luz que escapaba de las orillas del marco de la puerta. Siguió caminando, pasó derecho por el baño hasta llegar a su cuarto, ahí, se detuvo a escuchar poniendo su oreja en la puerta; escuchó el débil llanto de su mujer. No se animó a entrar, así que dio media vuelta, miró el cuarto vacío, agarró la perilla y la giró, por un momento dudó, pero al final entró al cuarto. Ahí había solamente una cama y nada más, el señor se acercó a ella y se sentó, dejó su mochila en el suelo, sacó su cartera de su bolsillo del pantalón y sacó de la cartera un pedazo de periódico, las lágrimas le llegaron a los ojos, pero contuvo el llanto y se recostó en la cama.



Socorro Dolores; la niña de diez años desaparecida en corredor 2000

El pasado 12 de noviembre del presente año (2012), Socorro Dolores, la hija menor de la familia Dolores, fue vista por última vez en su privada (Azabache), al haber ido a la tienda alrededor de las 7,30 (Siete con treinta) de la noche.

La madre de la infante, María Dolores, contó que había mandado a su hija a comprar el refresco para la cena. Al darse cuenta de que su hija tardaba en llegar, se dirigió a la tienda en búsqueda de su hija. Don Manolo, el dueño de la tienda, negó haber visto a la niña haber entrado a la tienda. Los vecinos de a la redonda testifican no haber visto a la niña. 

SOCORROWhere stories live. Discover now