4 | τέσσερα | La visita de Hades

15.1K 1.1K 430
                                    

Habían pasado varios meses desde que Hades dejó el mundo superior, pero no dejó de pensar en la propuesta de Zeus ni un solo momento; cada vez que asistía a los juicios de Minos, revisaba los óbolos que le pagaban a Caronte o recibía las almas que...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Habían pasado varios meses desde que Hades dejó el mundo superior, pero no dejó de pensar en la propuesta de Zeus ni un solo momento; cada vez que asistía a los juicios de Minos, revisaba los óbolos que le pagaban a Caronte o recibía las almas que entraban en la Isla de los Bienaventurados. Perséfone le ocupaba la mente y el corazón hasta creer que no podría ni razonar ni vivir sin ella, y mucho menos ejercer su labor como gobernante del Inframundo.

Hades había probado la desesperación durante cada instante que pasaba lejos de Perséfone, y fue aquella mañana cuando decidió que volvería al mundo superior para visitarla.

Helios, el dios Sol, desprendía unos rayos intensos sobre el bosque del lago Ancipa. La calidez del ambiente obligó a Deméter a permanecer en el interior de la villa. Perséfone adoraba sentir el calor del cielo y caminar descalza por los campos que florecían con su presencia. La diosa recogía las flores de los jardines mientras cantaba una melodía pacífica. Aquel día Artemisa la acompañaba, estaba a la espera de buscar el rastro de algún animal que cazar para exhibirlo en el Olimpo al ocaso. Otras ninfas también paseaban con las diosas, Leucipe la oceánide era una de ellas. Todas escucharon el canto de Perséfone.

«Una flecha, Eros lanzó, y mi pecho atravesó.

Perdí toda mi razón, y ahora piensa mi corazón.»

Artemisa sonrió mientras escuchaba la canción, que por un momento le resultó conocida. Luego recordó que Hera también la cantaba durante los pocos días felices que tenía junto a Zeus.

—¡Perséfone! ¿Es que has conocido a algún pretendiente?

—¡Por supuesto que no, Artemisa! —Perséfone mintió para proteger su encuentro especial con Hades. Sabía que si confesaba lo que ocurrió, alguien iría a contárselo a su madre.

—Seguro que mi hermano Apolo está otra vez tratando de estar contigo...

—¡Ya te he dicho que no! Lo intentó una vez y no ha vuelto a insistir.

Perséfone se alejó para dar por finalizada la conversación. Caminó hasta una explanada verde desde donde se veía el agua azul del lago Ancipa. Disfrutó del paisaje y tarareó de nuevo la canción. Cantó más alto, como si quisiera que todo el mundo supiera que dedicaba su voz a alguien. Recogió unas cuantas margaritas y jugó a tirar los pétalos. Después se tumbó en la hierba y percibió el aroma de una flor que no crecía en ese valle.

La diosa fue hasta la flor, atraída primero por su olor y luego por los colores vivos de los pétalos y los estambres. Era una flor de granada, y se agachó para admirarla.

—¿Qué hace esta flor aquí? Solo crece... en el Inframundo —bisbiseó.

Ella arrancó la flor con cuidado, se la llevó a la nariz y sonrió dulcemente al relacionar ese olor con Hades.

El abrazo de Hades | Hades y PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora