CAPITULO 1 / KIXTLA

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Por las altas montañas rodaba, acostado, golpeando su pierna con algún árbol, detuvo su descenso abruptamente.

—¡Mierda!

El dolor del raspón le obligó a quejarse. Observó el daño, era tenue pero incómodo.

Terminó por volver a casa, saludó vagamente sin ser correspondido caminando a su lugar en la mesa. Observó su plato, de nuevo, carne de burro. Tal pareciera, era lo único existente esos días.

Ni una queja salió de su boca en esa cena. No es que no importara que llevara comiendo carne dos semanas, claro que se hartaba, sin embargo, justo ahora tenía otra cosa en mente. Se rumoreaba por los lares que, al próximo amanecer, un reino bastante rico y poderoso llegaría a sus tierras.

Resultaba confuso. ¿Por qué un reino tan poderoso querría visitar a un pueblo como el que era Yiuntl?

Realmente no sabría hasta mañana. Realmente no habría nada más en su cabeza hasta entonces.

...

El sol entrando directo a su rostro le hizo contemplar (de mala gana) un nuevo día. Despertaba de a poco cuando algo en su mente rebotó; hoy llegaría el nuevo reino.

Corría descalzo por el pueblo hasta la entrada donde, sin expectativas, divisó el amplio mar que rodeaba su hogar. Imaginó sería como en aquellos relatos nocturnos que contaban los ancianos, como un bello y gran barco iba a toda marcha hasta ellos buscando amigos.

Claro tenía que todo eso eran patrañas confusas.

. . .

A lo lejos, cuatro grandes embarcaciones se aproximaban con prisa. Se levantó rápido al verlos llegar y encaminandose con gran velocidad hasta el puerto.

–¡Oh compermiso! ¡Déjenme ver, quitense!

Empujó a un par de hombres hasta llegar al frente contemplando a sus nuevos visitantes desembarcar. Se observó fascinado ante las ropas e intensas joyas que cargaban consigo ofreciendo, de vez en cuando, algunas a los hombres mayores y los niños presentes. Intentando conseguir una también, se acercó de entre la multitud abarrotada que se había formado. Sintió chocar como si de un tronco duro se tratase, al levantar la vista pudo verlo, un joven alto y robusto con una mirada seria. Quedó observando un rato su apariencia real que no pudo reaccionar cuando le tendió un pequeño diamante tan reluciente como el sol. Lo tomó con sumo cuidado, como si temiera romperlo, guardándolo en su bolso. Agradeció y se retiró con prisa hacia la montaña más lejana dejándose caer bajo un gran árbol.

–Carajo... Pude haber muerto.

. . .

Intentaron quitárselo, primero sus padres, después un niño y por último un anciano que le ofrecía dos mulas por él. Tenía un día de mierda, pensaba, no le veía nada positivo hoy.

Por los campos caminaba buscando alguna oveja disponible para la cena. Advirtió una cerca, entonces se escondió para emboscar.

–Cenaré bien hoy...

Murmura al aire listo para atacar, entonces una mano se posa en su hombro sacando de sí un gran susto y un pequeño grito. Volteó de inmediato encontrándose con la gran figura del joven que le había obsequiado ese diamante. Lo miró raro con un deje de enfado por ahuyentar a su cena. Comentando una maldición hacía su persona se sentó en el suelo indignado. Observó de reojo como se sentaba a su lado, fue entonces que habló.

–¿Planeabas cazarla?

–¿Si así fuera qué? No es de tu incumbencia.

–Claro que sí, es un ser vivo.

–Era mi cena. Era.

–Y que así siga.

–¿A qué vienes?

–Te ví solo y pensé acompañarte un rato. Dime, ¿Siempre estás solo?

–¿Y tú?

–¡Ja! Bueno, no. Pero hoy es un día perfecto para estarlo.

–¿Y luego? Vete pues.

Suspiró mirando el cielo, las nubes, le parecían hermosas y extrañas, como un cuento de hadas sin terminar.

–Soy Yenatlee, de Acmalias, hijo de dos padres asesinados, protegido del Rey. ¿Qué hay de tí?

–Kixtla, de Yiuntl, hijo de dos padres vivos.

Recalca.

–Y vivo en la octava cabaña desde la entrada.

Señaló brevemente sin mucho interés. Parecía abrumado por el interes repentino hacia su persona de alguien (ahora no) desconocido. Yenatlee, sonaba exótico para él. Cual ave colorida aterrizando en su tejado lista para ser atrapada por los más jóvenes y cocinarla a la cena.

El cielo entristecía con la oscuridad. Sacó de su bolso el diamante.

–Por cierto, toma.

Lo miró extendiendo su mano con la gema hacia él. Después de lo ocurrido hoy no se creía capaz de sostenerlo mucho tiempo.

–Quédatelo, te lo dí, es tuyo.

–No puedo cuidarlo, podría perderlo.

–No importa, si lo pierdes puedo darte otro.

–Maldito presumido...

Se guarda rápidamente la joya levantándose para ir a su hogar. Sin decir ni una palabra se encerró en su habitación guardando la joya al interior de su almohada.





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MUY BIEN! Primer capítulo jaja. Y que así siga por favor!

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-N

AzadYer  (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora