El sol de la mañana comenzaba a asomarse entre los edificios, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Las calles estaban tranquilas, con apenas algunas personas que madrugaban a sus trabajos o, como Lana, a sus entrenamientos. Con su camiseta rosa ajustada, sus shorts oscuros y una coleta alta que se balanceaba al ritmo de sus pasos, Lana ya estaba en marcha, lista para otra carrera matutina.
Desde que tenía memoria, correr era su escape. A los 27 años, Lana había logrado un equilibrio perfecto entre su trabajo como diseñadora gráfica y su pasión por el atletismo. No era una corredora profesional, pero se tomaba su entrenamiento tan en serio como si lo fuera. Cada mañana, sin excepción, salía a recorrer las mismas rutas: un circuito por el parque, bordeando un pequeño lago, pasando por un par de avenidas y regresando a casa. Era su forma de despejar la mente antes de un largo día.
Aquella mañana, sin embargo, algo la inquietaba. No sabía exactamente qué era, pero se despertó con una sensación extraña, como si hubiera olvidado algo importante. Se encogió de hombros, pensando que sería el cansancio acumulado, y se dirigió a la puerta.
Al llegar al parque, Lana saludó a algunos corredores habituales. Entre ellos estaba Carla, una mujer de unos 40 años que siempre la adelantaba en las carreras largas. También vio a Esteban, un joven que entrenaba para su primer maratón y solía hacerle preguntas sobre técnicas de respiración. Cada mañana, Lana se cruzaba con las mismas personas, intercambiando sonrisas o saludos rápidos. Aunque no tenía una relación cercana con ninguno de ellos, era parte de la rutina, y ella apreciaba esa sensación de comunidad entre corredores.
-¡Lana! -gritó Carla desde la distancia mientras estiraba sus piernas-. Hoy el clima está perfecto, ¿verdad?
Lana sonrió mientras pasaba trotando a su lado. -Sí, ni demasiado frío ni demasiado calor. Es un buen día para romper nuestros récords, ¿no?
Carla rió. -Bueno, tal vez para ti. A mí me basta con terminar sin lesiones.
Lana sonrió y siguió corriendo. Amaba esa sensación: el viento acariciando su rostro, el sonido de sus zapatillas golpeando rítmicamente el pavimento, y el latido constante de su corazón mientras aceleraba el paso. Se sentía libre, imparable. Siempre había tenido ese deseo de superarse, de ver hasta dónde podía llegar. Hoy no sería la excepción.
A medida que corría, su mente se despejaba, y comenzó a repasar mentalmente su día. Tenía varias entregas pendientes en el trabajo, y una reunión importante por la tarde. Se preguntaba si tendría tiempo de pasar por la tienda antes de que cerraran, ya que necesitaba un par de cosas para la cena de esa noche. Sin embargo, mientras sus pensamientos vagaban entre responsabilidades y planes, una pequeña distracción apareció en su camino.
-¡Lana, cuidado! -gritó Esteban, que venía corriendo desde el otro lado.
Lana apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de esquivar a un niño pequeño que había corrido frente a ella, persiguiendo un balón. El corazón de Lana dio un vuelco mientras frenaba en seco. Miró al niño, que ahora reía y corría de vuelta hacia su madre, completamente ajeno al accidente que casi había causado.
-¡Lo siento mucho! -gritó la madre del niño, acercándose rápidamente y sujetando a su hijo de la mano-. Estaba distraída. ¿Estás bien?
Lana respiró hondo y sonrió con tranquilidad. -No pasa nada. Los niños son impredecibles. Solo ten cuidado la próxima vez.
La mujer agradeció varias veces antes de llevarse al niño, quien seguía riendo con el balón en sus manos. Lana retomó su carrera, pero algo dentro de ella se sentía distinto. No sabía si era la adrenalina por el susto o el simple hecho de haber sido interrumpida en medio de su rutina, pero sus piernas, que usualmente se sentían fuertes y ágiles, empezaban a mostrar signos de agotamiento más pronto de lo habitual.
Sacudió la cabeza, como si intentara despejar esos pensamientos negativos. "Es solo cansancio", se dijo a sí misma. Quizás necesitaba descansar más, o tal vez había dormido mal la noche anterior.
A mitad de su recorrido, Lana decidió detenerse un momento en una fuente para beber agua. Se inclinó hacia el chorro, permitiendo que el agua fresca le hidratara la garganta seca. A su alrededor, otros corredores también hacían una breve pausa. Algunos se estiraban, otros bebían agua o charlaban entre ellos.
-Parece que hoy no tienes tanta energía, ¿eh? -le dijo Esteban, que también había parado junto a la fuente.
Lana sonrió ligeramente. -Sí, hoy no es mi mejor día. Supongo que es una de esas mañanas.
-A todos nos pasa -respondió Esteban-. No te preocupes. Seguro en unos minutos te vuelves a sentir como siempre.
Lana asintió, aunque en el fondo no estaba tan segura. Algo en su cuerpo no se sentía normal. Estaba acostumbrada a los altibajos en su rendimiento, pero esta vez era diferente. No era solo agotamiento. Era como si algo estuviera... cambiando. Sacudió la cabeza nuevamente, negándose a darle más vueltas al asunto, y volvió a trotar.
El resto de la carrera fue relativamente tranquilo. Lana continuó su recorrido habitual, aunque a un ritmo más lento que de costumbre. No importaba cuánto intentara acelerar, sus piernas simplemente no respondían de la misma manera. Frustrada, decidió que no se exigiría demasiado hoy. Era mejor escuchar a su cuerpo y tomárselo con calma.
Cuando finalmente llegó al final de su ruta, se detuvo en una pequeña colina desde la cual se podía ver todo el parque. Era su punto favorito, donde siempre se tomaba unos minutos para respirar profundamente y disfrutar del paisaje antes de regresar a casa. Pero esa mañana, mientras observaba el horizonte, no pudo evitar sentir una inquietud que la acompañaba desde el momento en que había esquivado al niño.
-¿Qué me pasa hoy? -susurró, hablando consigo misma.
Se estiró, intentando liberar la tensión de sus músculos, pero no pudo evitar notar que sus brazos también se sentían extrañamente pesados, como si no fueran del todo suyos. Era una sensación difícil de describir, una mezcla de agotamiento físico y algo más profundo que no lograba entender.
Miró su reloj. Había corrido menos tiempo del que solía, pero sentía como si hubiera estado en marcha por horas. Con un suspiro, decidió que lo mejor sería regresar a casa, darse una ducha y empezar el día con calma.
Mientras caminaba de vuelta por las calles tranquilas, algo extraño comenzó a suceder. Primero, fue una leve sensación de hormigueo en sus piernas, que rápidamente se extendió hacia sus brazos y luego a su espalda. El cansancio que antes sentía parecía multiplicarse, pero no era solo agotamiento. Su cuerpo se sentía... diferente.
Cada paso que daba se volvía más pesado, como si sus músculos estuvieran perdiendo fuerza. Lana trató de ignorar la sensación, pero se hizo imposible. Sus manos temblaban ligeramente, y una extraña presión se formó en su pecho. Era como si algo estuviera cambiando, algo fuera de su control.
Lana se detuvo en seco, mirando sus manos nuevamente. No parecían las mismas. "¿Estoy... cambiando?" pensó, mientras el hormigueo se hacía más intenso. Una sensación de confusión y miedo la invadió.
Sin saber qué más hacer, decidió apresurar el paso hacia casa, con la esperanza de que una ducha y un descanso pudieran aliviar esa sensación. Pero, mientras caminaba, no podía sacudirse la idea de que algo, en lo más profundo de su ser, estaba transformándose lentamente.
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Corriendo hacia el pasado
FanfictionLana, una joven apasionada por el atletismo, vive su vida con una rutina perfecta y balanceada. Sin embargo, durante una de sus carreras matutinas, comienza a notar cambios extraños en su cuerpo que la llevan a una realidad que nunca imaginó. A medi...