Capítulo 4: A pasos pequeños

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El sol se mantenía alto en el cielo, pero para Lana, el día parecía estirarse interminablemente. Había perdido completamente la noción del tiempo. El peso de su camisa, ahora demasiado grande para su cuerpo, colgaba sobre ella como si fuera una carpa. Lo único que sabía con certeza era que algo más había cambiado, y esta vez era más radical que antes.

Caminaba torpemente, sintiendo cómo los shorts que había estado tratando de sostener se deslizaban de sus caderas y caían al suelo sin más resistencia. Se detuvo abruptamente, soltando un suspiro de frustración mientras miraba los pantalones ahora abandonados en el pavimento. Intentó recogerlos con una mano, pero se dio cuenta de que no tenía sentido. Su cuerpo ya no era capaz de llenar la prenda que hasta hacía unas horas le quedaba perfectamente.

-¿Qué me está pasando...? -susurró para sí misma, con la voz más aguda y suave de lo que recordaba.

Miró hacia abajo y vio que sus pies, que hasta hace poco habían cabido perfectamente en sus zapatillas de correr, ahora estaban cubiertos por el exceso de tela de su camisa. Sus zapatos, que de repente le parecieron gigantescos, le pesaban con cada paso, así que decidió detenerse y quitárselos. Se inclinó, soltando un pequeño gemido de esfuerzo. Descalza, la sensación de la tierra y el concreto frío debajo de sus pies le resultaba extraña, como si hubiera olvidado lo que era caminar sin protección.

-Esto no es real, no puede ser -repitió en un intento desesperado de aferrarse a la realidad.

Mientras seguía caminando, agarró la camisa con una mano para asegurarse de que al menos esa prenda no se le cayera también. El largo de la tela le llegaba hasta las rodillas, balanceándose con cada movimiento. Su cola de caballo, que antes era una característica distintiva de su estilo, ahora era una pequeña colita que apenas se mantenía sujeta.

Un par de personas pasaron cerca de ella, mirándola de reojo. Era difícil no notar a una pequeña niña de unos 5 años caminando sola, con ropa evidentemente demasiado grande. Una mujer mayor, que paseaba a su perro, se detuvo un momento y la observó con preocupación.

-¿Estás bien, pequeña? -preguntó la mujer, inclinándose un poco hacia Lana.

Lana miró hacia arriba, parpadeando como si no hubiera comprendido del todo la pregunta. Por un momento, una confusión profunda la envolvió. Algo en su cabeza no encajaba, como si sus pensamientos estuvieran perdiendo claridad.

-Yo... no sé -respondió Lana, notando que incluso su voz sonaba más infantil. Era difícil articular lo que sentía, como si las palabras se le escaparan entre los dedos antes de poder formarlas completamente.

La mujer la miró con más preocupación aún, pensando que algo andaba muy mal. -¿Dónde están tus padres, cariño? ¿Te perdiste?

Lana sacudió la cabeza, con la mirada fija en el suelo, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Sabía que no estaba perdida, pero tampoco sabía cómo explicar lo que le estaba ocurriendo. Algo dentro de su cabeza se sentía borroso, como si partes de su memoria hubieran comenzado a difuminarse.

-Solo... quiero ir a casa -dijo finalmente, pero incluso esas palabras parecían cargadas de incertidumbre.

La mujer frunció el ceño, y aunque no parecía del todo convencida, se decidió a dejarla continuar. -Bueno, ten cuidado. Si necesitas ayuda, avísame -dijo con suavidad, acariciando la cabeza de su perro y alejándose lentamente.

Lana la observó marcharse, sintiendo una mezcla de alivio y desesperación. No quería que nadie más la viera en ese estado. Aunque su mente de adulta intentaba mantener el control, su cuerpo pequeño y la creciente confusión en su cabeza le dificultaban seguir adelante.

Continuó caminando, ahora descalza, con la camisa gigante ondeando al viento. El mundo alrededor de ella comenzaba a sentirse diferente. Los sonidos parecían más altos, más penetrantes, y su percepción del espacio y el tiempo se distorsionaba. A cada paso que daba, algo en su memoria se borraba o cambiaba. Las cosas que antes le resultaban naturales, como correr por el parque o recordar el camino a casa, se volvían más difíciles de comprender.

-¿Qué... qué estaba haciendo? -se preguntó mientras caminaba, confundida. Miró alrededor como si esperara que algo le diera una pista. Pero no había nada. El parque, los árboles, las calles... todo se veía igual, pero algo en su cabeza estaba desapareciendo.

Sus pies pequeños la llevaron hasta una banca, donde decidió sentarse por un momento. Sus piernas, cortas y frágiles, no aguantaban más el trote. Mientras se sentaba, observó sus manos, ahora pequeñas y regordetas, como las de una niña. Se sentía atrapada en un cuerpo que no le pertenecía, y su mente comenzaba a reflejar esa misma sensación.

En ese momento, una madre y su hija pequeña pasaron frente a ella. La niña, que debía tener la misma edad que Lana aparentaba ahora, se detuvo y la observó con curiosidad.

-Mamá, ¿por qué esa niña está sola? -preguntó la pequeña, tirando de la mano de su madre.

La mujer miró a Lana por un instante antes de sonreír amablemente. -Quizá está esperando a alguien, cariño. Vamos, no te detengas.

Lana las observó alejarse, sintiendo una punzada de nostalgia que no pudo identificar completamente. ¿Nostalgia de qué? ¿De su vida anterior? Pero, ¿cuál era esa vida? Los recuerdos comenzaban a mezclarse en su mente, fragmentos de una vida adulta que se desdibujaba lentamente.

"Necesito llegar a casa", pensó, aunque cada vez le costaba más recordar por qué era tan importante.

Se puso de pie nuevamente, aunque sus pasos eran aún más vacilantes. Cada vez que avanzaba, el mundo alrededor de ella parecía más grande, más amenazador. Su cuerpo pequeño no se sentía capaz de enfrentarse a las mismas cosas que antes. El parque, antes familiar y acogedor, ahora parecía lleno de sombras y ruidos que la asustaban.

De repente, tropezó con una rama en el camino y cayó al suelo. El impacto no fue fuerte, pero lo suficiente para que sus ojos se llenaran de lágrimas. Una pequeña parte de su mente adulta gritaba que no debía llorar, que era solo una caída, pero la parte infantil que empezaba a dominarla no pudo evitar soltar un sollozo.

Una mujer joven que paseaba a su perro se acercó rápidamente al ver la caída.

-¡Oh, cariño! ¿Estás bien? -preguntó con voz preocupada, agachándose a su lado.

Lana trató de limpiarse las lágrimas con la manga de su camisa, que le cubría casi por completo las manos. Se sintió avergonzada, pero no pudo detener el llanto que brotaba de sus ojos.

-No... sé... -logró decir entre sollozos, sintiendo la confusión envolverla como una nube densa.

-Vamos, te ayudaré -dijo la mujer, levantándola con cuidado-. ¿Estás sola? ¿Dónde están tus padres?

Otra vez esa pregunta. Lana sacudió la cabeza, incapaz de formular una respuesta coherente. Sabía que no había ningún adulto cuidando de ella, pero no podía explicar por qué. Algo dentro de su cabeza se había apagado, y cada vez era más difícil mantener la claridad.

-No... estoy sola... -logró decir finalmente, pero su voz ya no era la de una mujer adulta perdida. Era la voz de una niña, perdida y asustada.

La mujer la miró con más preocupación, pero al ver que Lana no parecía gravemente herida, decidió no insistir.

-Bueno, ten cuidado. Si necesitas ayuda, estoy por aquí paseando al perro -dijo, antes de darle una suave sonrisa y seguir su camino.

Lana se quedó quieta, mirando al suelo. El dolor en su rodilla desapareció tan rápido como había llegado, pero la sensación de confusión permanecía. Se preguntaba si debía seguir adelante o si debía quedarse allí, esperando a que alguien viniera por ella. Pero, ¿quién vendría? ¿Qué estaba haciendo antes de todo esto?

Con pasos lentos, decidió continuar. Su mente estaba cada vez más borrosa, pero una cosa seguía clara: necesitaba llegar a casa. No sabía por qué, pero esa era la única idea que le quedaba en su cabeza.

Corriendo hacia el pasado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora