Capítulo 1: "El cuaderno"

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La lluvia caía de manera constante, con gotas que resbalaban por la ventana empañada de la cafetería. Charlie estaba sentado en su mesa habitual, en la esquina más alejada, cerca del cristal, con su cuaderno abierto frente a él. Su lápiz se movía con rapidez y precisión sobre el papel, trazando líneas que daban vida a un paisaje urbano bajo la lluvia. Era su refugio, un mundo que construía entre las páginas de su cuaderno.

El sonido amortiguado de las conversaciones llenaba el aire, creando una atmósfera que lo reconfortaba a pesar de su aislamiento. Charlie alzó la vista de su dibujo y, como de costumbre, observó a las personas que ocupaban las mesas cercanas. Eran habituales, clientes que él veía casi todos los días, aunque nunca había interactuado con ellos. A veces, trataba de imaginar sus vidas, cómo serían sus días lejos de la cafetería.

En la mesa más cercana a la puerta, una pareja conversaba animadamente. Ella reía con una risa aguda, mientras él hablaba con entusiasmo, moviendo las manos como si estuviera contando una historia fascinante.

-"¡Y entonces, no vas a creer lo que pasó! El perro saltó del sofá, directo a la piscina, ¡como si fuera un pez!" -dijo el chico, entre risas.

-"¡No puede ser!" -respondió la chica, riendo a carcajadas-. "Ese perro es un loco, ¡me encantaría verlo!".

Charlie sonrió débilmente al escucharlos, aunque su rostro rápidamente volvió a su habitual expresión neutra. Los dibujos eran su manera de interactuar con el mundo. En ese momento, decidió dibujar a la pareja, capturando sus gestos alegres. El lápiz se deslizaba con suavidad por el papel, delineando la sonrisa brillante de la chica y las manos enérgicas del chico. Eran pequeños momentos que él inmortalizaba en su cuaderno, momentos que él nunca experimentaría de la misma manera.

Más allá, cerca del mostrador, un hombre discutía en voz baja por teléfono, intentando mantener la calma.

-"Te dije que estaría en casa a las siete, pero se ha complicado. ¡No, no estoy ignorando tus mensajes, es solo que...!" -El hombre hizo una pausa, suspirando con frustración mientras miraba su reloj.

Charlie no podía escuchar el resto de la conversación, pero el gesto de impaciencia del hombre era suficiente para contarle la historia. El barista, un joven delgado y siempre de buen humor, preparaba un capuchino mientras tarareaba una melodía suave, ajeno al drama que se desarrollaba en la esquina.

El café era su refugio, un lugar donde las vidas de los demás pasaban sin detenerse en él. Aquí, Charlie no tenía que preocuparse por interactuar. Nadie le hablaba, y él no necesitaba encontrar una manera de responder. La amabilidad que sentía dentro de sí, esa calidez que deseaba compartir con los demás, se quedaba atrapada en su silencio. Pero sus dibujos hablaban por él. Al menos, eso esperaba.

De repente, la puerta de la cafetería se abrió de golpe, dejando entrar una ráfaga de viento y lluvia. Una chica entró apresurada, sacudiendo el agua de su abrigo. Charlie la había visto antes, aunque siempre de lejos. Tenía el cabello oscuro y suelto, y siempre llevaba una bufanda roja que le daba un toque distintivo. Se dirigió directamente a la barra y sonrió al barista mientras pedía su café.

-"Hola, Clara. Lo de siempre, ¿verdad?" -dijo el barista con una sonrisa.

-"Sí, por favor, y que sea bien caliente, que hoy hace un frío terrible" -respondió ella, frotándose las manos para calentarlas.

Clara. Ese era su nombre. Charlie la había visto en varias ocasiones, siempre sentada en la misma mesa, con un libro en las manos o con los auriculares puestos, perdida en su propio mundo, igual que él. Pero hoy, por alguna razón, algo en ella llamó más su atención. Mientras se sentaba en su mesa habitual, cerca de la ventana opuesta, Charlie notó que, por un breve momento, sus ojos se encontraron. Ella le sonrió, una sonrisa pequeña y amable, pero suficiente para hacer que Charlie apartara la mirada rápidamente, sintiendo un leve calor en las mejillas.

Volvió a concentrarse en su dibujo, aunque su mente seguía inquieta. Nadie solía notarlo, y mucho menos sonreírle. Había algo diferente en esa interacción, algo que, por más que intentaba ignorar, seguía revoloteando en su cabeza.

-"Aquí tienes, Clara. Un capuchino bien caliente" -dijo el barista mientras le dejaba la taza en la mesa.

-"Gracias, Marco" -respondió ella, dándole una rápida sonrisa antes de volver a su libro.

Charlie no pudo evitar mirarla de reojo. Por alguna razón, sentía una extraña conexión con esa chica. Tal vez porque, al igual que él, parecía estar más cómoda en su soledad, en su pequeño rincón del mundo.

Afuera, la lluvia seguía cayendo, y la cafetería se llenaba de más gente buscando refugio del mal tiempo. Las conversaciones seguían a su alrededor, pero Charlie solo tenía su atención en el cuaderno y en aquella pequeña sonrisa que le había dado Clara. ¿Sería posible que ella lo hubiera notado de verdad? ¿O era simplemente otra sonrisa educada, como las que la gente intercambia sin pensar?

Sin poder evitarlo, su lápiz comenzó a moverse otra vez. Esta vez, no estaba dibujando a la pareja, ni al hombre impaciente del teléfono. Ahora, Clara empezaba a tomar forma en su cuaderno. Trazó el contorno de su rostro, la bufanda roja que la distinguía, y la manera en que sus ojos parecían perderse en el libro que leía.

El sonido de la lluvia y las voces alrededor se desvanecieron en el fondo mientras Charlie seguía dibujando. No necesitaba hablar para entender lo que estaba sucediendo. Su cuaderno, como siempre, hablaría por él.

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