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El sonido de los jadeos de Ikusaba resonaba por la habitación,  acompañado de los besos que Maizono le daba. 

— Sayaka... —la soldado murmuró débilmente, haciendo que la mencionada levantara su mirada—. Es muy tarde, debería irme...

— Noooo —la idol hizo un puchero y abrazó a Ikusaba, aferrándose a ella—. Quédate a dormir, porfavor.

— Sabes que lo haría, pero le prometí a Junko-

Maizono chasqueó la lengua. Otra vez.

No se sentía celosa de Junko, almenos no del todo. Sabía que el amor que Mukuro le tenía a ambas era muy distinto, pero aún así le molestaba demasiado que la fashionista siempre estuviera en medio de sus planes.

— Siempre es Junko —murmuró con el ceño fruncido.

— Lo siento... te juro que me quedaría a dormir, pero hoy simplemente no puedo —dijo agarrandole las mejillas y haciendo que la mirara a los ojos—. Perdóname, porfavor. Sabes que te amo.

Te amo. Unas palabras tan simples que Mukuro siempre le decía y provocaban un efecto tan fuerte en ella.

Ikusaba no era de mostrar amor, a nadie. Ni físico ni verbal, pero con Maizono era diferente. A ella le mostraba su cariño de todas las formas posibles que se le podrían ocurrir a un humano.
Sayaka se puso roja y desvió la mirada. 

— Bien... por esta vez —dijo mirándola a los ojos—. Si me vuelves a cancelar por Junko pensaré que solo la estás usando como excusa.

Los ojos de la pelinegra se abrieron con sorpresa. Desvió la mirada con tristeza y asintió mientras ocultaba su cabeza en el hueco del cuello de Maizono.

— Sabes que nunca haría eso, ¿verdad? —murmuró Ikusaba en su cuello mientras dirigía sus manos a la cintura de su novia, acercandola más a ella—. Te amo demasiado como para hacerlo, preferiría morir de hambre y sed antes que mentirte.

La soldado le empezó a dar besos en el cuello y Sayaka esbozó una sonrisa. Mukuro era más de palabras, siempre que podía se molestaba en aclarar que Maizono era la luz de su vida y que estaría dispuesta a hacer de todo por ella, cosa que la idol sabía más que bien que su novia haría.
Amaba eso de Mukuro, aunque ella era más de palabras siempre habría una que otra acción que le demostraba a Sayaka que todo lo que decía diariamente era verdad, que realmente lo sentía y que la amaba infinitamente.

Sayaka se quedó sintiendo los besos de Ikusaba por unos minutos. Las dos perdían fácilmente la noción del tiempo cuando estaban así, por lo que realmente ninguna sabia si habían pasado cinco, diez o incluso treinta minutos.

Maizono acompañó a su novia a la puerta, le dió un suave beso y la despidió. Cuando se fue, Maizono se dirigió a su habitación dando saltitos de felicidad y se acostó en su cama.
Abrazó su almohada con una sonrisa y pataleó con felicidad.

Mukuro Ikusaba iba a ser su muerte, no podía ser tan adorable, no podía amarla tanto.

Mukuro Ikusaba iba a ser su muerte, no podía ser tan adorable, no podía amarla tanto

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the real mukuro  |  ikuzonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora