Capítulo 2: Consecuencias

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-No me lo puedo creer -murmuré atónita observando a mi madre quién estaba furiosa.

-Creételo Zoe, ¿no te da vergüenza que el Teniente General te trajera a casa dormida?

-La verdad es que no -musité yo viendo como mi padre me fulminaba con la mirada.

-Eres una irresponsable -sentenció mi padre por primera vez en esta conversación.

Sonreí genuinamente.

-Lo sé, debería cambiar, ¿no crees, Padre?

-A mi no me vaciles, Zoe.

-No lo hago, tan solo estoy diciendo lo que querrías oír, ¿cierto?

Mi padre gruñó y se puso de pie acusándome con el dedo.

-¡Deja de actuar como una niña que busca atención, Zoe! Porque serás tu quien pague la multa de los Sinclair.

-¿Y tengo yo la culpa de que me llamen rara por tener estos ojos? -recriminé con la misma furia que él.

-¿Qué?

Mi madre se quedó boquiabierta.

-Bebí demasiado pero no creo que yo sea la máxima causante de todo esto. Así que ahora, disculpadme que tengo trabajo que hacer.

Me levanté dejándolos allí plantados.

-¿¡A dónde crees que vas!?-bramó mi padre mientras yo subía por las amplias escaleras.

-¡A dónde si se me acepta! -espeté yo sin mirar atrás.

No tenía el ánimo para discutir y menos para andar chillando. Me dolía la cabeza y me avergonzaba que me tuviese que haber traído a casa. ¿Por qué no me dejó allí tirada? Lo hubiera preferido cien veces antes que pasar por la vergüenza de tener que verlo ahora.

Aún así me alegraba el hecho de haberle pegado a Audrey. Ya estaba harta de sus insultos y desprecios hacia mí, a ver si así se le acababa el juego.

Así que me vestí colocándome el traje de Capitana y recogiéndome el cabello en un moño. Y sin más, salí de la mansión en un abrir de ojos. No tenía ningunas ganas de seguir discutiendo pero lo peor aún no había llegado y pude descubrirlo cuando llegué a la central. Era algo más moderna que nuestras mansiones en forma de templos pero ese lugar mantenía la antigüedad del lugar. Parecía ser como una basílica romana pero con varias plantas y yo debía dirigirme a la última planta donde se encontraban los cargos más altos.

Conmigo traía todos los documentos que debía de darle al Teniente General aunque llegaba tarde. Subí por el ascensor moderno hasta que llegué a la tercera planta, todas ellas estaban cubiertas de mármol de carrara. Un mármol excepcional pero que en esta planta parecía ser mucho más lujoso. Busque su despacho y llamé tres veces, esperando a que me diera paso.

-Adelante.

Suspiré antes de girar el pomo de la puerta dorada. Cuando entré lo vi sentado en su despacho completamente concentrado en lo que estuviera haciendo.

-Le traigo los informes, Señor.

Al reconocer mi voz, alzó la mirada y me observó con detalle.

-Veo que ya se le ha pasado su borrachera. -murmuró él cruzando sus manos por encima de la mesa de su escritorio, que por cierto ojalá tener una de esas tan bonitas y tan regias.

-Acerca de eso, le pido disculpas -me tragué el orgullo pero era lo que debía de hacer.

-No esperaba menos de usted y más después del número que montaste.

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